Y en mi vida, que insisto, no es larga aún, he pasado por un
almanaque de diferentes tipos de esperas. Un claro ejemplo es la ansiosa, que
se da cuando tienes las expectativas del encuentro tan altas que tus rodillas
se topan constantemente y tus manos no encuentran ocupación final. Puede darse
cuando estás en un restaurante aguardando a la chica que te gusta o en el cine,
añorando la primera escena de esa película que tanto interés te ha causado.
Esta espera no importa mucho, hace incluso que el plato principal sea más saboreado.
Claro, si es que ni la chica llega una hora tarde ni la película se corta por
un apagón de luz justo al final del último tráiler.
Pero ni en el caso de la chica o la película uno debería
tener que soportar estar gastando su tiempo hasta que otros decidan hacerlo
coincidir con el suyo. Dejar a alguien esperando es extraerle minutos de su
vida y prenderles fuego. El tiempo es de las pocas cosas que no regresan.
Puedes pedir todas las disculpas del caso, pero lo cierto es que ni mil
perdones traen de regreso una hora sentado en una banca.
Sin embargo, luego de analizar la espera externa, me veo
obligado a voltear la torta, como si fuera una casaca reversible, y pensar en
todas las veces que me hice esperar yo mismo ¿parece raro? Tengo, mientras
escribo estas líneas, un montón de ropa sucia arrinconada debajo de una cortina
que, hasta el momento, no me he animado a colgar. Ambas son tareas
primordiales, pero no me he decidido a cortar con la espera que me he planteado
hacia mí mismo y cumplir con alguna de ellas. Retomando el tema del respeto,
¿será que yo mismo no me respeto tanto como creería?
¿Cuántas veces no hemos aplazado una labor personal que sin
duda llevaría a nuestra mejoría? Citas con médicos, presentación de documentos,
hasta temas estúpidos como la compra de un utensilio de cocina. Cada vez que
dejamos de hacer algo para nosotros, generándonos una auto espera, nos estamos,
en alguna proporción, diciendo que no nos tenemos tanto interés como
deberíamos. Yo odio esperar a otros, pero me he dado cuenta que no me causa
mucho problema esperarme a mí.
Y quizá por eso es que muchos tienen la costumbre de jugar
con el tiempo de los demás; porque pasan tanto tiempo jugando con el suyo que
le han dado a la noción del tiempo una apariencia de juguete. Están tan
acostumbrados a esperarse ellos mismos que asumen que el mundo los esperará
también, sin rechinar los dientes y pensar en sus madrecitas. Mientras más te
haces esperar a ti, más probable es que hagas que los otros corran la misma
suerte. Ojo, es un tema de probabilidad, no de certeza.
Yo decidí escribir este blog para mí, para leerme yo mismo,
para plasmar en algún lugar mis masturbaciones cerebrales. Sin embargo,
rescatando otra vez el tema de la demora, estoy subiendo este post a las 2am
del martes, habiendo pasado por más de 24 horas el límite que yo mismo me
planteé. La conclusión es que me hice esperar; la pregunta, si es que alguien
tiene el semen mental suficiente para pajearla, es la siguiente: ¿Nos hemos
acostumbrado a hacernos esperar a nosotros mismos porque los demás nos hacen
esperar también, o hacemos esperar a los otros porque nosotros mismos nos
hacemos esperar desde el principio?
- - Disculpa Ernesto, el próximo domingo subo el
post a tiempo.
- - No te preocupes Ernesto, seguramente me iba a
demorar en leerlo :P