domingo, 18 de noviembre de 2007

Temores

Tengo 23 años de edad y el martes fui por primera vez en mi vida, voluntariamente y solo, al dentista. Llevaba casi 10 años sin sentarme en ese asiento reclinable de acolchonamiento sintético y ficticio, por eso la sangre se disparaba con mucha fuerza de mi corazón y a través de mis arterias corría, queriendo escapar de mí. Cada calle que veía pasar desde la ventana del bus me llamaba en son de intentar salvarme del sufrimiento al que me sometía sin estar obedeciendo órdenes por parte de mi madre. Vi aparecer la clínica como una enorme y amenazadora nave nodriza espacial, y entré en búsqueda del pabellón de odontología, rezando al cielo que este cerrado por reparaciones o algo así. Me presenté decidido ante la secretaria y con un valor inexistente pronuncié mi nombre para que me pudiese buscar entre los pacientes responsables que aparecíamos en la lista de citas. Me senté en la sala de espera como quien se sienta en un tribunal de justicia, esperando ser juzgado por un complicado crimen, con apariencia dura y fuerte pero lleno de miedos y arrepentimientos. Era pues un huevo crudo.

“Señor Jiménez, el doctor lo espera en el consultorio número 2.” Quise seguir pareciendo soldado y me paré con soberbia para subir al segundo piso, donde se encontraba el consultorio. Una vez que crucé la puerta de la sala de torturas el huevo se rompió y estoy seguro que el dentista pudo percibir que un niño grande había ingresado. En ese momento se me escapó una lágrima hacia adentro que buscó lograr una comunicación telepática con el único ser que hasta el momento me había ayudado a lidiar con las inyecciones y los temerarios hombrecitos de batas blancas, mi mamá. Sentí vacía mi mano derecha al recostarme sobre el plástico blanco y rogué nuevamente a los seres celestiales que me cuiden. Pasé por el chequeo y el anuncio de un par de curaciones trajo al presente los episodios de mi memoria que únicamente me auguriaban un sentimiento, dolor.

Cuando era niño los taladros y las inmensas agujas anestésicas eran personajes principales en las pesadillas de mis pesadillas. Aún hoy no entiendo por qué, con tanto avance tecnológico, nadie ha cambiado o aligerado el sonido de los taladros de dentista, y es que incluso antes del contacto con el diente, por culpa del sonido, de niño yo ya lloraba. Ni hablar de la jeringa que, con mucho esfuerzo y un poco de disloque, entraba en mi boca y se incrustaba en la superficie más dócil de mi cuerpo. Recordemos cuánto dolor nos causa mordernos la lengua o un cachete al masticar, hasta los adultos más fuertes derraman dolor por los ojos. Todo esto, sumado con la incomodidad que sentía al tener las enormes manos del dentista dentro de mi pequeñísima cavidad bucal de niño, hacía que los dentistas sean peores que el cuco al momento de no querer terminar mi sopa. Claro que como dije antes, con mi madre prendida de una de mis manos, todo cobraba un cierto sentido de “necesario y seguro”.

Ese día estaba solo. No tenía a mi mami por ningún lado y los instrumentos que pude ver rápidamente mientras la enfermera me cubría con la capa eran los mismos. ¡Carajo! ¿es posible que hayan pasado 10 años y la tecnología se haya visto impedida de mejorar o cambiar los elementos de trabajo dental? Vi a la avispa metálica acercarse a mi boca y me entregué totalmente al destino. Absorbí el fatalismo de todas las culturas del mundo y dejé que mi camino sea escogido por el que ahora se disponía a trabajar a socavón abierto en mí.

Nunca me dijo nada. La enfermera jamás me dirigió la palabra más que para informarme de los costos. Fue una situación impersonal y vacía de todo sentimiento de solidaridad hacia este noble forastero que lo único que quería era que, al igual que en su niñez, alguien le vaya informando del proceso que ocurría sobre sus huesos. Normalmente, en situaciones incómodas, apelo a mi ingenio y cómica improvisación, ironizando las cosas y robando sonrisas en busca de la construcción de un ambiente de confianza. Cuando trabajan en tu boca no puedes decir ni “auxilio”. Yo continuaba a la espera de una explicación, algún dato que me hablara de mi estado, una mísera palabra de información, un chiste, lo que sea. El dentista fluorizó el último de mis dientes y se retiró como se retira el jefe de la cama de hotel que acaban de compartir con su secretaria, rápido y callado.

Me levanté y me apresuré a salir de ese cuarto blanco y muerto. Quería alejarme, al son del temblar de mis rodillas, de ese lugar que aún de grande me amenazaba de muerte. La enfermera me dirigió por segunda vez unas cuantas oraciones y me sugirió que reserve mi cita próxima lo antes posible, faltaba una curación y una sacada de muela. “¿Qué?” Fue muy fácil para ella terminar su trilogía de la comunicación conmigo diciendo “la radiografía muestra que la muela del juicio te está saliendo chueca, el doctor recomienda sacarla”. Bajé las escaleras pasmado. Claro, la sesión que acababa de terminar no me había causado dolor alguno, pero sacar un diente es un recuerdo de sangre y llanto que tengo grabado en el disco duro de mi memoria con una etiqueta que dice “prohibido borrar”. Me presenté nuevamente frente a la secretaria y pedí mi próxima cita, “¿El doctor no puede por la tarde? Bueno póngame por la tarde con otro porque antes no puedo, solamente falta realizar una curación y NADA más.”

Estoy seguro que jamás hubiese podido ser yo un soldado. No soy una persona de tendencias hacia el enfrentamiento físico y le tengo miedo a cosas tan cojudas como los peces y las alturas. Temer, es bajo mi limitada concepción “respetar para prevenir consecuencias dañinas”. En una guerra viviría trepado en un estratégico árbol y no me movería de la rama más cómoda, no muy alta pues moriría deshidratado de tanto orinarme de miedo. Dejaría pasar los años que dure el enfrentamiento sin llegar a tener contacto con el suelo. Moriría de hambre, pues los monos me robarían lo poco que cerca de mí fuese comestible. Apagaría mi radio por la bulla que causaría mi búsqueda y que revelaría sin ninguna duda mi posición. En conclusión, yo sería la causa de un nuevo kilómetro cuadrado perdido.

Nuevamente me encuentro frente a la encrucijada que causa dejar que mis pensamientos fluyan. Yo empecé esta entrada refiriéndome a los temores en general, incluso realicé unos apuntes que seguiría durante el avance de los miedos que tengo y lo que ES en realidad el miedo de la gente según mi consideración. Me parece, y seguro que a Sigmund también, que si mi paja mental de hoy se desvió y extendió demás sobre un sub-tema del conjunto que quería tratar, es por una razón primordial. Le tengo pavor a los consultorios médicos, veterinarios y hasta a los centros de cura espiritual. Quise hablar sobre otros miedos pero la temerosa aventura que abrió la entrada y los recuerdos que ésta desempolvó me llevaron por el sendero literario que desembocó en este párrafo final. El martes tengo que volver a la clínica y sé que la curación que falta es mínima, que no va a demorar más de 5 minutos, que mi vida no depende del verdugo de blanco que ese día veré, que los adultos no temen a otros adultos que tienen como fin curarlos, sin embargo también sé que llegará el día y tendré miedo. Desde ya estoy asustado. ¿Mami?

domingo, 11 de noviembre de 2007

Responsabilidades

Hace un par de semanas la hedionda selección de “fulbo” peruano jugó un partido, entre semana, contra un equipo mucho más organizado y profesional. Recuerdo claramente el día porque 2 de mis profesores de la universidad dejaron sus salones sin dirigente, cada uno con una excusa extraña e incoherente. Me pareció increíble ver la facultad de comunicaciones tan vacía, como una calle del viejo oeste americano al mediodía (hora de duelo), con todo y su bola de paja rodando empujada por el viento. No había ni un alma intelectual entre los pabellones y parecía que alguien hubiese puesto pausa a la rutina estudiantil en ese lugar. Por algún rincón se insinuaba la voz de un comentarista radial y me pude enterar de lo que hubiese podido intuir sin bola de cristal ni escupitajo de chamán; Perú estaba perdiendo. Ahí me percaté de lo extraño que puede ser el comportamiento humano. Perú siempre pierde, sin embargo vivimos esperando estos “gloriosos” encuentros de finales predecibles para abandonar absolutamente toda responsabilidad y sentarnos frente a una pantalla, dispuestos a un suicidio más de nuestro amor a la patria.

Hace medio año me embarqué en una travesía mochilera con un amigo al que ya conozco hace bastante tiempo, un caricaturesco individuo que carece de todo nivel de compromiso responsable hacia la vida. En diversas oportunidades había sido presa yo de su “quechuchismo” (de la coloquial frase “que chucha”) y conocía de antemano la posibilidad de que podríamos chocar por esta diferencia primordial entre nuestros comportamientos. Óscar vive eternamente delegando al mundo las cosas que él tiene que hacer, entregando culpas a terceras personas y situaciones con el objetivo de terminar siempre como comenzó, inocente. Trabajamos juntos en Brasil y pude ver más de cerca su “pasapiolismo” (de “pasar piola”), resumido en la pregunta; “¿Para qué trabajas duro si no nos pagan por eso, sólo por trabajar?”. En ese momento recordé su macro-impuntualidad y entendí de una vez por todas que jamás podría encontrarlo sentado en una oficina cumpliendo con un horario de deberes laborales, asumí incluso que hasta nació después de los 9 meses, ¡Pobre madre suya!

Su nivel cero de compromiso contrasta totalmente con mi sobredosis de tareas asumidas diariamente. He aprendido a intentar alejarme de ciertas actividades para evitar sumar una más al saco de responsabilidades que diariamente hago subir de peso. Cuando me enrumbo en un proyecto universitario grupal, siempre acabo realizando todas las partes del trabajo por temor a que los demás no lo hagan con el interés que lo hago yo. No puedo, en muchas oportunidades, otorgar responsabilidades a otras personas por miedo de cruzarme con más Óscares. De esta forma absorbo la totalidad de los roles que rodean cualquier tarea en la que me meto, por esto es que evito (sin éxito) tareas nuevas, que significarían una variedad de roles más a asumir. Quizá por esta diferencia de concepción de lo que es un “deber” es que Óscar y yo nos llevamos tan bien, como Pinki y Cerebro.

La responsabilidad cobra significados diferentes con tan sólo cruzar una que otra frontera geográfica. He podido observar en Brasil reacciones hacia una obligación que en el Perú resultarían extrañas para muchos. La liberalidad de las garotas al engancharse con un chico diferente cada noche expresa con total claridad la condición de palomas libres al viento que todos los días interpretan. Tan fuerte es esto que en Brasil hay un verbo que resume un encontrón de una sola noche, “Ficar”. Este término resume lo que es una normal y cotidiana relación sin ataduras amorosas ni de nombres entre 2 individuos dispuestos a entregarse íntegramente a una relación sin un futuro mayor al de unas cuantas horas y otros contados besos. “Eu sou de niguem, eu sou de todo mundo e todo mundo e meu tambem” (una canción muy popular en este acalorado país).

Para explayar un poco más el tema anterior voy a declarar mi extraña reacción a la relación de pareja con hijos en la tierra de la samba. Tener un hijo en Brasil es tan normal como jugar al fútbol y usar tanga en la playa. Edad mínima; desde que cruzas la calle sólo. Lo extraño no es solamente que tengan hijos a por doquier, teniendo una industria de preservativos tan grande, sino que los tienen por aquí y por allá en diferentes hogares. Un padre brasilero no vive en un 80% de los casos con sus hijos, los ve ocasionalmente y su responsabilidad con ellos se limita casi a una salida semanal, si no es posible nadie se escarmienta. Personalmente considero totalmente atroz la posibilidad de tener un hijo y verlo menos que a un eclipse lunar, pero en la tierra de Pelé uno puede tener hijos “ficando” y dejar el asunto olvidado.

La responsabilidad es una cosa extraña e históricamente importante. A través e los textos encontramos personajes que son responsables por tratados y guerras, originados por ambiciones y demás actitudes que encarnaron con el cargo que les tocó representar. Un caso muy peculiar sobre la responsabilidad es el de la lamentable y genocídica eliminación de judíos en Alemania Nazi.

Era un sistemático orden de aniquilación en el que nadie era el culpable directo de nada. Las cámaras de gas estaban organizadas de tal forma que se necesitaba un enorme número de soldados alemanes para activarlas. Razón; al tener a tantos involucrados el sentimiento de culpa disminuye y nadie puede ser juzgado por el crimen, ya que entre tantos cualquiera podía ser el responsable. Así, el que llevaba a los judíos a la cámara no era el mismo que los hacía entrar, ni el que conectaba la cámara, ni que preparaba el gas, ni que presionaba el botón, ni que autorizaba la ejecución, etc. De esta forma se delegaba y delegaba la responsabilidad y nadie era al final de cuentas responsable de más que poner un grano de arena en la playa. Parece jalado de los pelos, pero así lo sentían.

Esto refuerza la milenaria cadena del “yo no fui”, voy a apelar a mi experiencia personal una vez más para soportar el tema. Vivo con mi padre y mis 2 hermanas pero por alguna razón mi padre siempre ha jugado con la posibilidad de que él haya tenido un hijo más que vive en la casa pero que no conoce. Éste es el culpable de diversos platos rotos, postres desaparecidos y cosas sucias por ahí; lo hemos llamado “nadie”. Nadie nos acompaña desde siempre y creo que es el hijo mayor de la familia. Son muchísimas las cosas de las que se le culpa y algún día quisiéramos poder celebrarle un cumpleaños, lamentablemente no sabemos su edad exacta, parece incluso un hijo heredado. Si algo se pierde o se rompe, mi incrédulo padre pregunta sobre el tema y llega siempre a una incómoda conclusión, fue “nadie”.

¡Qué tema tan complicado este! Todos somos responsables de muchas cosas que no quisiéramos tener bajo nuestra tutela (excepto Óscar que sólo es responsable de lo que ha hecho, no de lo que hará). Yo me tracé como deber este blog y cada domingo me siento obligado a escribir sobre un tema diferente, con lo que no complazco más que a 3 lectores. No encuentro razón principal para seguir escribiendo, sin embargo mi innata necesidad de TENER que hacer algo me trae cada semana a publicar diferentes locuras que cruzan mi mente. Seguramente tengo otras cosas más importantes que hacer y las estoy dejando atrás en mi jerarquía de deberes, pero este blog es mi responsabilidad auto-otorgada y lo demás tiene que ser tratado a su tiempo. Es responsabilidad ahora de mi hermana dar una ojeada a mi ortografía, y un deber mío pasar este documento de Word a la “world wide web”.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Épocas

Las personas somos las creaciones más complicadas que existen, incluso más difíciles que aprender japonés en braile. Cuántos no nos hemos topado con gente que se nos presenta de una manera y en ocasiones llega como mutada, como si realmente la luna y la posición de los astros determinara de qué color va a ser su día. Personalmente siento a los adivinos de las bolas de cristal y a todas las maquiavélicas trabajadoras del tarot como elementos sobrantes y aprovechadores de las sociedades modernas. Puedo entender la necesidad que había en tiempos pasados por intentar describir el mundo de formas místicas, pero hoy sabemos que las cosas no pasan simplemente porque una estrella se encuentra más cerca de la tierra. Gracias a la ciencia pudimos explicar fenómenos climáticos y de reacciones químicas, pero lo que no podremos saber jamás es por qué las personas nos comportamos de una manera un tiempo y de otra totalmente distinta en otro momento.

Han habido oportunidades en las que yo también he sido presa de estos cambios temporales, estas encarnaciones de sentimientos que hacen que mi comportamiento varíe dentro de una gama de posibilidades de amplia extensión. Actualmente me encuentro rodeado de libros y demás elementos estudiantiles provenientes de mi situación de aplicado estudiante, sin embargo, hace muy poco era un libre trotamundo que buscaba únicamente experiencias prácticas nada teóricas.

Estudiar me atrae por la inmensidad de ignorancia que poseemos todos y que crece cada vez que aprendemos algo nuevo. Semana tras semana absorbo separatas y textos universitarios buscando enriquecer mi capacidad de resolver exámenes y así poder darle un empujón a ese promedio ponderado que en tiempos de iniciación comencé a construir con cimientos algo cadavéricos. Me apodero de las primeras carpetas de cada clase y enfoco mi total atención en los individuos de rojos lapiceros y lo que sea que digan que pueda evitar las cruces rojas y acrecentar los “checks”. Asisto religiosamente a la totalidad de mis cursos y cumplo con una racha de puntualidad inexistente incluso en la cadena de pizzerías Domino´s. Las cosas no siempre fueron así.

Hoy leo y me intereso por entender lo que el mundo intelectual me brinda, antes me preocupaba básicamente por vagar. Despertaba cuando mis ojos tuviesen ganas de comenzar el mundo. No tenía responsabilidades y mi única decisión importante en el día era con respecto a lo que almorzaría. Vagabundeaba por las calles y casas de mis amigos, llegando tarde a muchas clases y hasta faltando a otras. No quería entender a ningún vejestorio y enciclopédico profesor, llegando a considerarlos como seres que vivieron demasiados años sumidos en el mayor aburrimiento. De esta forma no leía ni las instrucciones del monopolio y mi mundo de letras se limitaba casi exclusivamente al chat. Increíble pensar cómo en épocas tan cercanas he podido pertenecer a polos tan distintos.

Casi enlazada con mi temporada de “Don Gato” comenzaron mis días de “Wild on ME”. Las fiestas eran obligaciones nocturnas y no importaba que sea lunes de exámenes parciales o viernes santo, yo religiosamente recibía el sol de la mañana con una enorme cantidad de alcohol en la sangre y los oídos zumbando como resultado de los bits y bajos de algún discjockey. Era miembro honorario del club de los señores de la noche, del escuadrón de la cebada, de los que sabíamos todas las leyes de la amistad de Pilsen. Las barras de los bares se convirtieron en mi confesionario y testigo de interminables anécdotas, los escenarios de las discotecas eran mis aspiraciones, la cerveza mi elixir de faraón.

Las cosas cambiaron repentinamente y mi Charlie Sheen redujo su nivel de ingesta involuntaria de humo y lo reemplazó por gotas de sudor derramadas por mi esfuerzo. No es fácil cambiar la noche por el día, más difícil aún es dejar la juerga y deportizar una vieja costumbre. Mientras que antes podía pasar jornadas enteras reencarnado a un vikingo, despertarme regularmente temprano para participar de alguna actividad física nace de un escondido rincón de mi alma. Tengo una rutina diaria de ejercicios que complemento con otros de mayor intensidad durante la semana. En ocasiones descarto la posibilidad de amanecer resaqueado y desparramado en la puerta de mi casa para poder despertarme a las 10 de la madrugada y entrenar. No abandoné del todo la farra, la tengo reducida y encerrada con un mínimo derecho a visitas.

Cuando pasas gran parte de tu vida a partir de la media noche, volteas tu horario y los murciélagos se vuelven tus compañeros de rutina. Tanta fiesta y amanecida te llevan inevitablemente a contar millones de ovejas y ser caricaturizado con una cantidad de “Z” que ni el Zorro podría tallar. Dormir es uno de los placeres del hombre, es un necesario y vital descanso del mundo, es desaparecer y punto. Es muy fácil dormir de más, solamente hay que ignorar la vida, muy simple en realidad. Pasar horas filosofando en una cama y observando las figuras que en el techo se dibujan puede ser adictivo. Claro que para poder mudarse al planeta de los sueños uno tiene que ser totalmente irresponsable, no trabajo, no estudio, no, nada.

Enrumbarse en el río de las responsabilidades implica sacrificar horas de sueño. Estar totalmente activo corriendo de lugar en lugar puede ser una inocente cura para la adicción al sueño. La cama que tanto recibió tu tiempo se vuelve un aeropuerto de escala en un viaje en el que abundan las cosas para hacer. Se extrañan sí unos minutos extras entre las sábanas; sin embargo, los resultados de las actividades dirigidas son frutos de dulce sabor e interminable goce.

En algún momento de mi vida fui de los que creen en los rojos corazones y adoran los vuelos de las mariposas entre la iluminada visión del arco iris. Escribía a las flores y corría imaginariamente por campos verdes sujetado de la mano de una inexistente pero prometida mejor mitad. Creía en el amor como Dios cree en Dios al punto de considerar totalmente obligada mi inscripción en la lista de espera de los matrimonios del universo. Cometí muchas hazañas en nombre de dulcinea y derramé una que otra lágrima entre sueños de desgarradoras características de novela mejicana. Actualmente mi consideración de la “mejor mitad” está tergiversada y dividida.

No niego nada y soy tan transparente como una gota de lluvia. Saltar de ser un enamorado del amor a un lujurioso diablillo fue cosa que tomó varias rojizas rupturas. Poco a poco pude descifrar los códigos de comportamiento e instrucción que rigen el “Gremio del pirata”. Aprendí la diferencia entre una enamorada y una “amiga cariñosa”. Comencé a enumerar listas de esta segunda categoría al punto de armar sistemas de salidas. Aprendí de algunos antiguos corsarios las formas de captación y reclutaje, tuve tutores que me explicaron el mundo de la lujuria y dejé que mis impulsos escojan mi dirección. Todo traía sin duda muchísima gratificación física pero dejaba interminablemente vacío el espacio en mí que inconscientemente siempre querré llenar.

Puedo examinar más variaciones de comportamientos temporales y encerrar ese conglomerado de actitudes en un extraordinario computador. Teclearía combinaciones para pedir una retribución informática y analítica de lo que presento, tratando de descubrir algún patrón de orden o desarrollo de una conducta a su antónimo. Mi maquina soltaría inmediatamente un papel con los resultados y la absurda respuesta me dejaría perplejo en mi insignificante lugar en el laboratorio: “SER HUMANO”. Es parte de nuestra esencia ser impredecibles y pasar de una época a otra. Nada manda con absolutismo lo que envuelve nuestras extrañas reacciones al mundo, por lo menos así lo considero. Estoy sentado frente a un computador reflexionando sobre lo que he vivido hasta ahora, lo que es poco comparado con lo que me falta por vivir. Extraño algunas épocas, quiero salir de otras. La cuestión que está en el juego de identificación es ¿cómo?

domingo, 28 de octubre de 2007

Bricheros

Beto es un egresado de la facultad de administración de la Universidad de Lima. Desde que lo conozco vive metido en la organización de eventos y fiestas en las que la gente se desprende de sus inhibiciones y disfruta por una noche el poder ser profundamente dueña de sus errores. Aparte de su trabajo (y el carro que hace muy poco aprendió a manejar) él tiene una fijación innata por las mujeres de los países del norte. Vive corriendo atrás de una y otra turista rubia buscando perpetrar el encuentro encamador que lo llevará a tachar un palito más en su lista de pasaportes. Lo he visto babear y volver a la adolescente efervescencia hormonal cuando una fémina de nacionalidad desarrollada cruza su línea de visión, al punto que me intenta arrastrar a la persecución que tiene como único fin poder despertarla al día siguiente con un leve movimiento del codo. Este fin de semana Beto me convenció de ir a una reunión la noche del sábado, bajo la promesa de encontrar a las protagonistas de Wild on E!. Pese a que volví a mi casa relativamente temprano y que mi codo estaba al día siguiente en el lugar de siempre (bajo mi almohada), pude analizar a los Bricheros que invadieron la casa de extranjeros.

Cuando me crucé por primera vez con este sustantivo me emocioné en curiosidad y fui atrás del origen de la palabra. “Bridge” en inglés significa puente, “bridgear” (o brichear como se pronuncia) no es nada más que la verbalización castellanizada del término, representando la acción de armar un puente. Ésta es una estructura simbólica, no física, construida entre el país del brichero y el de la gringa. El puente tiene como objetivo final que el sudamericano cruce de un lado al otro satisfactoriamente, previa obtención de visa y arreglo de estadía. Así tenemos millones de bricheros en el mundo (por más que la palabra es latinoamericana) que buscan repetidamente su ascenso hacia la punta de la pirámide. No siempre el autóctono personaje logra armar y cruzar su puente, la mayoría de las veces todo queda en un par de días de manutención en la ciudad donde la turista fue conquistada.

El miembro de esta comunidad tiene ciertas características que se repiten entre sus compañeros que se encuentran dispersos por los países del sur. Tiene un forzado “look” que lo retrocede más de mil años en el tiempo en algunos aspectos y lo adelanta nuevamente hasta su época en otros. Se ven pues hombres vestidos con un jean Calvin Klein (fruto de su última conquista) y un llamativo collar de conchas, incaicas en nuestro caso, que expresa su condición de producto nacional. Maneja una diversidad muy amplia de idiomas, pero es requisito indispensable que ninguno sea fluido. Así encontramos bricheros que hablan un poco de inglés, de alemán, de francés, italiano y alguno que juega con la posibilidad del portugués; siempre poco y nunca más de lo necesario, como para permanecer siendo latino sin llegar a parecer demasiado educado como para ser domado. En una esquina de su habitación siempre hay una mochila “ todo terreno empacada”. Ésta, pese a su dimensión reducida, tiene todo lo necesario como para sobrevivir climas que varían desde un deshidratante desierto hasta la más helada de las punas. Todo por si acaso la gringa se lo quiere llevar de paseo para que le caliente el cuarto en el frío.

Beto representa algunas de las características de los bricheros, pero no lo es. Él considera que el hecho de que una mujer sea extranjera implica necesariamente que ésta es bonita (la palabra que él usa es “rica”). No es posible que una mujer de nórdica nacionalidad sea fea, no en su cabeza. De esta forma niega absolutamente la posibilidad de la existencia de una “gringa desabrida”, yo la postulo. Hay de todo. Así como hay peruanas (ecuatorianas, chilenas, etc.) bonitas y sorprendentes, hay estadounidenses (francesas, alemanas, suizas, etc.) que son sin lugar a dudas totalmente desagraciadas (como un cono de helado de agua). Beto se indigna cuando digo eso y cuando lea que lo escribí me llamará la atención inmediatamente pidiendo una retracción. Su problema no es primordialmente que sean o no bonitas las nacionales (aunque sí lo es en cierta forma), sino más bien que no son tan “asequibles” como las liberales alienígenas. Me ha repetido muchas veces que no ve la posibilidad de conocer una mujer, pasarse de tragos y amanecer con ella al día siguiente siendo esta peruana, “no es posible”. Sin embargo a las gringas (alega) “no les tienes que parar la juerga, al toque te atracan”. Discrepo en cierta forma, pues conozco el carácter recatado de algunas latinas, pero acepto que hay un poco más de libertad y desinhibición en la personalidad de las europeas y norteamericanas. Detalles, no estipulaciones finales por si acaso.

Cuando viví en la playa de Montañita-Ecuador fui acogido por la “Asociación de Buitres Ecuatorianos” (APEC). El buitre es un ave carroñera que se encuentra en constante búsqueda de un pedazo de carne para calmar su hambre. Los de la APEC dominaban el pueblo y corrían de un lado de la calle al otro, atravesando hoteles y clases de surf para acercarse a la preciada sangre azul de sus presas. Yo sí he tenido mi línea de conquistas de habla inglesa, francesa, etc., pero no era el objetivo más puntual de mis días. La APEC tiene incluso un himno que puede ser escuchado en youtube, es cuestión de curiosear. Lo más resaltante de los buitres ecuatorianos es que mantienen un espeluznante respeto por los bricheros peruanos, especialmente por los que han recibido su maestría en la ciudad imperial del Cuzco.

Ésta es la ciudad madre de los bricheros del mundo, la sede de los "puenteros" internacionales, el Edén. Beto me repite mil veces que prefiere unas heladas vacaciones en Cuzco antes que unos fallidos intentos en nuestro propio paraíso veraniego; Máncora. “Ya he ido a Máncora, no pasa nada won, yo sólo levanto en Cuzco” (propondría él). Nuevamente discreparía con él, pero no es un tema sobre el cual pueda yo intentar manipular su pensamiento, ya lo tiene tatuado todo en su convicción. La reciente condecoración que recibió Machu Pichu como maravilla del mundo es uno de los más ansiados logros de los bricheros, la carnada ya no es sólo conocida sino también REconocida ¡hurra!

La reunión de la que hablé al comienzo estaba repleta de gringas y bricheros, cada uno más particular en su coqueteo que el otro. Beto estaba feliz e iluminado pues su enamorada (una estadounidense) salía de trabajar a las 2am y pronto sería hora de recogerla. Yo no quería nada más que encontrarme en algún lugar escuchando reggaeton, saliendo así de ese ambiente de “The cure” y “The Clash”. Me escabullí, cual Alan García de una entrevista de Bayli, y me fui a mi casa. No soportaba más ver a algunos de estos individuos, que en cualquier otro lugar de la ciudad habrían sido cacheteados por una peruana, jactarse ahí de ser “Adónises” representantes de la masculinidad latinoamericana.

En el fondo (muy en el fondo) el bricherismo es una forma de buscar desarrollo (no como el neoliberalismo, pero válido en fin). Es un anhelo por una vida mejor; algunos estudian y trabajan, otros brichean. Beto no es brichero, no busca construir su puente. Él hace su vida por su cuenta y es responsable por sus logros, a diferencia de los que he descrito en esta entrada que se acoplan a la vida que alguna extranjera proponga para ellos. No es un acaparador de oportunidades buscando escalar la cadena de supervivencia humana a través del aprovechamiento de su condición de “Hecho en el Perú”. Jamás buscó ser mantenido por una gringa ni mucho menos que se lo lleven como “Ekeko” de recuerdo a sus países. No es nada de lo que mencioné como característica primordial de los bricheros, pero Dios ¡cómo le gustan las gringas!

domingo, 21 de octubre de 2007

Valientes

La historia está llena de figuras de héroes y demás coragidos que lucharon por diversas causas y que hoy en día son mártires en canciones y demás textos histórico literarios. Cada libro y enciclopedia abarca un sinnúmero de valientes que dieron su vida por motivos tan nobles como la libertad de un pueblo o la defensa de un ideal. Basta con escribir unos cuantos sinónimos de la palabra “héroe” en un buscador de Internet para llegar a un ilimitado número de vínculos de personas que en el pasado realizaron las acciones más reconocibles y crudas en pro de la humanidad y sus vertientes. Sin embargo, todo lo que encontraremos será información de personas que “existieron”, “hicieron”, “sufrieron” y “murieron”, en muchas oportunidades en contra de la voluntad del funcionamiento de sus cuerpos.

Me encontraba sentado en el asiento de copiloto de una combi cuando el conductor fue cerrado por otro y se resignó a aceptar el hecho diciendo “ya no existen los valientes, esa época ya fue”. Millones de nombres volaron por mi mente y recordé instantáneamente las hipócritas plazas dedicadas a hombres que fueron condenados por sus ideas y acciones a favor de la humanidad. No sólo “todo tiempo pasado fue mejor” sino que “en todo tiempo pasado los hubo con más cojones”. Hemos aprendido históricamente a guardarnos los huevos en una bolsa imaginaria, como cuidándolos de ser aplastados, y dejar que la corriente nos lleve donde nos quiera llevar. Son casi fantasmas los que hoy en día profetizan algún cambio o alguna novedad que pueda molestar a las personas con poder. Michael Moore sabe mucho de esto.

Este documentalista estadounidense es famoso por haber presentado muchas quejas en contra de la globalización, las grandes corporaciones, la violencia armada, la invasión a Irak y políticas del gobierno de Bush, todos temas de suma delicadeza en Norteamérica. En su última película, Sicko, se menciona el caso de una CASI heroína que fue censurada por el poderosísimo gobierno de ese país, Hillary Clinton. Ella lanzó una campaña para la mejora del sistema de salud de E.E.U.U. durante el gobierno de su esposo, el “oral” Bill Clinton. Su campaña dio con piedras y palos a la empresa de seguros en general, logrando generar una pesadísima polémica y, claro está, agredir a las grandes corporaciones que la conforman. Resultado; Hillary Clinton tuvo que abandonar el tema y resignarse a ser una sumisa primera dama a la que los cachitos le crecían medio centímetro cada día (esto último no tiene nada que ver con el asunto pero quise ponerlo por puro capricho). Si la esposa del presidente de los Estados Unidos no puede ser valiente, entonces ¿quién?

Todo, como decía desde un principio, viene del pasado. Tantas personas murieron realizando sus hazañas que ya nadie está dispuesto a morir igual, porque realizar una hazaña de este tipo es un sinónimo directo de muerte. Veamos algunos casos para entender a lo que voy.

El hombre más sabio de su época fue tan sabio que se le condenó a muerte por “despreciar a los dioses y corromper la moral de la juventud, alejándola de los principios de la democracia” (www.wikipedia.org). Sócrates, ante la acusación por parte del estado al que pertenecía, aceptó la condena hasta el último de sus días, en el que pudo haber cambiado de opinión y seguir siendo dueño de su vida. Por el contrario, fiel a la idea de que lo que hacía no tenía nada de malo, el hombre más sabio de Grecia murió ingiriendo el veneno correspondiente a la pena de muerte que le fue impartida. Esto muestra pues 2 posibilidades importantísimas y de diferentes calibres; sigue tus ideales hasta el fin o adáptate a lo que la mayoría se adapta. Sócrates, uno de los valientes de los que hablo, decidió morir estando seguro de que no estaba infringiendo ninguna ley y es hoy en día considerado uno de los mayores pensadores de la cultura occidental, lo que demuestra con mayor fuerza que no estaba equivocado en lo absoluto.

Durante siglos se consideró a la tierra el centro inmóvil del universo, hasta que alguien propuso algo diferente y retante. Galileo perfeccionó el telescopio durante el renacimiento y percibió ciertos movimientos espaciales que le sugirieron que el centro de la tierra era en realidad el sol (teoría heliocéntrica). La sociedad inmediatamente atacó a este hombre con visión, sobretodo los defensores del modelo geocéntrico de Ptolomeo. Hasta el final, Galileo intentó probar su teoría, pero no pudo contra la opresión por parte de una institución que tenía planteado en su “estatuto” principal lo contrario. Este hombre tuvo que resignarse a pasar el resto de sus días, aunque siguiendo con sus estudios, privado del goce primordial de la libertad. Increíble lo que la iglesia católica logró (si no lo escribo en mayúsculas no es por error).

Sócrates fue condenado por el estado, Galileo por la iglesia. Estas 2 grandes e históricas instituciones son las más opresoras que el mundo ha visto nacer. Durante siglos papas y obispos han condenado todo tipo de pensamiento científico que cuestione cualquiera de las creaciones “divinas”. El hombre fue creado de la tierra y no por un proceso de evolución, el universo se creó en 7 días y, aún no sé exactamente qué papel juegan los dinosaurios en la biblia ¿los toman en cuenta? El estado por su parte (como institución en general) tiende a suprimir cualquier tipo de oposición que ponga en riesgo su doctrina con sólo mencionar una posibilidad de cambio. Desde Sócrates hasta nuestros días, estados han luchado por mantener su hegemónico orden interno atacando a las contra ideologías en vez de considerarlas y adaptarlas de ser necesario a sus regímenes. Entonces es obvio ¿Cómo pueden haber valientes si las 2 instituciones más grandes del MUNDO se dedicaron durante el avance de la historia a suprimirlos uno por uno, usándolos como ejemplos de lo que no se debe hacer?

Es muy fácil para un estado culpar a alguien de algo no deseable, y condenarlo a desaparecer junto con su propuesta alternativa. Arthur Miller escribió una obra de teatro sobre una cacería de brujas en Salem Massachusetts, la que era a su vez una alegoría sobre el Mccarthismo anti-comunista de la década de 1950 en Estados Unidos. Durante la obra se aprecia cómo cualquier tipo de visión diferente a la de la época que representa era considerada acto de una bruja, seguida de un juicio simbólico y su respectiva condena.

“Así se inició lo que sus oponentes denominaron como "caza de brujas". Gente de los medios de comunicación, del gobierno y algunos militares fueron acusados por McCarthy como sospechosos de espionaje soviético o de simpatizantes del comunismo. Apoyándose en una fuerza de entusiastas anticomunistas, alimentándose de la delación, adquirió un poder considerable. Su actividad destinada a desmantelar eventuales infiltraciones de agentes comunistas en la Administración pública se extendió pronto a los laboratorios de investigación y a Hollywood. Los empleados públicos debían hacer frente a un control de lealtad que costó la carrera a varios de ellos.” (www.wikipedia.org)

De esta forma Mccarthy se deshizo de la oposición llamando a todo el que se le opusiese “comunista”. Arthur Miller lo expresa con mucho mayor sarcasmo en su obra “The Cruicible”.

Quizá el último verdadero valiente fue AL-Yaseera. Este corresponsal de noticias de la HOY conocida así cadena de noticias de Irak cometió el último gran acto de valentía y estupidez. Durante la Segunda Guerra del Golfo, las oficinas de esta cadena de noticias sabían por informaciones filtradas que su sede sería víctima de un bombardeo por parte de “La Johnny” (como se le dice a E.E.U.U. en Ecuador). El personal entero fue evacuado del local, menos una persona que aceptó voluntariamente su rol de comunicador hasta el último minuto que pudiese. Todo esto días previos a la entrada de La Johnny a la capital Iraquí. El reportero se mantuvo emitiendo desde su posición en tiempo real, contando al mundo entero cómo, “en breves minutos”, su emisora iba a ser destruida por una bomba. De pronto la señal se cortó y la estación como tal dejó de existir. Como reconocimiento a este coragido, la cadena retomó luego su misión bajo el nombre del desaparecido corresponsal, AL-Yaseera.

Podría dedicar muchísimas páginas a las menciones y recuentos de actos heroicos (desde el punto de vista que se quiera ver) y aún así no conseguiría renacer a ninguno de ellos. Ya no existen los valientes. No importa quien oprima, hay opresión. Es considerado absurdo luchar contra lo que ya fue dictado. Me siento rabioso y adrenalinizado mientras escribo estas líneas por tener que descartar a tantos personajes que tengo en mi block de notas. Sufro por dentro al ver cómo millones de ideas, que luego probaron ser verdaderas y justificadas, costaron las vidas de los que las estipularon y considero muy posible el hecho de que los que murieron hace muy poco en un futuro sean justificados también. Implosiono amargura, me indigno de ver el camino que la humanidad sigue y que definitivamente no puede haber sido escrito por los seres racionales que juramos ser. Pese a todo esto, mi reflexión es también la de un cobarde más que presenta una queja que no se extiende más allá del punto final de su última oración. ¿ya no existen los valientes? Si un chofer de combi no me lo decía, no me hubiese percatado.

domingo, 14 de octubre de 2007

Lugares

“Sometimes you want to go where everybody knows your name, and they're always glad you came. You wanna be where you can see, our troubles are all the same, you wanna be where everybody knows your name.”

Es madrugada de viernes y por primera vez después de 2 meses estoy camino a un bar que definitivamente marcó mi vida. Un local de esos que piensas que siempre van a estar ahí para ti, pero que de la noche a la mañana alguien desaparece y te hace notar que no es un lugar más, sino un pedazo de tu vida. Recuerdo los episodios de la clásica serie de televisión norteamericana “Cheers”. Veo en mi memoria a un personaje entrar al bar y decir “hola muchachos” recibiendo como respuesta una ovación de voces en coro “¡hola Norm!”. Incluso los Hombres G escribieron al respecto, dándole un merecido homenaje a la institución del PUB (Public House) con su canción “Visiten nuestro bar”. A diferencia de ellos yo no voy a pedir que visiten el mío, la experiencia me ha enseñado que lo que es una joya para uno suele ser una cáscara de plátano para otros. Aún así dedico la introducción de esta entrada a la sangre de mis fines de semana, mi recientemente reaperturado Bierhaus.

Mi segundo hogar no penetró mi vida con la facilidad que algunos podrían suponer (así es, tuvo que aplicar alguna técnica absurda como la de “la cabecita nomás”). Caí en ese montón de bancos y mesas de madera un domingo inusual, en plena avalancha de licor y celebración por un mediocre empate de la selección peruana. Me ofrecieron trabajo casi inmediatamente y en mi estado de ebria fanfarronería acepté y derroché mi número. Trabajé durante un par de años entre salidas y retornos, igual que una pareja que va y viene sabiendo que se pertenecen pero insistiendo en probar su barco a la deriva. Tengo los más gratos recuerdos y recibí algunas de las lecciones de vida más eficientes de esa barra apolillada y del aroma a tabaco que vive impregnado en sus paredes. No existe noche en la que yo no abandone cualquier discoteca “X” para volver al bar que telequinéticamente me llama, ese antro que en cuestión de farra me vio nacer. Tengo un rincón sobre el escenario que me pertenece, un asiento inventado sobre un parlante negro del cual observo lo que sucede en mi reino y decido hacia que lado direccionar el resto de mi noche. Cuando lo cerraron me di cuenta que no habían cerrado un bar cualquiera, no era pues una mera cuestión de trámite municipal, era un disparo directo y premeditado a la esquina más inoportuna de mi corazón.

Caí en cuenta que todos tienen su local, sus joyas únicas y propias, sus segundos hogares. Esto tiene diversas variaciones y puede reflejarse en algunos de los lugares que mencionaré y que alguien reconocerá como suyos también. El espacio más insignificante y vergonzoso llega a representar también un trono de reyes pasajeros. El baño maneja una combinación de obligada asistencia y extraño confort que no todos aceptan al aire pero que gozan en privado. No me refiero a la comunidad de baños en general, sino a ese en particular que todos tenemos en los lugares más insólitos.

La Universidad de Lima tiene 2 baños por cada piso de los más de 30 que deben haber sumando los de todos los edificios de las facultades, una formidable suma de 60 baños con 3 asientos cada uno. Yo escogí (o quizá él me escogió) uno de los 3 WC del baño de hombres del primer piso de la biblioteca como mi centro de reflexión silenciosa. Ahí llego a pasar varios minutos entre clases, asumiendo mi rol de ser humano y descargando aquello que hasta las más idolatradas modelos de pasarela dejan en el backstage. Sé de memoria lo que está escrito en la parte posterior de la puerta, en ese pedazo de madera que puedo admirar y en el que me puedo perder olvidando hasta las manecillas de mi reloj. En esa esquina estoy cómodo y seguro, tanto que algunas de mis ideas para las entradas de este blog provienen justamente de pasar sentado un par de minutos en ese baño.

Siempre que viajo (y lo hago bastante diría yo) experimento una serie de colchones y sabanas, colchas y almohadas que jamás se comparan con lo que tengo en mi cuarto. He pasado noches en hoteles que tienen más estrellas que un cielo serrano y otros que no llegan a completar la punta de su primer astro. No quiero llevar el asunto a números, pero debo haber dormido en un aproximado de 400 camas, no precisamente por que sea yo un gigoló. Hay algo peculiar en mi viejo colchón, que ya se dobla por el centro adaptado a mi figura, algo en esos resortes que roncan conmigo en la mitad de la noche, en las almohadas que absorbieron y expresan mi olor más personal y en la colcha que tiene la medida y peso exacto para no matarme de calor pero poder mantener el frío a una perfecta distancia. Mi cama ofrece lo que para mí representa un santuario del sueño, tanto que cuando duermo en otras camas sueño con la mía y cuando duermo en la mía mantengo mi fidelidad al soñar con ella.

Muchas veces no es tu cama la que representa tu cielo del descanso. Hay personas que encuentran esa comodidad en algún lado de alguna cama de otra persona. En ocasiones he sido infiel con la idea de despertar en el lado izquierdo de la cama de alguna mujer, he luchado contra el destino y mis horarios para encontrar maneras de dejar a mi cama sola por una noche al cambiarla por un retazo de pasión en alguna cama ajena. El cambio de cama es súper saludable porque te demuestra finalmente que todas las camas ofrecen algo interesante, pero ninguna puede retratar los requisitos que la tuya presenta al pasar las 12. No apliquen esto como metáfora al pedir tiempo en alguna relación, alegando que el cambio de pareja te hará sentir más por la mujer a la que le pides un tiempo; las cachetadas tienden a doler.

Durante una época loca de mi vida viví en Guayaquil-Ecuador. Era un mochilero de alma y traté la vida por otro lugar, conociendo así la playa de Montañita. Tengo en el recuerdo un atrapasueños colgado de un lado de la calle al otro, de un hotel de paja y bambú a otro, de una poste de luz repleto de palomas a otro. El pueblo no tiene más de 3 cuadras de magnitud, y sin embargo me genera un corto circuito emocional cada vez que lo piso por primera vez (he ido más de 10 veces llegando incluso a pasar 6 meses viendo sus atardeceres). No sé si es la mezcla de nacionalidades que curiosa por ahí diambula, o si son los espectáculos de fuego que la calle brinda en la noche y en los que en diversas oportunidades me he ganado el almuerzo del día siguiente. Ignoro totalmente por qué el mar es más rico sobre el litoral Montañense, las razones por las que un beso expresa amor en esas arenas y lujuria sin sentido en cualquier otro lugar. La verdad de las cosas es que tampoco quiero entender, prefiero atribuir a Montañita una suerte de magia que nadie podrá quitarle científicamente. Después de todo, si un bebé nace inconscientemente amando a su madre, yo nací amando Montaña instintivamente antes de conocerla.

Tengo algunos sellos en mis pasaportes (el viejo y el nuevo) que podrían causar una envidia saludable en cualquier persona que me cruce. Siento que conozco un poco más de lo que debería (si es que es posible), con respecto a lugares y culturas. Todo parece indicar que mi lugar predilecto es cualquiera menos el mío, pero a veces las evidencias apuntan hacia lo que no es. Existe una jerarquía de lugares en mi vida, una lista que es encabezada por el que me vio nacer y que quisiera me reciba en su tierra cuando muera (como dice el sambo Cavero). Amo Lima con toda la capacidad de amar que me sobra después de considerar que la tengo que compartir con mis padres y la capoeira (mis hermanas y el resto de mi familia se han de sentir atacadas por la falta de inclusión en este comentario, la verdad es que lo hice adrede). Las últimas 2 horas antes de retornar a mi ciudad son siempre las más largas de mis viajes. La familiaridad de su clima y el reconfortante acento urbano que aquí encuentro llenan mi pecho de aire y de respeto hacia los que fundaron lo que es hoy en día el lugar más importante de mi vida. Puedo particularizar más la cosa y decir que AMO también mi distrito, Miraflores. La helada brisa marina del invierno y la cercanía de mi segundo hogar (Bierhaus) muchas veces me han dado sonrisas que ni la playa más calurosa de Río de Janeiro me pudo hurtar. Cruzar el parque Kennedy un domingo por la tarde me hace caer en cuenta que estoy contento donde estoy y que el mundo puede ofrecerme un sinfín de ciudades para vivir, pero que ninguna me va a satisfacer como mi Lima querida, a la que siempre quiero regresar y regreso.

domingo, 7 de octubre de 2007

Mujeres

“Los hombres nunca vamos a entender a las mujeres. ¡Es obvio! ¿Quién puede entender a un ser que voluntariamente se arroja un puñado de cera caliente en el cuerpo, espera que se seque y se arranca los bellos desde la raíz? Eso debe doler. Sin embargo le tienen miedo a las arañas.” Jerry Seinfeld

Tengo que advertir que en algunos comentarios de esta entrada estaré columpiándome peligrosamente por el filo del machismo, sin que sea intencionado, pero es que la susceptibilidad femenina así lo considerará. Para los hombres será una foto del mundo en que vivimos. Amo a las mujeres y estoy muy de acuerdo con lo que declara Ricardo Arjona cuando se pregunta “¿Qué habría escrito Neruda? ¿Qué hubiera pintado Picasso, si no existieran musas como ustedes?”. Considero que fue el mejor trato que el hombre hizo con la carnicería del cielo, una ganga excelente que mañana haríamos todos de nuevo (menos los que prefieren carne del mismo género, gente que nunca entenderé). No veo mejor oferta que hubiésemos podido recibir, una costilla a cambio de un lomo.

Son una mezcla perfecta entre absoluta excelencia y enigma. Los hombres intentamos e inventamos mil maneras de participar en esta investigación, que trata básicamente sobre qué podemos hacer para entenderlas mejor. Yo tengo algunas teorías que sugieren una cierta aproximación a lo que son, pero desde ya advierto que no salvarán del suicidio a ningún caballero que barra sus ojos sobre mis palabras.

El término amor fue acuñado por alguna de ellas a través de la historia. Nosotros caímos en el juego (voluntariamente y con mucho gusto) pero tendemos a perder siempre por nuestra concepción básica de lo que creemos que es, un juego. Ellas por otro lado lo consideran una religión sin Dios. Están dispuestas a sufrir y vivir en la eterna búsqueda de alguien que comparta la misma fe que sostienen. Nosotros, que posiblemente después de esta entrada lo sigamos considerando un juego estratégico, apelamos a lo material y mundano para tratar de acumular puntos en un marcador que no existe. Lamentablemente estas propuestas tangibles solamente descarrilan a algunas de su devoción, otras conocen las tentaciones del diablo (o LOS diablos) y consideran estas manifestaciones evidencia de que no somos lo que deberíamos ser. Las mujeres son amorosas desde el estornudo que dan hasta la uña que se cortan, siempre estarán buscando caer en los brazos de algún Romeo que las haga levitar al cargarlas a través de la puerta. Unos cuantos minutos de estudio sobre teología del amor podrían quizá resolver algunas de nuestras más redundantes dudas sobre el sexo débil, que ha probado ser más fuerte y difícil que un candado sin llave.

Es por esta afiliación dogmática al mismo fin que las mujeres siempre serán cómplices perfectas. No importa la diferencia de edad que tengan dos chicas. Puede ser que el día de mañana le presentes a tu madre (que ya rebasó la base 4 hace algunos años) a una chica con la que estas comenzando a salir (de unos veintipico), pensando ilusamente que así podrás añadir una ventaja de goles a tu marcador. De alguna forma todo se vuelve en tu contra. Ellas llegan por instinto a alguno de esos defectos con los que te sientes totalmente tranquilo. Lo comentan e intentan pronunciarse sobre las soluciones al respecto, las mismas que jamás se te consultarán pero que te serán impuestas. Esta “sociedad liberal” que ahora forman amenaza con alterar la oferta y demanda de tu vida. Tu capitalismo diario se ve afectado por imposiciones y demás eventos en los que te involucran, vas entrando en un estado de inflación emocional y ya no sabes qué hacer. Por un lado te entran unas ganas inimaginables de desafiliarte de tu chica, pero por el otro el Banco Central de Reserva se siente tan identificado con ella que correrías peligro al hacerlo. Como asesor “eco-relación-omico” sugiero lo más sano para tu mercado interno, al final de cuentas cualquier inversionista va a ser aceptado después por ese BCR que tiene prescrito en sus estatutos la tendencia a la asociación. Después de todo, si fue al baño con una va a ir al baño con otra, la historia lo comprueba.

Después de un amplio número de relaciones formales e informales he llegado a una conclusión que pocos tragaran, las mujeres son todas niñas cuando están desnudas. No por sus actitudes ni por sus inhibiciones, pero sí por como se les ve. No importa que minutos antes halla tenido el escote más exuberante y la minifalda más pecadora del planeta, una vez que la ropa interior da lugar al breve contacto de las sábanas todas las mujeres cobran imagen de niña. Debe existir alguna relación entre esa desnudez que las trajo al mundo y la que percibimos cuando la provocamos, podría sugerir que sus cuerpos (excepto los de las mujeres que salen en películas pornográficas, pero aceptémoslo, esas personas son alienígenas) hacen una regresión holográmica en el tiempo como respuesta a la amenazadora situación, la verdad no lo sé. No tengo idea cómo pasa, pero se vuelven niñas, por lo menos así se les ve. En oportunidades pienso en el origen de esta capacidad camaleónica y resumo todo a una palabra, ternura.

Son tiernas desde que nacen hasta que te roban el último suspiro. Es que ser tiernas y dulces forma parte de sus mandamientos. Estos no están tallados en piedras en ningún remoto lugar del medio oriente, pero sí en sus genomas, en su esencia.

Me veo obligado a plantear algo más que meras similitudes compartidas, pues también son diferentes. Las diferencias se reflejan básicamente en sus culturas y nacionalidades. Todos sabemos que no se puede comparar a una Argentina con una Boliviana (lo siento por lo que te tocó Bolivia). Desde las exuberantes y fiesteras garotas, las angelicales bailarinas de tango, pasando por el carácter recatado de las Chilenas, la liberalidad de las europeas y el exoticismo de las asiáticas, las diferencias afloran y se agrupan en conjuntos que facilitan alguna clase de clasificación. No es que sean unas mejores que otras, sino que cada una complementa lo que debe complementar según su papel espiritual. Nadie combina un helado de vainilla con mayonesa, pero que bien que va con las papas fritas ¿Me entienden? Estamos hechos como extensiones los unos de los otros (hombres con mujeres nada más, porque con dos hombres sobra cable y con dos mujeres no hay qué enchufar).

Los hombres nos despertamos día tras día con la misión de intentar hacerlas felices, dejando de lado nuestro objetivo final de comprenderlas para por lo menos hacer que nos pinten en día de brillo con una sonrisa. Todo el mundo de la moda está basado en este sistema de sonrisas potenciales. Para los hombres hay short y pantalón; para ellas falda, pantalón, vestido, minifalda, falda 3/4, mallas, y un sinnúmero de etcéteras. Pero vivimos contentos con eso, ¡Claro pues! Nosotros lo inventamos. Los diseñadores más famosos del mundo juntan sus ideas creativas para responder a esta necesidad masculina de que el mundo femenino sea mejor. Nacen todos los días nuevas modalidades de blusas y camisetas que repletan el primer piso de Saga Fallabela, dejando un miserable medio segundo piso para nosotros. ¿Nos importa? En lo absoluto, nos sentimos logrados al ver lo lindas que se ven cuando se ponen lo que otros hombres zurcieron para su felicidad, hombres que de tanto intentar pensar como mujeres para descubrir lo que les gustaría usar, se vuelven maricas. Más para el resto de nosotros.

Lamentablemente no es tan fácil la cosa. Este “resto de nosotros” no tiene idea dónde está parado ni hacia dónde debe ir a hacer qué. Somos una multitud de extraños que quiere lo mismo y que reacciona químicamente al aroma de un perfume femenino (que seguramente creamos también para que estén más contentas). Es que estamos siempre en caminos paralelos, ellas rezando y nosotros disparando o pateando alguna pelota tratando de lograr una impresión positiva. Qué absurdo, ellas se vuelven niñas mientras menos tengan encima y nosotros niños mientras más nos disponemos a soportar para sorprenderlas, desde disfraces hasta profesiones (así es doctores, esa va para ustedes. Nadie soporta sangre voluntariamente).

Recapitulo mis innumerables intentos de sostener relaciones y caigo en un limbo de cuestionamientos. No sé qué hice mal ni qué hacer mejor en el futuro, nadie me lo dijo. Tengo contradicciones mentales cuando me atrevo a siquiera considerar que alguna de ellas es más entendible, pues un lado de mí sabe que nada tan bueno es real. Veo fotos de alienígenas en Internet y poco a poco llego a una conclusión que aunque debería asustarme, me reconforta. Podemos llamarlas locas y odiarlas en momentos de incertidumbre, apelar a adjetivos negativos cuando nos sentimos traicionados, socorrer a nuestro ego después que una mujer nos abandone por algún adonis alienígena, pero basta que pase otra con su endiablado perfume para que aceptemos que los hombres no podemos vivir sin las mujeres. ¿Será igual al revés?

domingo, 30 de septiembre de 2007

Personajes

Vivir está muy relacionado con escribir. Cada día es una página que dejamos atrás y que recordamos con cierta nostalgia e incertidumbre mientras nos alejamos capítulos más allá. Todos somos pues protagonistas de nuestros libros, y muchas veces los relatos de uno u otro cuento se juntan momentáneamente para dar inicio a párrafos compartidos entre diversos actores. No me encuentro (considero) ni siquiera cerca de la primera mitad de mi libro, pero sí considero que he encontrado diversos personajes casi caricaturescos que merecen un análisis pesado, como para darles una resurrección instantánea en mi cabeza y pegarlos en el chicle de mi memoria. Esta entrada no trata pues al personaje principal de mi vida, pero sí a los personajes ornamentales que en diversas oportunidades han merecido mi “masturbación mental”.

Recuerdo cristalinamente haber hecho una cola de 11 horas en un terminal de trenes de Santa Cruz (Bolivia). Estaba camino a Río de Janeiro, y había escogido el camino terrestre para ahorrarme unos cuantos reales en transporte. La fila era larga y yo tenía una posición privilegiada por sobre algunos sin suerte que llegaron temprano, pero no lo suficiente como para haber tenido que dormir en el suelo abrazados de sus mochilas, caso contrario al mío. Entre el montón de personas que había detrás de mí, un singular personaje brillaba de tal manera que resaltaba por sobre el escenario.

Era un hombre de tez alba, gorro de paja gastado, un overall de jean sobre una camiseta que en algún momento fue blanca. Tenía una larga paja en la boca, que masticaba constantemente como extrayendo algún líquido de su interior. Sus ojos celestes y amenazantes chispeaban de su rostro de psicópata. Era pues un granjero de dibujos animados mezclado con Jack el destripador. Lo comenté con mi compañero de viaje y decidimos nombrarlo “Jonás el ermitaño”, no imaginamos que esa persona pudiese tener habilidades de comunicación con nadie sin objeto de homicidio. Jonás el ermitaño nos miraba fijamente. Siempre que lo volteábamos a ver, ahí estaban sus ojos láser apuntándonos casi listos para atacar. Inventamos historias de cómo había llegado a ser lo que es, antecedentes criminales de los que había tenido que esconder en alguna lejana granja donde los caballos están colgados degollados en medio de la sala. Gracias a Jonás las 11 horas de espera se hicieron más aguantables, espeluznantes pero llevaderas.

En otra oportunidad, ya en Lima, vi salir del cine a una mujer espectacular. Volveré a ella después ya que al personaje que me referiré ahora es al que salió justo cuando el sol iluminó la salida del cine y que cogió su mano. Era un hombre que debía haber recién entrado a los cuarenta años, y que sin embargo atrajo la atención de chiquillas y mujeres jóvenes que por ahí pasaban.

“Maximus Pepus” (del Latín inventado por mí; Hombre de la pepa máxima) fue creado por Dios en el sétimo día, ilusos los que creyeron que descansó. Odiado por muchos, idolatrado por otras, es inspirador de pasiones escondidas y calladas, objeto de envidiosos pensamientos, modelo perfecto de “Macho” y sin embargo civilizado atractivo masculino. Maximus Pepus puede arrancar un comentario positivo de un hombre sin que éste se sienta descarrilado hacia los bordes de la homosexualidad (“¡Por Dios qué hombre!”). Puede hacer brotar sentimientos de infidelidad entre las mujeres más felizmente casadas, y sin embargo no producir culpa. Tengo algunos viajes estampados en mis pasaportes, y puedo decir con muchísima seguridad que Maximus Pepus es un fenómeno internacional. En cada país, en cada lugar donde el sexo alguna vez ha sido practicado, hay un derrochador de excitación caminando por las calles. Lo curioso es que no tiene una edad determinada, pero sin embargo siempre se las maneja para ser mayor que yo. Este ser tuvo que aguantar siglos de opresión por parte de la iglesia (que temía perder a sus monjitas y la existencia del noveno mandamiento), lo que es una irónica broma de su creador, como quien busca generar un problema que ha prohibido. Lo cierto es que está ahí, los hombres lo odiamos, buscamos excusas para llamarlo “gay”, y sin embargo todos quisiéramos ser él.

La mujer que Maximus Pepus tomó de la mano aquel día en el cine que abrió el párrafo anterior era espectacular, la reconocí enseguida. Debo decir que he trabajado en 2 de los gimnasios más reconocidos de Lima, y sobran en nuestra capital las “Tías fitness”. Ocupan las elípticas mientras sus maridos están en sus trabajos, y las salas de operaciones cuando estos vuelven a sus casas para acompañar a sus hijos. Ellas son eternamente jóvenes, no conocen el sentido de la vejez y alimentan su ego cuando un veinteañero las mira con fines de memorizarlas bien para recordarlas en algún estilante baño. Siempre están a la moda, muchas veces antes que las universitarias más jóvenes, que en el futuro se convertirán en Tías fitness. ¿No las ven? Pues acudan a cualquier sala de spinning a las 8 de la mañana, o a algún gimnasio de categoría alta antes del mediodía y verán manadas de Tías fitness desfilando frente al counter en el que alguna vez trabajé, dejando a los recepcionistas ebrios en deseo y torpes en babas.

Una noche estaba caminando por el boulevard de Barranco en busca de algo que me enganche a uno de los bares que por ahí abundan. Óscar (el que estuvo conmigo en la cola del tren) me acompañaba, y de la nada un amigo suyo se acercó a saludarlo. Tenía una historia espectacular de cómo había escapado de un chifa por la puerta trasera para evitar una pelea que él mismo había originado. Contó que sus contrincantes se habían multiplicado y que destruyeron un carro estacionado en la puerta porque él, de loco, había dicho que era suyo. Una semana después este personaje se me acercó en Larcomar, totalmente sudoroso y exaltado por una pelea que acababa de...sí, originar. Así una y otra vez “Mechaman” me contaba, en estos encuentros azarosos, sobre la pelea que acababa de tener o la que iba a armar con alguna persona. Practicante de muay thai, Mechaman tiene el ojo del tigre tatuado en el alma. Lo curioso es que es tan flaco como Don Ramón y aparenta no poder culminar una riña con una cucaracha. Se toma a pecho cualquier tipo de insulto cariñoso que alguien le pueda disparar y tiene innumerables primas que protege de los hombres que abundan en la carnívora noche. No quisiera ni imaginar que sería de los cazadores si Mechaman tuviese una hermana, por suerte no la tiene. Mi consejo, aléjense de sus primas.

Montañita es una playa en el litoral ecuatoriano donde los turistas extranjeros y los artesanos hippies se juntan eternamente bajo un manto de humos para compartir el mar. Nunca conocí a tantos personajes como en ese lugar, y uno en particular resume lo que esta playa representa para muchos. Era una linda española que había llegado de la mano de un artesano y percusioncita peruano. Bailaba ritmos africanos como poseía por un Dios nigeriano, golpeando los pies contra el piso y haciendo reverencias a la luna que alimentaba su fuerza interna. La “Mujer tierra” estaba convencida de que la pacha (tierra) era la que nos daba todo y que debíamos respetarla para vivir en armonía con ella, jamás debíamos molestarla porque temblaría. Lemanjá (Dios del mar) le enseñaba la importancia de la colaboración y enfatizaba la dualidad del mundo para ella. Los bailes la hacían sudar para demostrar que aún sobre la tierra el elemento agua se presenta impactante. Los 4 elementos rigen su vida, el Ayahuasca la ayuda a entender mejor el mundo y meditar más sobre la humanidad. No es broma, ella estaba convencida de todo esto y de más cosas que no recuerdo. Mi opinión, ya quemó.

Como juego de distracción muchas veces mezclo a mis personajes en historias totalmente irreales. Creo así pues un encuentro entre Maximus Pepus y la prima de Mechaman. La Tía fitness abandonada en su casa comenta con su mucama, la Mujer Tierra, sobre las clases del gimnasio mientras Jonás el ermitaño corta el césped y planea el asesinato de todos. Jonás no sabe la pelea que le toca con Mechaman, cuando este último se asome por ahí en busca de su adorara prima número 17; quizá esto sería más viable en un capítulo de Dragon Ball.

Hay muchos más personajes que adornaron y adornan mi vida. Escogí estos como principales porque son de alguna manera los que más me impactaron. Los traigo a mí constantemente para tener vívido el momento y lugar que compartí con ellos (Maximus Pepus se me presentó en Brasil, Argentina y Estados Unidos también). Soy extremadamente nuevo en mi libro, y sin embargo quisiera que alguien me adelantase algo sobre los seres que vendrán a firmar su nombre en mis páginas. Quién sabe, de repente alguien por ahí me tiene en su memoria como uno de los personajes que le brindaron analítico entretenimiento en algún momento. “¿ Pajerus Mentalus?”.

domingo, 23 de septiembre de 2007

Expresiones

Si un extraterrestre encontrase un diccionario de la Real Academia Española y lo estudiase al pie de la letra, podría quizá intentar viajar al planeta tierra e investigar un poco más a la humanidad de habla hispana. Él cruzaría confiado la galaxia y probablemente practicaría una que otra palabra en su trayecto interestelar. Aterrizaría en un país costero, muy cerca del mar como para esconder la nave bajo la masa de agua y se intentaría acoplar a su objeto de estudio adoptando forma humana. Se cruzaría inmediatamente con una persona a la que llamaría entusiasmado, confiado de poder poner en práctica su recientemente adquirida capacidad de habla. Le diría “hola” y recibiría como respuesta “Habla causa ¿qué novelas?” Este pariente de E.T. volvería resignado y confundido a su nave para despegar en búsqueda del planeta en el que se habla el idioma del que leyó en el diccionario. ¡Qué dilema!

Las pequeñas diferencias en cuanto al uso de algunas palabras en puntos geográficos diferentes se conoce como dialectos. Dentro de estos mismos pueblos o ciudades hay otra variante idiomática que cambia de acuerdo los estratos o grupos a los que pertenecen las personas, los sociolectos. Así pues tenemos que las jergas pertenecen al primer grupo y se pueden dividir en sub-jergas que pertenecen al segundo. Pobre extraterrestre no tuvo peor suerte que aterrizar en un país tan confuso como el Perú. Hay palabras que utilizamos diariamente y que podemos intuir de dónde provienen. Jergas como “calato” (originaria del idioma Runa simi/Quechua) o “rosquete” (alusivo al orificio extremadamente dilatado entre la comunidad homosexual) son entendibles y no causan mayor confusión a un foráneo cuando se les explica.

Volvamos al caso del desafortunado extraterrestre del primer párrafo ¿Cómo le explicamos algo que nosotros mismos no entendemos? ¿Qué tiene una persona que lo asemeje a una “causa”? Si nos remontamos al origen de la causa llegaríamos a la época de la independencia del Perú. Las tropas no tenían qué comer y San Martín pidió al pueblo en el que se encontraba que alimentasen a su ejercito libertador. Este pueblo, conmovido por las razones de fondo, juntó todo lo que tenía (principalmente papa) y logró crear este plato típico de la culinaria peruana. El encargado de la misión “llenar panzas” llegó donde el general y le dijo “por la causa”. Ahora ¿tenemos cara de libertadores todos los peruanos? Me parece extremadamente inquietante como se nos hace tan natural que nos llamen así, no me imagino llegando donde un amigo y diciéndole “habla papa a la huancaína”. Ya cuando se dice “habla cuñado”, el receptor del saludo debería comenzar a preguntarse qué ha estado haciendo su hermana últimamente, sin embargo deja que la frase pase como pasan muchas otras diariamente. No sé ustedes, pero a mí sí me interesa saber en que anda mi hermana.

No nos conformamos con palabras, no, el intelecto peruano es tan inrejable que adentramos en el mundo de la creación verbal e incurrimos en la fabricación de frases. No puede dejar de sorprenderme la naturalidad con la que pedimos compañía con la frase “hazme la taba”. Descuarticemos esto para ver si lo entendemos mejor. “Taba” alude a la marca peruana “Bata”. Es que es de gran normalidad que en nuestra sociedad se volteen las palabras para salir de la rutina; pon-ja, ta-cuen, ño-ba, etc. (por citar unos ejemplos). Entonces “confeccióname el zapato” significa “acompáñame” ¡locura! ¿Cuándo se tergiversó así el lenguaje? No me cuestiono en son de queja, pero es que quisiera saber por qué digo lo que digo. Si me quiero amarrar el zapato y tengo un libro en la mano, no le diría a mi hermana “brasiere” en vez de “sostén” para que me sostenga los libros ¿o ya se puso de moda eso?

Cuando las palabras las adaptamos de otros idiomas, como quien copia un examen a la distancia y sólo entiende lo que cree entender, es muy simple la cosa. Puedo pues entender cómo a un guardián se le dice “guachimán” (del inglés “Watchman”: hombre que vigila), Popeye a una caricatura (del inglés Pop eye: ojo tuerto), burguesía (del francés bourgeoisie) y revolución (del libro de Carl Marx significando re-evolución), esta última sí que la entendimos mal. Pero aplicando este método, la palabra “cachar” (tener relaciones sexuales) ¿vendrá del inglés “catch”? ¿Significará en realidad “la atrapé”? Desconozco (mayormente, jaja) el origen del uso de este término, pero lo que más me resume la cantidad de artimañas que los hombres aplican para poder llegar a la encarnación de la palabra misma, me sugiere con fuerza que estamos tras una “atrapada”. No creo que este sea el origen pero “cachar” (atrapar) así cobra algún sentido.

También veo la relación entre las palabras; chupar-tomar (es que el alcohol en el Perú lo absorbemos como un bebé a una mamadera) y bomba-borrachera (porque al día siguiente es como si algo en ti explotó la noche anterior) pero y “chela” ¿qué? Si tuviese que inventar alguna relación directa, diría que alguna vez en la historia existió una famosísima modelo de cervezas llamada Chela, la primera sin duda en ponerse un Bikini en las propagandas de Cristal. Chela robó el aliento de más de un peruano a tal punto que todos corrían al bar más cercano en busca del estado de ebriedad más pronto, como para poder escapar de la realidad en la que vivían y encontrarse con Chela al otro lado ¿me creen?

Una mujer ya no es considerada guapa, es; “cuero”, “churra”, “rica” (este lo entiendo, lo comparto y repito como si fuese papa frita). Con respecto a los hombres estas palabras se masculinizan y se encuentran en un conjunto al que también pertenece el término “piedra” ¿Cuándo una piedra pasó a representar facciones masculinas atractivas? ¿Qué tiene que ver un pedazo de cuero con una silueteante dama que puede hacerte hasta chocar tu carro por culpa de la raja de su falda? Camino por la avenida Larco, paro en el Manolo´s y no veo cómo un “churro” puede ser un hombre. Sin embargo me llama al teléfono una amiga y me dice: ¿”churro” cómo estás? (no porque lo sea pero en una situación de cariño amical).

Cuando comencé esta entrada pensé que podría, con un poco de suerte, investigar y encontrar ligaciones entre lo que decimos y lo que queremos expresar. Excedo mi usual número de párrafos y me encuentro en el mismo lugar de la encrucijada en que estaba cuando partí en mi aventura. A diferencia de mi amigo el extraterrestre yo sí conozco el significado de las jergas peruanas. No sé la razón por las cuales usamos las palabras que usamos, ni porque cada día aparece una nueva sin procedente alguno, “witch” por ejemplo. Es que si aparecen palabras es básicamente porque alguien las esta inventando, pero ¿quién? Un profesor de redacción me enseñó a evitar el uso de preguntas retóricas en un texto informativo. Lo único que podría decirle a él es que este texto nació con la intención de informar, pero que terminó siendo una enorme bola de nieve de preguntas irrespondibles. “Ahí nos vidrios”.

domingo, 16 de septiembre de 2007

Relaciones

No era la primera vez que salía a tomar unas cervezas con mi padre. Debo admitir que tampoco han sido muchas las oportunidades en las que hemos adormecido nuestros sentidos al son de música de bar y botellas marrones de dorados contenidos. Quizá por esto, cada vez que la situación se repite hay cierto aroma de cómica picardía en la dupla que formamos. Esta vez nos acompañaba mi hermana; no toma pero ese día logré imponerle un par de daiquiris de fresa con la típica excusa “yo no tomo solo”. Esa noche cantaba una lindísima mujer y no pude evitar fotografiarla más de una vez, como quien intenta robar un fragmento de su esencia con una foto. Terminó de cantar e igual que la semana anterior, dejó el escenario y se dirigió a darle un alardoso beso a su enamorado.

No soy un fiel creyente de la fe amorosa. No escondo tampoco el hecho de que varias veces me he encontrado sujetado de la mano por mujeres que llenaban esa repisa de mi vida que usualmente está con telas de araña y polvo, pero aún así acepto que soy un “evitador”. Hay quienes están obligados por un sentimiento interior a tener una persona con quién compartir sistemáticamente las lunas llenas. La frente les suda frío cuando saben que pasarán un domingo solos sin esa casual llamada telefónica que usualmente contestan con la palabra “amor” en la primera oración. Son pues enfermizos personajes que no aguantan el peso del término “soledad”. No los culpo, por eso examinaré sus diferentes lazos o etapas.

Todo comienza con lo que la sociedad ha denominado como “amigos cariñosos”. Es una especie de tratado sin firma, relación sin nombre formal, momentos de pasión y dulzura compartidos sin ataduras. Los amigos cariñosos mantienen romances esporádicos, no tienen deudas con sus pseudo-parejas y sin embargo sí guardan cierto nivel de fidelidad al lazo que comparten (algunos). Es usualmente así como se forman las relaciones estables más duraderas, en este lapso de “amistad con derechos” las personas se dan un tiempo para conocer mejor las razones que los unen, es obvio que antes de comprar un carro hay que probarlo bien (más aún si vas a ponerle nombre prometiendo no manejar otro). Una pareja como esta no es de las que le presentas a tus padres, prefieres evitar que tu madre se encariñe con ella o que tu padre comience a odiarlo antes de que realmente deba (en el caso de las mujeres). Todos han tenido (o mantienen) amigos cariñosos, nadie puede decir que no a esto, y si al leer estas líneas estas negando mentalmente, probablemente tengas menos de 18 años.

Después que el tiempo da pase a una costumbre construida, la frase “¿Quieres estar conmigo?” salta usualmente de los labios masculinos del par. Los antiguos amigos firman un documento virtual y suben un peldaño en el podio de las relaciones. Las agarradas de mano son ahora hechas públicas y los padres de cada uno llegan a percibir de una manera más directa que sus hijos se han subido al crucero del amor. Las salidas con los amigos se vuelven menos usuales y crece el número de encierros nocturnos en el libro de notas de turbios hostales. Ella lo comenta cariñosamente con sus amigas y él alardea de las cosas que le hace cuando las luces son más tenues de lo normal (todo por MSN por supuesto). Quizá lo más recomendable sea pasar la mayor cantidad de tiempo en esta etapa, conociendo los defectos, que como dice Arjona “al principio eran perfectos”, peleando estratégicamente como pulseando la selva virgen de los insultos, viendo como son las cosas en la realidad que aparece mientras se descascara la primera ilusión (como la cebolla que nos arranca lágrimas con cada pedazo que se le cae o retiramos).

Con los testículos de hamaca en la garganta y las manos sudando optimismo, el hombre tartamudea la segunda pregunta más importante de su vida hasta ese momento (la primera fue claro “¿Vendes p-r-e-s-e-r-v-a-t-i-v-o-s?”) y los enamorados se embarcan en un crucero más largo y probablemente terminal. Hay quienes llegan a la punta del podio con un personaje más en la novela (no me refiero a los amantes que también hay, sino a un “planeado” hijo). Los matrimonios tienen como fin ir amoldando los cimientos de la familia que crean y poco a poco consolidan sus “¡sí!” con esfuerzos y manteniendo la adepción al “hasta que la muerte los separe”. Se puede entrar en costumbre, pero los recuerdos de viejas pasiones reencarnan en esporádicos encuentros de lujuria que encariñan las arrugadas pieles que el tiempo deja y que nadie quiere tener. Ser un esposo o una esposa no es estar muerto, así que déjenme decirles lo que es obvio; si tus padres están aún juntos, con toda seguridad todavía lo hacen. ¿Alguien dijo "ajj"?

Pero no todo es con una escalera sin más escalones que los planteados. Por ahí algunos deciden trepar por la pared o quedarse en el primer peldaño. Los hinchas solemnes de la soltería están dispersados por los alrededores del podio, en busca de un oportuno y escueto ingreso a las peleas de las relaciones. Han sido tantas veces “el otro” que se toman a pecho el trabajo y deciden que a eso se dedicarán. No los culpen, muchas veces un amante puede arreglar un matrimonio.

Yo miraba a la cantante del primer párrafo y envidiaba al que recibía su beso. Me pregunté durante varios minutos en que escalón se encontraban, si era totalmente perdida la oportunidad que yo podía tener con ella, si podía detectar cierto cariño casi matrimonial entre ellos. Aún sumido en mis soñolientos sentidos, acepté nuevamente mi pérdida y decidí retirarme (ella ya se había ido así que deduje que ya no la podría conocer) para continuar con mi noche. Mi padre y mi hermana se habían ido mucho más temprano, dejándome babeando la barra en la que apoyaba mi Cuzqueña (que pasó a ser Cristal en mi recuerdo y Pilsen en el recibo que encontré en mi pantalón). Me tambaleé hasta la puerta y recibí una llamada, una amiga cumplía años y yo tenía ganas de bailar con una mujer. Llegué a la discoteca en la que me citó y pude saludar casi en el momento que bajaba del taxi a su enamorado y sus amigos (todos hombres). Miré el reloj de mi celular y me di cuenta que era la ocasión perfecta para estar viendo una película semidormido con mi inexistente enamorada.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Historias

Martín cumplía 25 años y yo, que soy de los que no desaprovechan una buena juerga, estaba ahí con las botellas de Brahma que pasaban por mis manos como pasan los billetes por los cambistas del cruce de Diagonal con Pardo. Había una que otra chica que jalaba mi usualmente periférica visión pero yo seguía con el mismo rollo en la cabeza. Estaba aún bajo los estragos de soledad que me cubrían como un iglú cubre a un inuid (decir esquimal es de mal gusto) y no podía aumentar mi humor por más que me encontraba en medio de una fiesta en plena definición de la palabra. Sabía que lo que había sucedido iba a suceder, que un libro no es eterno y tiene siempre las páginas contadas, que aquella historia que había captado mi total atención no duraría la eternidad que hubiese preferido; sin embargo, quería que Vargas Llosa me envíe vía correo electrónico un par de capítulos más.

Recordé la noche en la que vi como una cámara de NBC hacía un paneo por un departamento vacío y unas letras casi cursivas declaraban el final de la serie Friends. En esa oportunidad también me sentí abandonado por una época de mi vida (larga por cierto). Estaba tan acostumbrado a los personajes y a la historia que los consideraba eternos. Es pues que todos tenemos un sentimiento (pequeño o grande) de pena cuando se nos termina de contar una historia (por un libro, la televisión, el teatro o el cine). Nadie quiere que eso que se inscribió en su vida desaparezca y pase como una ola más en la playa. Tenemos una innata necesidad de siempre presenciar un mundo paralelo (ficticio) como para descansar de nuestra realidad.

Todos inconscientemente queremos ser otros. Vemos películas de acción deseando tener la valentía de esos Shwartzeneggers y Stallones, pasamos horas leyendo novelas románticas como intentando robar un beso a la icónica protagonista, abandonamos por unos momentos nuestra vida viendo lo que algunos personajes ficticios pueden tener. La frase “el césped es siempre más verde al otro lado de la cerca” resume perfectamente esta característica humana. Podría apostar que un actor como Cristian Meier, con extremada popularidad entre el género femenino, muchísima fama (que de alguna forma se traduce en dinero) y una límpida carrera delante de él, muy en el fondo muere de ganas de en realidad ser el Zorro.

Un claro ejemplo que expresa sin ninguna duda la cantidad de tiempo que pasamos viviendo la vida de otras personas es la serie “24”. Cada temporada de la serie dura exactamente un día en la vida del personaje Jack Bauer. Osea, después de seguir la serie por todos los capítulos que comprenden una temporada, hemos dejado de lado un día de nuestras vidas para ver un día en la vida de otro (admito que ser miembro de una brigada antiterrorista es interesantísimo, pero estoy seguro de que hay cosas más interesantes para hacer). Dejar de vivir para ver vivir es algo que debería preocuparnos, pero que por el contrario nos entretiene y consideramos extremadamente normal.

Lo chistoso es que los personajes de ficción que tanto admiramos y anhelamos también mueren de ganas de ser otros. Joey Tribbiani moría de ganas de ser un actor famoso (a lo Robert De Niro), por más que Matt le Blanc ya lo era y quería ser Joey Tribbiani con tantas ganas que sacó una serie para mantener el personaje después que Friends acabó. Concluimos entonces que hasta los personajes ficcionarios que idolatramos tienen la esperanza de ser alguien más ¡que irónico!

Nos sentamos en una sala de teatro queriendo ser otros a través de los personajes, leemos libros para viajar lejos de nuestra realidad y adentrarnos en una alterna, asistimos a salas de cine con 90 personas más deseando todos poder trepar las paredes de Nueva York y colgarnos de telas de araña, pasamos cientos de horas sobre nuestra cama frente a un Sony o un Sharp haciendo “zapping” por la vida de los demás. Podemos entender entonces por qué miles de personas sintonizan ATV de lunes a viernes a las 9 de la noche (Magaly), comparten las humanas ganas de saber hasta en qué la cagan todas esas personas que quisiéramos ser.

¿Podríamos vivir sin literatura? ¿Necesitamos tanto al cine y la televisión para descansar de nuestras vidas? Lo cierto es que no hay persona que no disfrute vivir por unos instantes lo que otros viven. Hasta las culturas más alejadas de la sociedad moderna tienen mitos y leyendas de Dioses y demás seres que cumplen la función de sacarlos de sus fogatas y cantos (vestidos en hojas) para por un momento imaginar que vuelan o crean las montañas en las que viven.

Después de regresar a mi casa de la fiesta de Martín, aún con ese sentimiento que penaba mi noche, entré a mi cuarto y lo vi. Era un polvoriento y abandonado libro que me prometía unos cuantos días de otro mundo, esperanzas y sueños con los personajes, una nueva historia para querer vivir. Fiel al humano sentimiento de no querer ser yo mismo, abrí la primera página y recé a Alfredo Bryce Echenique que el mundo de Julius me haga olvidar a la tía Julia de Mario Vargas Llosa (como quien quiere olvidarse de una mujer metiéndose con otra) Veré.

domingo, 2 de septiembre de 2007

Cambios

Como experimento decidí salir un sábado por la noche a "discotequear" (si es que puede aceptarse la existencia de este verbo) sin beber ni una sola cerveza. Admito que me sentía como un fanático del golf en la trinchera norte del estadio nacional. Veía cómo la gente bailaba exagerando sus pasos y no llegué a entender el compartido afán de gritar los coros de las canciones en un ambiente donde sólo el DJ decide lo que se oye (acepto que en otra ocasión yo hubiese apelado al griterío también). Todo era normal y nada parecía merecer un análisis "blogsístico" (de nuevo inventando palabras) hasta que vi bajar por las escaleras a 2 niñas. Tuve un breve lapso de curiosidad con respecto a sus edades, recordando mis fallidos intentos en el pasado de ingresar a casinos y discotecas cuando aún llevaba encima el gorrito con hélice de la minoría de edad. Lo que más me impactó no fue el hecho de que estuviesen entre el humo de una discoteca, sino que llegaron a las 3 a.m.

Cuando cruzaba mi último año escolar, conocía ya los viernes y sábados por la noche del clásico boulevard de Barranco. Había entrado a algunos bares y discotecas que ahí modelan sus figuras ante los peatones, pero confieso que era aún relativamente nuevo en el tema de la noche (no bebía nada en el momento). Al pasar el tiempo, esta tendencia a buscar eventos nocturnos y preferirlos por sobre los diurnos fue cobrando mayor espesor en mí. Los fines de semana se fueron volviendo más voluptuosos, incluyendo ahora los jueves, y tengo que aceptar que cada vez más los miércoles luchan por ser incluidos en el concepto de día de juerga. Quizá para futuras generaciones los martes podrían aparecer como un interesante plato para el apetito parrandero. Fue aquí donde entendí por completo lo estipulado por Heráclito: "Lo único permanente es el cambio".

Las 2 chicas del primer párrafo no podían tener más de 18 años recién cumplidos. Ellas bajaban las escaleras a una estratégica velocidad de muestreo y alardeando las recientemente obtenidas y curvilíneas voluptuosidades. Llegaron a la barra y saludaron a 3 tipos de un metro y ochentaipico cada uno, aceptaron un whisky con red bull cada una y se adhirieron a la fiesta como si fuesen el trozo de plastilina que faltaba unir. Pensé en sus padres y en la posibilidad de que desconociesen el paradero de sus hijas (y la hora a la que llegaron), pero me topé con la cruda realidad, las lolitas limeñas eran el relleno principal de las "discopostres" (inventar palabras es otra de las cosas que se aceptan hoy por hoy). Me resigné, en mi posición de sobrio alienígena, a aceptar su participación en la farra y me puse a contemplar las diversas concepciones de las cosas que estas chicas podían tener, basando mi información en lo que recordaba de la televisión y de mis 2 menores hermanas.

El amor en la época de mi tatarabuelo era posiblemente como lo pintan los poetas de antaño en sus magníficas creaciones literarias. Una rosa por cada salida al parque, contacto dactilar después de haber cumplido con una cifra de dos dígitos de citas, un beso después de un par de meses, y de "chuculún" ni hablar (a uno se le podía hasta olvidar como se hacía eso por falta de práctica). Ahora las rosas sirven sólo para ser dibujadas y colgadas en alguna pared, los besos son ofertados al mejor postor de la noche en cualquier lugar oscuro, y el perreo chacalonero ha hecho del "chuculún" un acto casi continuo ligado a este. Acepto que no era ciego ante los cambios de lo que uno no podía hacer antes y que es libre de hacer ahora, pero no lo analizaba con tanto detalle.

El personaje de "La tía Julia y el escribidor" de Mario Vargas Llosa consideraba incómodo un romance con una persona mayor que él por 14 años (18 y 32), ella se sentía vieja por esto. Hoy es de lo más normal que una persona que ostenta la cuarta década de su vida disfrute momentos de cariño y pasión con un veinteañero que irradia juventud. Aún hay quienes se mantienen firmes al clasicismo de las relaciones de pareja, pero cada día nacen más aceptantes. Debo confesar que no hace mucho (a mis pasados 22 años) pude presenciar muy de cerca una de estas "relaciones" por así llamarlas. Ella, una exuberante (definitivamente operada) Ucraniana de 44 años y yo un joven viajero con las hormonas eternamente alborotadas. Como tema aparte, observando algunos matrimonios he llegado a la conclusión de que estadísticamente mi futura esposa se encuentra aún en la secundaria de alguna escuela.

Los menores de edad encuentran cada segundo diversas formas de "chupar", manejar automóviles, entrar a casinos y discotecas, frecuentar burdeles, etc. Esto revela una fuga en la esfera de la adultez, agujero por el cual escolares y quinceañeras pueden echar una mirada al mundo que les depara el futuro cada vez más cercano. Quizá deberíamos crear una brecha de edad (entre los 15 y los 18) en los que una persona pueda ser considerada casi-adulta. Otorgar un pre-DNI a cada uno sería indispensable para reconocerlos como lo que son, un fenómeno cada vez más persistente que escapa a las explicaciones y catalogación del modelo generacional vigente.

Tengo una hermana de aproximadamente 13 años, edad en la que el fútbol y las escondidas copaban mi agenda, que vive cuestionándome sobre los lugares nocturnos a los que voy, las diferencias entre estos, las cosas que veo y las razones por las que llego al medio día siguiente (esta última explicación se la dejo a mi padre). Ella está al constante acecho de una oportunidad para incurrir en el mundo de la parranda, un desliz en mi casa que la deje salir a un bar o una discoteca (por simple curiosidad). La verdad es que pronto la veré recostada en la barra con un whisky con red bull y conversando con Brutus, La Mole y Hulk (personajes que acompañaban a las chicas que abrieron esta entrada). Lo que esta reflexión me deja es una cruda realidad: En un mundo de cambios en el que la adultez es más asequible y cercana para los "niños", la vejez se acerca con persistencia a pasos agigantados y amenazadores a los que hace muy poco dejamos de ser paquitos de Xuxa. Pronto las desubicadas no serán las chicas de 18, sino más bien los seniles de veintipico.

domingo, 26 de agosto de 2007

Miradas

Terminé de hacer una presentación de algo que no viene al caso y me senté en un pequeño muro fuera del lugar esperando que mis compañeros terminen de empacar las cosas. Estaba distraído pensando en qué podía abrir mi blog sin pecar de exagerado ni patán, cuando la vi. No era ella precisamente lo que me hizo abandonar la filosofada y usar mis ojos como escoba para barrerla. Tengo que aceptar que no pensé en su personalidad ni en la posibilidad de que pudiese tener a alguien que la paseara de la mano, lo que hurtó mi atención fue su "derriere". El mundo redujo su velocidad (como suele suceder en estos momentos) y lo único que importaba era ver como su jean describía perfectamente la esférica protuberancia que había robado los colores al resto de la escena. Volteé y me di cuenta de que el chico que estaba a mi costado estaba haciendo exactamente lo mismo que yo, me miró con esa mirada que tenemos todos los cazadores y supe exactamente lo que quería decirme. Es a esto a lo que me referiré en esta entrada.

Los hombres poseemos un código específico de comunicación corporal que utilizamos casi inconscientemente cuando el momento lo amerita. Sabemos qué significado tiene una mirada específica y podemos interpretar un mundo de posibilidades cuando otro llama nuestra atención para observar a una mujer (o a sus partes). Puede que sea un conocimiento innato o socialmente aprendido, una reacción del animal que vive eternamente en nosotros, puede ser mil cosas, pero lo importante es que "ES". Son repetidas las ocasiones y diversos los lugares en los que me he encontrado haciendo uso de este método de comunicación; sin importar las diferencias culturales o de estrato, una mujer digna de ser admirada enciende una conexión entre nosotros y nos vuelve momentaneamente complices y amigos.

Cuando Cristóbal Colón bajó de su carabela y pisó el nuevo mundo, miró al que había gritado tierra, puso en display su media sonrisa y cerró un ojo por un instante. Este otro automáticamente respondió con otro atisbo lo siguiente: "Tienes razón Cristóbal, estas indias están deliciosas". Si Carl Marx hubiese referido sus estudios al materialismo dialéctico del comportamiento "Macho", tal vez se hubiese dado cuenta que hay cosas que no evolucionan jamás. Entrando en mi maquina del tiempo podría regresar a la época de las cavernas y probablemente pasaría hambre (soy pésimo pescando y haciendo fuego con palitos), pero lo que no dudaría es que podría decirle a un cavernícola en menos de 2 segundos que la que acabó de pasar tenía las piernas como para que me aplique un alicate, nos reiríamos y jugaríamos con nuestros mazos (¡los de madera eh!).

Últimamente las mujeres han detectado esta reacción masculina y han aplicado sus formas de extorsión a esta debilidad que compartimos los hombres. La tendencia existente y cada vez más constante de que la ropa muestre más y esconda menos es nada menos que un catalizador para nuestro beeper biológico y una forma de alterar nuestro comportamiento. Saben que las miramos, saben que nos miramos, miran que son miradas y miran que miramos que nos miran al mirarlas. Cada día son más expertas y extravagantes al andar, más estratégicas con respecto a lo que se ponen o la lencería que dejan asomarse de entre sus ropas. Han descubierto y canalizado nuestro código de comunicación macho, lo entienden hasta mejor que nosotros, ¿o no les ha pasado que ven a una chica en una disco y cuando se acercan para sacarla a bailar simplemente desaparece? Te ven cuando las comentas visualmente con tus amigos, ¡despertemos! Nos ven también.

Me encuentro escribiendo estas líneas mientras hago uso del chat, veo las fotos de los displays de mis amigas y confirmo mi posición al respecto. Han dominado nuestros dominios comunicativos y ya no podemos mirarnos con el descaro con el que lo hacíamos antes cuando una mujer se agachaba para recoger su bufanda. Hemos sido expuestos ante el planeta femenino que nos rodea y que está en constante alerta a lo que hacemos con los ojos. No hay gesto que pueda pasar desapercibido, no existe más la exclusiva telepatía masculina en presencia de estos feromónicos seres del mal (o del bien a veces). Algunos son ahora más cautelosos al referirse a una colegiala ocularmente con otros, pero también continuamos los adeptos al comportamiento clásico. Lo cierto es lo siguiente; pueden saber, detectar, y manipular nuestras reacciones. Pueden utilizar nuestro secreto descubierto para inducirnos a hacer diversas cosas. Pueden reír a nuestras espaldas al percatarse de nuestra inocente creencia de que estamos solos en este mundo de miradas, pero lo que no pueden hacer, es evitar que las sigamos mirando y comentando con los ojos.