martes, 22 de enero de 2008

Metas

El domingo quedé en reunirme con unos compañeros para armar una coreografía para un evento que se nos viene en febrero. Yo desperté temprano y emocionado por el desayuno con el que soñé toda la noche, me sumí en una deliciosa ducha de agua fría (para el verano es lo mejor) y salí lentamente de mi casa rumbo al parque Maria Reiche de Miraflores. Bajé del micro unas cuadras antes y caminé como esperando que el reloj se apresurase en marcar la hora del encuentro con los demás. Llegué al parque, me senté y 45 minutos después me di cuenta que había sido plantado por mi staff. Aprovechando que había sol y que tenía acceso a la playa mediante las escaleras que bajan desde el Maria Reiche, decidí quitarme el polo y pasear por la costa a ver qué había sobre las piedras (Miraflores tiene playas de piedras) que compensase mi fracasado ensayo.

Mientras mis sandalias se cubrían con tierra y mi cuello desprendía más y más sudor, recordé todas esas cosas que siempre pienso y que pocas veces comenté con alguien. Todos tenemos esos esporádicos momentos en los que Sócrates nos admiraría y que Freud de alguna manera relacionaría con sueños de sexo animal. Son momentos de curiosos bloques de deseos y miedos que traemos al suelo con nuestra innata capacidad de exigirle al mundo explicaciones que nadie nos da. A continuación detallaré brevemente los recuentos de mi caminata por la lindísima costa Miraflorina.

Cuando uno camina por la playa y ve un par de personas abrazados y besándose frente al mar, esperando con ansias el ósculo del sunset, lo primero que se pregunta es ¿dónde está la mía? Este año cumplo 24 años y no me siento para nada perdido ni mucho menos viejo, pero no puedo evitar sentir la puntiaguda aguja del cuarto de siglo acercarse a mi aún muy débil piel. He pasado por muchas relaciones y experiencias femeninas, realmente mi curriculum en esa área es de los más calificados que alguien de mi edad pueda tener. Sin embargo, me mantengo religiosamente solo. No es porque este demasiado contento con mi corazón de picaflor, sino más bien porque no encuentro mujer que combine los requisitos básicos que me he impuesto para que alguien entre en mi vida y me pise como a cucaracha.

Según los ejemplos que tengo a mi alrededor; familiares y amigos, las personas antes de los 25 años ya están enrumbadas en una estable relación que los acompaña mientras se acercan al puentecito colgante que representa cumplir 30 años. He llegado a declarar que “la flaca de tu vida, a los 25 años, es alguien que ya conoces desde chico”. Sea un amor de infancia, un agarre mal organizado o simplemente la amiga de una ex enamorada tuya. Si me aferro a mi propia teoría, tendría que abandonar mis parámetros y resignarme a separar el sofá de mi abuelo para cuando él ya no lo use más.

Pero no me adelanto tanto, el corazón es un músculo que vengo trabajando hace tiempo y que en vez de desarrollarse para bien, creciendo y volviéndose más amoroso en todo aspecto, es ahora un miembro interno cerrado y de paredes gruesas difíciles de cruzar hasta para el más avispado virus. Estoy preparado para rechazar a cuánta mujer perversa se me acerque. Lo malo es que así como alejo a las malvadas de mi bobo, una que otra bien intencionada podría encontrarse presa de mis más viles excusas y sistemáticas manipulaciones. La verdad de todo esto es que no me encuentro atraído, en cuanto a vínculos se refiere, a ninguna de las actuales participantes de la ruleta de mi vida. Eso no significa que la ruleta no se encuentre constantemente girando, tampoco estoy muerto.

Dejando de lado el tema amoroso, caí, como siempre, en el pozo sin salida del ¿a qué me voy a dedicar? Soy, en resumen, un Capoerista que estudia Ciencias de la Comunicación y que espera poder dedicarse a trabajar en el medio audiovisual nacional. Sé que mi carrera no es muy remunerada en el país y que son pocos los que realmente triunfan haciendo lo que yo quisiera, pero soy fiel a mi idea de vivir en el Perú. Por otro lado, dedicarme a vivir de Capoeira es algo que ya intenté y bajé muchísimo de peso. Entonces, laboralmente hablando veo mi futuro un tanto parecido al arte de Duchamp. En este aspecto, me comparo también con los que me rodean y tengo ejemplos a seguir que no puedo dejar de considerar.

Mi padre trabajó desde muy joven, estudio fuera y vivió relativamente bien y enrumbado el comienzo de la segunda década de su vida. Yo nací cuando él tenía 26 años, lo que significa que para esa edad ya su vida estaba más organizada que la mía. No atribuyo esto al hecho de que haya tenido un hijo, sino más bien al trabajo estable que tenía y la situación económica que le permitía más de 10 diarios de viáticos. Dudo mucho que en 3 años yo pueda darme el lujo de siquiera aspirar a vivir solo como él lo hacía a sus 26. Para hacer las cosas aún más complicadas, ¿de dónde voy a sacar un trabajo que me permita matricular a un supuesto hijo en un colegio que cuesta 600 dólares al mes? Conociéndome como me conozco, con 600 dólares ganados me iría sin pensarlo de viaje a Brasil.

En todo caso, asumiendo que el mundo hoy es diferente al de ayer y que me tomará más de lo que le tomó a él SER ALGUIEN, igual salgo perdiendo. Yo puedo bromearme con mi papá y mi mamá de la forma en que lo hago porque no tenemos tanta diferencia de edad. He podido alcoholizarme hasta dormir mis arterias con mi padre únicamente porque la diferencia de edad nos lo permite. Podemos conversar de cosas de hombres porque los 2 somos y estamos activos en el presente, no es él un viejo adicto a la viagra ni yo un chibolo pajero (sólo mental). Pero para lograr una relación así con un supuesto hijo / hija (si es que algún día planée yo tener uno), la diferencia entre nuestras edades tendría que ser parecida. Mi tío tiene 45 años y tuvo una hija el año pasado. Cuando ella cumpla 20 él tendrá 65, edad en la que mi padre ya podría ser abuelo. No quiero una relación distante e impersonal con mis creaciones, los quiero riendo y jodiendo en mi casa mientras yo río y jodo con ellos, quiero chupar unas chelas con mi hijo y “alicatear” las manos de los amigos de mi hija (repito, sólo si algún día decido tenerlos). No quiero que mi cabellera blanca esté presente cuando ellos cumplan la edad que tengo hoy.

Así pues, mi caminata resumió mi vida en una simple analogía, una carrera contra los 30. Entrando en la tercera década de mi vida, quiero ver logradas mis metas personales de tal forma que pueda disfrutar mis últimos 10 años de juventud como lo hice con los primeros 20. Con mi profesión bien enrumbada, mi corazón colmado de alegría y mi bolsillo bien armado de uno que otro fajo verde, así me sentiré realizado en 7 años.

Pero así como va todo, 7 años es muy poco tiempo para lograr disparar mi visión de necesidades al mundo de lo realizado y concreto. Aún no termino la universidad, mis esporádicos trabajos únicamente me permiten uno que otro fin de semana pidiendo menos plata a mi papá, y las mujeres de mi vida nocturna son inexistentes durante el día (salvo que a esa hora las acompañe a desaparecer del hotel). No hay más que puros cimientos de lo que espero para mí, cimientos que no llegarían ni a representar la casa del perro que también quiero. Estoy lejos de mis metas, tanto que a veces siento que no las cumpliré, dejando para mis escritos los deseos que nunca pude saborear hechos. Soltero, sin profesión, sin dinero y lleno de dudas, la única verdad que puedo manejar hoy es que mi principal meta es ser alguien, así como muchos ya lo fueron.

lunes, 7 de enero de 2008

Emociones

A veces volver a empezar es aún más difícil que comenzar algo nuevo de cero. Sin embargo, fiel a mi alarde de persona responsable, debo cumplir con mi deber auto impuesto de retomar el blog después de las festividades.

Cuando era muy pequeño Papá Noel visitó mi casa para dejar los respectivos y obligados regalos navideños. Andrea y yo estábamos con los ojos hechos faros de helicóptero y babeábamos tanto que las forradas cajas que San Nicolás dejaba bajo el árbol ni nos importaban. Santa Claus estaba en nuestra sala. Nuestro héroe accedió a tomarse fotos con nosotros y lo vimos salir con nostalgia de nuestra casa; “¡Ay Andrea! Es obvio que tiene que repartir muchos más regalos por el mundo entero. ¡Qué sonsa eres! Discúlpala Papá Noel”. Desapareció, curiosamente, hacia el garaje de la casa de los vecinos y nunca más pisó nuestra casa otra vez (disfrazado, claro está). Años más tarde, viviendo en Panamá, nos vinimos a enterar que ese individuo tenía muy poco de Noel y mucho de papá. Niños de menos de 10 años; dejen de leer esta entrada desde el final de este párrafo.

Cuando uno crece va perdiendo el interés y las ganas de celebrar las cosas. Recuerdo cómo en incontables oportunidades amanecía sudando frío bajo la colcha de mi cama, esperando que las ovejitas del sueño me lleven al descanso que me aproxime más rápido a mi cumpleaños. Esa noche se acercaba lenta y cautelosa, siempre contada y presagiada por un artesanal calendario preparado por mí. Varias lunas antes soñaría con mi fiesta, mis regalos, mi familia, mis regalos, la comida y mis regalos. Hoy lo único que espero de mi cumpleaños es una cerveza helada, y, ¡OH sorpresa! La puedo tener cualquier día que se me antoje.

Los años más de vida me caen de sorpresa y los recibo con la misma emoción con la que recibo un vaso de hielo. No hay más trasnochadas sobre la ventana de mi cuarto, ni juego más al adivino de los regalos futuros. Las tiendas de juguetes no verán de nuevo a mis padres pasear con una carretilla para inflar de objetos de entretenimiento infantil, la maletera del carro de mi papá no será otra vez el escondite de mis presentes, mis ojos no resplandecerán de nuevo ante un papel de regalo sobre el suelo, la vida simplemente no es la misma. Cuando llega el 13 de junio, siento que “mi día” es uno más de los 365 del calendario y que no merece tratos especiales, tampoco que mi casa se convierta en el set de “Hola Yola”. Yo nací, tu naciste, vosotros nacisteis, ¡CARAJO! Ya todos entendimos que hemos nacido, paremos de celebrar.

Pero hay quienes, aún siendo adultos, esperan que en su onomástico el planeta deje de girar e invierta su eje para otorgarles una atención divina que de otra forma no tendrían. Vivir en una choza en el medio del Sahara no es excusa para dejar de llamarlos y “desearles lo mejor”, como si otros 35 no lo hubiesen hecho ya. Lloran, se resienten, conversan con tus otros familiares o amigos, se chupan el dedo y se esconden en la esquina de la cuna si no los llamas. Crecieron simplemente para poder exigir más en sus días especiales, como si estuviesen en el peor día de su menstruación todos los años justo cuando se conmemora su nacimiento.

Esta entrada no la empecé pensando en mi cumpleaños, sino en otra fecha que simplemente me dejó de interesar, Navidad. Para empezar, si detesto conmemorar el cumpleaños de gente que conozco y que existe, me pesa aún más celebrar el de alguien que no está y que solamente es parte del engaño más largo de la historia. Fe aparte, tengo otras razones para detestar verme OBLIGADO a recibir las 12 en un ambiente cargado de caretas y espíritus de inexistente alegría real. ¿Por qué tengo que participar entonces?

“Es navidad, has un esfuerzo”

Si Lex Lutor consiguiese amarrar a Superman con cables de criptonita y estuviese a punto de lograr acabar con la vida del galán "monse" del cómic, un absurdo “Es navidad, has un esfuerzo” no lo mandaría a los brazos de Luisa Lane y lejos de la trampa del calvito.

Me jode tener que portarme como niño bueno y servicial, salvo que me estén pagando por minuto o haya alguna comisión previamente estipulada. La navidad, para la gran mayoría, es solamente una fecha para recibir regalos. ¿Saben por qué dicen que es mejor dar que recibir? Porque las tiendas y centros comerciales no venderían nada si dijesen: “es mejor recibir que dar”, lo que es al final de cuentas lo que TODOS sienten y esperan. Yo abro regalos y falseo mi impresión para no herir los sentimientos de algunas personas, pero la verdad es que ya entiendo porque mi padre puede recibir un presente y guardarlo en su cuarto sin haberlo abierto. Ya no le interesa. Mis hermanas y yo hemos optado por regalarle las cosas sin forrar y abiertas, sólo porque no queremos gastar para ver el forrado individuo empolvarse sobre su cómoda.

No hay mayor sentimiento que caiga sobre esta fecha que el de un Padre de iglesia pidiendo más en la colecta de la misa, el de un menor de edad esperando un nuevo aparato tecnológico y el de algún niño grande que va a llorar internamente cuando vea que bajo el árbol Santa Claus no le dejó nada. ¡Cuánta mariconada y conveniencia! Vallan a preguntarle a los niños qué significa la navidad, por ahí alguien me dijo que representaba la muerte de Jesús (lo que me hizo tener pena por semana santa / tranca). ¡Ven lo que enseñamos! Por estas razones estoy cansadísimo de celebrar obligado algo que ya perdió razón de ser.

Las fechas hoy me encuentran despreparado. Son tan absurdos los significados que se les atribuye que no tengo intención en corregir mi dejadez, a menos que me obliguen porque “es navidad y hay que hacer un esfuerzo”. Discúlpenme pero, quisiera poder decidir cuándo, cómo y por qué celebro. Si me siento a ver el partido de la selección peruana y pierden; fue porque YO quise sentarme a ver, YO escogí separar el momento para sufrir, YO tomé las cervezas del desahogo, YO, YO, YO. No un libro ficticio que se escribió hace más de dos mil años. Odio cuando alguien escoge por mí.

La verdad de todo es que los días pasan y se llevan un poco de mi capacidad de emocionarme. No es culpa de los demás que yo no quiera prestar atención a sus necesidades sentimentales, pero si es culpa suya querer introducirme en su burbuja de cojudeces, lo siento. La vida tiene como dificultad intentar emocionarme más mientras avanzo en su camino, lamentablemente es muy difícil. Cuando me asusto sorpresivamente, me acerco un poco al nivel de desconcierto que me traían los cumpleaños de antaño. Por eso considero que los sustos son buenos intentos de reactivar mi programa de emociones. Entiendo así con mucha facilidad porque cada día hay más paracaidistas y personas que hacen puenting.

Pareciese que la muerte desadorna con fuerza el camino que la antecede. Un paso más allá es uno más lejos de emocionarse. Los viejos lo saben, lo comentan siempre, pero nadie quiere escucharlos por amargados. ¿Amargados o desemocionados? Da mucho para pensar. Si analizo la muerte con mayor detenimiento me doy cuenta de que es el último acto de obligación que no decidimos cuándo realizar. Si creyese en Dios lo podría responsabilizar, pero como no veo prueba de que esté por aquí, me lanzaré a decir que la vida es tan “de otros” que no llegamos a decidir ni siquiera sobre las cosas más básicas; nacer y morir. Tal vez por eso estoy de acuerdo con los suicidas, no los apoyo, pero no podría jamás intentar alegar que no tienen derecho de hacer con sus vidas lo que ellos quieran. Ya en el pasado, con certeza, hicieron lo que otros querían demasiadas veces.