martes, 4 de diciembre de 2012

DEMORAS

Yo siempre he considerado que cuando alguien te hace esperar es porque no le importas. La gente puede tener mil excusas para sustentar tu encarnación actoral de una planta mientras observas el minutero del celular (aceptémoslo, ya casi nadie ve la hora en el reloj). No soy una persona que vaya a pasar a la historia por su gran paciencia, eso lo sabemos todos, pero el tema de la puntualidad me parece tan decorado de respeto que la espera obligatoria se siente como una cachetada de desinterés.

Y en mi vida, que insisto, no es larga aún, he pasado por un almanaque de diferentes tipos de esperas. Un claro ejemplo es la ansiosa, que se da cuando tienes las expectativas del encuentro tan altas que tus rodillas se topan constantemente y tus manos no encuentran ocupación final. Puede darse cuando estás en un restaurante aguardando a la chica que te gusta o en el cine, añorando la primera escena de esa película que tanto interés te ha causado. Esta espera no importa mucho, hace incluso que el plato principal sea más saboreado. Claro, si es que ni la chica llega una hora tarde ni la película se corta por un apagón de luz justo al final del último tráiler.

Pero ni en el caso de la chica o la película uno debería tener que soportar estar gastando su tiempo hasta que otros decidan hacerlo coincidir con el suyo. Dejar a alguien esperando es extraerle minutos de su vida y prenderles fuego. El tiempo es de las pocas cosas que no regresan. Puedes pedir todas las disculpas del caso, pero lo cierto es que ni mil perdones traen de regreso una hora sentado en una banca.

Sin embargo, luego de analizar la espera externa, me veo obligado a voltear la torta, como si fuera una casaca reversible, y pensar en todas las veces que me hice esperar yo mismo ¿parece raro? Tengo, mientras escribo estas líneas, un montón de ropa sucia arrinconada debajo de una cortina que, hasta el momento, no me he animado a colgar. Ambas son tareas primordiales, pero no me he decidido a cortar con la espera que me he planteado hacia mí mismo y cumplir con alguna de ellas. Retomando el tema del respeto, ¿será que yo mismo no me respeto tanto como creería?

¿Cuántas veces no hemos aplazado una labor personal que sin duda llevaría a nuestra mejoría? Citas con médicos, presentación de documentos, hasta temas estúpidos como la compra de un utensilio de cocina. Cada vez que dejamos de hacer algo para nosotros, generándonos una auto espera, nos estamos, en alguna proporción, diciendo que no nos tenemos tanto interés como deberíamos. Yo odio esperar a otros, pero me he dado cuenta que no me causa mucho problema esperarme a mí.

Y quizá por eso es que muchos tienen la costumbre de jugar con el tiempo de los demás; porque pasan tanto tiempo jugando con el suyo que le han dado a la noción del tiempo una apariencia de juguete. Están tan acostumbrados a esperarse ellos mismos que asumen que el mundo los esperará también, sin rechinar los dientes y pensar en sus madrecitas. Mientras más te haces esperar a ti, más probable es que hagas que los otros corran la misma suerte. Ojo, es un tema de probabilidad, no de certeza.

Yo decidí escribir este blog para mí, para leerme yo mismo, para plasmar en algún lugar mis masturbaciones cerebrales. Sin embargo, rescatando otra vez el tema de la demora, estoy subiendo este post a las 2am del martes, habiendo pasado por más de 24 horas el límite que yo mismo me planteé. La conclusión es que me hice esperar; la pregunta, si es que alguien tiene el semen mental suficiente para pajearla, es la siguiente: ¿Nos hemos acostumbrado a hacernos esperar a nosotros mismos porque los demás nos hacen esperar también, o hacemos esperar a los otros porque nosotros mismos nos hacemos esperar desde el principio?

-         -  Disculpa Ernesto, el próximo domingo subo el post a tiempo.
-          - No te preocupes Ernesto, seguramente me iba a demorar en leerlo :P