Eran las 11 de la mañana y yo montaba mi bicicleta hacia el
gimnasio, con los audífonos engrapados a las orejas. La música movía los
pedales, se trasladaba por mi cuerpo y asía el timón, tomando las riendas de la
dirección de mi camino. Yo, sin poder esconder la felicidad que me evocaba la
canción, cantaba por dentro la letra, que por supuesto sabía de memoria. Juro
que más de uno me debe haber visto, preguntándose cuál era la canción que me
motivaba tanto. Grande hubiese sido su sorpresa al enterarse que se trataba de
algo tan absurdo como “El Gato Volador”.
Cada época de nuestras vidas está marcada por un ritmo en
especial, a veces incluso por un artista o banda; los más específicos pueden
hasta resumirlo todo en una canción. Tal como si se tratase de una película,
muchos de nuestros momentos más memorables se encuentran armados sobre un fondo
melódico que, de irrumpir en nuestros oídos, traerá consigo un interminable
número de imágenes que despertarán en nosotros la más cordial de las añoranzas.
Incluso si el recuerdo es negativo, las canciones tienden a armar cómodas
atmósferas que transforman, sin mucho trabajo, las tristezas de antaño en
sonrisas.
Recuerdo la primera vez que me rechazaron, que negaron el
sujetar de mi mano, que una chica que había alimentado mis esperanzas decidió
darles algo envenenado de comer. “Crazy” de “Aerosmith” estaba tocando y yo
estaba seguro de que nada podía fallar. Por ahí por la mitad del coro me lancé
con todo y antes del final de la canción ya estaba nuevamente acompañado por mi
soledad. Cada que oigo esa canción, me acuerdo de ese Ernesto, inocente y
crédulo, parado solo en una pista de baile, rodeado por parejas que habían
recibido un sí como respuesta. No le tengo pena, todo lo contrario, agradezco
que se haya recibido una bala por mí.
Y si seguimos hablando de primeras veces, tengo en la punta
de la lengua un disco en particular de una banda peruana que ya no existe más
como yo la conocí en ese momento. Recuerdo el momento exacto en el que presioné
“play” y comencé a temblar, actuando como si supiese exactamente lo que estaba
haciendo. Tengo grabado el orden de las canciones porque son parte importante
del “soundtrack” de mi vida, porque me acompañaron en una travesía corporal que
desconocía por completo, porque me tendieron la mano mientras yo cruzaba de la
teoría a la práctica.
La música es el complemento sensorial de nuestras
experiencias, condimenta nuestros oídos mientras sumamos momentos a la ecuación
de la vida, nos balancea, nos lleva lejos y nos trae de vuelta. Cada canción de
la que te enamoraste trae consigo un cuadro en movimiento, un clip de algo que
sucedió contigo, de una emoción pasada, de un rostro no tan olvidado. Si revisas
tu lista de reproducción (me refiero a la que jamás renuevas) encontrarás tu
historia relatada a través de la voz de distintos cantantes, en los acordes de
guitarras extrañas, en notas ajenas que sin permiso te apropiaste para
catalogar y guardar tus lágrimas y sonrisas. Incluso ahora, mientras lees esto,
hay algo sucediendo en tu vida que va a quedar sujeto a una melodía en
particular.
Hoy el ambiente musical me es demasiado ajeno, pero es
normal. Las canciones que suenan actualmente no me van a traer recuerdos porque
están ligadas a experiencias que recién estoy teniendo, a gente que aún no he
conocido, a momentos que están esperando mi aparición. Quizá luego de unos años,
cuando me encuentre nuevamente montando bicicleta al ritmo de un odiado y
obsoleto reggaetón de antaño, las melodías de hoy me harán revivir esta etapa.
Confieso que no soy muy amante de lo que hoy suena en la radio pero, para recordar
tu pasado, todas las herramientas valen y gustan. Quizá ahora no las acepte por
sus deficiencias gramaticales, por sus temáticas absurdas, pero luego de un par
de arrugas aprenderé a quererlas no por lo que dicen, sino por lo que
representan.
Hoy la música manejó mi bicicleta y me llevó, no por la
calle, sino por el sendero del pasado, mientras me iba mostrando errores y
aciertos, sin discriminación. Me aislé del mundo real para dar un salto
temporal hacia lo que ya no existe, reviviendo algunos pasos importantes y
otros de menor relevancia. Sin mayor tecnología, viajé en reversa por el
calendario y fui, una vez más, testigo de la montaña rusa de existencia que he
tenido, con cuentos de la cripta, ciguapas, viernes sangrientos, trenes al sur,
bares visitados, patos y patas. Hoy, a través de mis oídos, sonreí con el alma y
la dejé bailar de emoción sobre lo escrito, imaginando con alegría lo que falta
aún escribir. No tengo claro qué será lo que aún falta plasmar sobre las hojas
de mi libro, pero lo que sí sé, es que seguramente va a ser sobre pentagramas.