domingo, 16 de septiembre de 2007

Relaciones

No era la primera vez que salía a tomar unas cervezas con mi padre. Debo admitir que tampoco han sido muchas las oportunidades en las que hemos adormecido nuestros sentidos al son de música de bar y botellas marrones de dorados contenidos. Quizá por esto, cada vez que la situación se repite hay cierto aroma de cómica picardía en la dupla que formamos. Esta vez nos acompañaba mi hermana; no toma pero ese día logré imponerle un par de daiquiris de fresa con la típica excusa “yo no tomo solo”. Esa noche cantaba una lindísima mujer y no pude evitar fotografiarla más de una vez, como quien intenta robar un fragmento de su esencia con una foto. Terminó de cantar e igual que la semana anterior, dejó el escenario y se dirigió a darle un alardoso beso a su enamorado.

No soy un fiel creyente de la fe amorosa. No escondo tampoco el hecho de que varias veces me he encontrado sujetado de la mano por mujeres que llenaban esa repisa de mi vida que usualmente está con telas de araña y polvo, pero aún así acepto que soy un “evitador”. Hay quienes están obligados por un sentimiento interior a tener una persona con quién compartir sistemáticamente las lunas llenas. La frente les suda frío cuando saben que pasarán un domingo solos sin esa casual llamada telefónica que usualmente contestan con la palabra “amor” en la primera oración. Son pues enfermizos personajes que no aguantan el peso del término “soledad”. No los culpo, por eso examinaré sus diferentes lazos o etapas.

Todo comienza con lo que la sociedad ha denominado como “amigos cariñosos”. Es una especie de tratado sin firma, relación sin nombre formal, momentos de pasión y dulzura compartidos sin ataduras. Los amigos cariñosos mantienen romances esporádicos, no tienen deudas con sus pseudo-parejas y sin embargo sí guardan cierto nivel de fidelidad al lazo que comparten (algunos). Es usualmente así como se forman las relaciones estables más duraderas, en este lapso de “amistad con derechos” las personas se dan un tiempo para conocer mejor las razones que los unen, es obvio que antes de comprar un carro hay que probarlo bien (más aún si vas a ponerle nombre prometiendo no manejar otro). Una pareja como esta no es de las que le presentas a tus padres, prefieres evitar que tu madre se encariñe con ella o que tu padre comience a odiarlo antes de que realmente deba (en el caso de las mujeres). Todos han tenido (o mantienen) amigos cariñosos, nadie puede decir que no a esto, y si al leer estas líneas estas negando mentalmente, probablemente tengas menos de 18 años.

Después que el tiempo da pase a una costumbre construida, la frase “¿Quieres estar conmigo?” salta usualmente de los labios masculinos del par. Los antiguos amigos firman un documento virtual y suben un peldaño en el podio de las relaciones. Las agarradas de mano son ahora hechas públicas y los padres de cada uno llegan a percibir de una manera más directa que sus hijos se han subido al crucero del amor. Las salidas con los amigos se vuelven menos usuales y crece el número de encierros nocturnos en el libro de notas de turbios hostales. Ella lo comenta cariñosamente con sus amigas y él alardea de las cosas que le hace cuando las luces son más tenues de lo normal (todo por MSN por supuesto). Quizá lo más recomendable sea pasar la mayor cantidad de tiempo en esta etapa, conociendo los defectos, que como dice Arjona “al principio eran perfectos”, peleando estratégicamente como pulseando la selva virgen de los insultos, viendo como son las cosas en la realidad que aparece mientras se descascara la primera ilusión (como la cebolla que nos arranca lágrimas con cada pedazo que se le cae o retiramos).

Con los testículos de hamaca en la garganta y las manos sudando optimismo, el hombre tartamudea la segunda pregunta más importante de su vida hasta ese momento (la primera fue claro “¿Vendes p-r-e-s-e-r-v-a-t-i-v-o-s?”) y los enamorados se embarcan en un crucero más largo y probablemente terminal. Hay quienes llegan a la punta del podio con un personaje más en la novela (no me refiero a los amantes que también hay, sino a un “planeado” hijo). Los matrimonios tienen como fin ir amoldando los cimientos de la familia que crean y poco a poco consolidan sus “¡sí!” con esfuerzos y manteniendo la adepción al “hasta que la muerte los separe”. Se puede entrar en costumbre, pero los recuerdos de viejas pasiones reencarnan en esporádicos encuentros de lujuria que encariñan las arrugadas pieles que el tiempo deja y que nadie quiere tener. Ser un esposo o una esposa no es estar muerto, así que déjenme decirles lo que es obvio; si tus padres están aún juntos, con toda seguridad todavía lo hacen. ¿Alguien dijo "ajj"?

Pero no todo es con una escalera sin más escalones que los planteados. Por ahí algunos deciden trepar por la pared o quedarse en el primer peldaño. Los hinchas solemnes de la soltería están dispersados por los alrededores del podio, en busca de un oportuno y escueto ingreso a las peleas de las relaciones. Han sido tantas veces “el otro” que se toman a pecho el trabajo y deciden que a eso se dedicarán. No los culpen, muchas veces un amante puede arreglar un matrimonio.

Yo miraba a la cantante del primer párrafo y envidiaba al que recibía su beso. Me pregunté durante varios minutos en que escalón se encontraban, si era totalmente perdida la oportunidad que yo podía tener con ella, si podía detectar cierto cariño casi matrimonial entre ellos. Aún sumido en mis soñolientos sentidos, acepté nuevamente mi pérdida y decidí retirarme (ella ya se había ido así que deduje que ya no la podría conocer) para continuar con mi noche. Mi padre y mi hermana se habían ido mucho más temprano, dejándome babeando la barra en la que apoyaba mi Cuzqueña (que pasó a ser Cristal en mi recuerdo y Pilsen en el recibo que encontré en mi pantalón). Me tambaleé hasta la puerta y recibí una llamada, una amiga cumplía años y yo tenía ganas de bailar con una mujer. Llegué a la discoteca en la que me citó y pude saludar casi en el momento que bajaba del taxi a su enamorado y sus amigos (todos hombres). Miré el reloj de mi celular y me di cuenta que era la ocasión perfecta para estar viendo una película semidormido con mi inexistente enamorada.