domingo, 26 de agosto de 2007

Miradas

Terminé de hacer una presentación de algo que no viene al caso y me senté en un pequeño muro fuera del lugar esperando que mis compañeros terminen de empacar las cosas. Estaba distraído pensando en qué podía abrir mi blog sin pecar de exagerado ni patán, cuando la vi. No era ella precisamente lo que me hizo abandonar la filosofada y usar mis ojos como escoba para barrerla. Tengo que aceptar que no pensé en su personalidad ni en la posibilidad de que pudiese tener a alguien que la paseara de la mano, lo que hurtó mi atención fue su "derriere". El mundo redujo su velocidad (como suele suceder en estos momentos) y lo único que importaba era ver como su jean describía perfectamente la esférica protuberancia que había robado los colores al resto de la escena. Volteé y me di cuenta de que el chico que estaba a mi costado estaba haciendo exactamente lo mismo que yo, me miró con esa mirada que tenemos todos los cazadores y supe exactamente lo que quería decirme. Es a esto a lo que me referiré en esta entrada.

Los hombres poseemos un código específico de comunicación corporal que utilizamos casi inconscientemente cuando el momento lo amerita. Sabemos qué significado tiene una mirada específica y podemos interpretar un mundo de posibilidades cuando otro llama nuestra atención para observar a una mujer (o a sus partes). Puede que sea un conocimiento innato o socialmente aprendido, una reacción del animal que vive eternamente en nosotros, puede ser mil cosas, pero lo importante es que "ES". Son repetidas las ocasiones y diversos los lugares en los que me he encontrado haciendo uso de este método de comunicación; sin importar las diferencias culturales o de estrato, una mujer digna de ser admirada enciende una conexión entre nosotros y nos vuelve momentaneamente complices y amigos.

Cuando Cristóbal Colón bajó de su carabela y pisó el nuevo mundo, miró al que había gritado tierra, puso en display su media sonrisa y cerró un ojo por un instante. Este otro automáticamente respondió con otro atisbo lo siguiente: "Tienes razón Cristóbal, estas indias están deliciosas". Si Carl Marx hubiese referido sus estudios al materialismo dialéctico del comportamiento "Macho", tal vez se hubiese dado cuenta que hay cosas que no evolucionan jamás. Entrando en mi maquina del tiempo podría regresar a la época de las cavernas y probablemente pasaría hambre (soy pésimo pescando y haciendo fuego con palitos), pero lo que no dudaría es que podría decirle a un cavernícola en menos de 2 segundos que la que acabó de pasar tenía las piernas como para que me aplique un alicate, nos reiríamos y jugaríamos con nuestros mazos (¡los de madera eh!).

Últimamente las mujeres han detectado esta reacción masculina y han aplicado sus formas de extorsión a esta debilidad que compartimos los hombres. La tendencia existente y cada vez más constante de que la ropa muestre más y esconda menos es nada menos que un catalizador para nuestro beeper biológico y una forma de alterar nuestro comportamiento. Saben que las miramos, saben que nos miramos, miran que son miradas y miran que miramos que nos miran al mirarlas. Cada día son más expertas y extravagantes al andar, más estratégicas con respecto a lo que se ponen o la lencería que dejan asomarse de entre sus ropas. Han descubierto y canalizado nuestro código de comunicación macho, lo entienden hasta mejor que nosotros, ¿o no les ha pasado que ven a una chica en una disco y cuando se acercan para sacarla a bailar simplemente desaparece? Te ven cuando las comentas visualmente con tus amigos, ¡despertemos! Nos ven también.

Me encuentro escribiendo estas líneas mientras hago uso del chat, veo las fotos de los displays de mis amigas y confirmo mi posición al respecto. Han dominado nuestros dominios comunicativos y ya no podemos mirarnos con el descaro con el que lo hacíamos antes cuando una mujer se agachaba para recoger su bufanda. Hemos sido expuestos ante el planeta femenino que nos rodea y que está en constante alerta a lo que hacemos con los ojos. No hay gesto que pueda pasar desapercibido, no existe más la exclusiva telepatía masculina en presencia de estos feromónicos seres del mal (o del bien a veces). Algunos son ahora más cautelosos al referirse a una colegiala ocularmente con otros, pero también continuamos los adeptos al comportamiento clásico. Lo cierto es lo siguiente; pueden saber, detectar, y manipular nuestras reacciones. Pueden utilizar nuestro secreto descubierto para inducirnos a hacer diversas cosas. Pueden reír a nuestras espaldas al percatarse de nuestra inocente creencia de que estamos solos en este mundo de miradas, pero lo que no pueden hacer, es evitar que las sigamos mirando y comentando con los ojos.