jueves, 30 de octubre de 2014

GENTES

Todavía recuerdo mi primer mes compitiendo al aire; fue un solo de raspones y golpes que iban acompañados siempre de las más grandes ganas de resaltar, a nivel competitivo. Y la verdad que no me iba para nada mal. Logré avanzar a pasos agigantados, siempre a punta de esfuerzo y pocos reparos. Pero acompañando esa ola de logros personales, estaba una ligera frustración que, en ocasiones, no me dejaba dormir tranquilo. Su nombre; Mario Irivarren.

Durante el transcurso de mi atolondrada vida, he pasado por cuanto deporte o ejercicio se le pueda ocurrir al ser humano. Desde el colegio, pasando por la universidad y demás espacios, la actividad física siempre fue algo que me acompañó, como Sancho Panza al Quijote. Y es que, sin ánimos de sembrar flores en mi propio jardín, siempre tuve cierta facilidad para sobresalir en temas de desenvolvimiento físico. Por eso, cuando me topé con Mario, entré en un remolino de autocuestionamientos y sorpresas.

Nunca nadie me había ganado tanto como él. Ni con los guantes puestos, ni saltando por los aires, ni con distintas raquetas en mano; la paliza que me propició ese menudo individuo fue tremenda. No entendía cómo alguien, siete años menor que yo, podía siempre salir vencedor de los escuetos encuentros que teníamos. Cada salto, cada corrida, cada colgada; Mario siempre estaba un paso más adelante, demostrándome de a pocos por qué tenía su puesto tan consagrado en el programa. Entonces, así como se le enciende un foco en la cabeza a una caricatura, entendí la razón por la que todo se daba como se dio: Mario no es cualquier persona, Mario es gente.

Te puedes topar con deportistas excelentes, seres casi mitológicos que con un solo braceo pueden tumbar paredes y cruzar campos enteros a punta de solo un par de zancadas. Pero lo que no abunda en este mundo, sobre todo en este país, son personas que califiquen como gente. Desde que lo conocí, él era eso y mucho más. Detrás de esos rulos doblegados a la fuerza, la ósea apariencia que fue abandonando, de su voz aguardientosa, Irivarren escondía (sin mucho éxito) un enorme corazón y una sistemática voluntad de hacer las cosas bien. Y es que, desde siempre, su ímpetu por avanzar pegado a la línea de lo correcto ha sido, sin lugar a dudas, el GPS de su vida.

No abundan los veinteañeros que busquen mantener la cordura ante los extremos de la vida y se aferren a las normas morales del vivir como gente. Sin embargo, y a pesar de no haber sido sonreído por el mundo en algún momento, Mario deslumbra honestidad, valor, perseverancia y una lista de valores tan grande que solo hacen que este texto se alargue sin llegar a un final. Por eso, cuando llego al canal y me topo con su ausencia, no puedo evitar sentir una profunda pena. Él es figura, es imagen, es la descripción de esfuerzo hecha persona. Irivarren es un ejemplo de lo que se puede hacer si uno se dedica, si uno explota sus capacidades, si uno le dice que no a la maldad y busca siempre el camino correcto hacia la casa de la abuelita; si uno es gente.

Es injusto lo que el destino te deparó en este momento, no le encuentro lógica. Si tan solo el salto hubiese sido más corto, más largo, menos alto, más medido; no sé. Trato de buscar una explicación, como quien intenta sacar jugo de una fruta seca, pero no triunfo. Te diría tantas cosas, tantas frases cliché que seguro ya te dijeron, tanto discurso de fe que jamás me creerías. Pero te conozco, sé que lo vas a recibir bien por fuera, pero que por dentro solo lo vas a tomar como un acto de amistad. Entiendo cómo piensas, sé de tus creencias y las veo tan parecidas a las mías que, con ánimos de colaborar, te diré lo que quizá quisiera escuchar yo.

No va a ser fácil, no va a ser rápido, no va a ser divertido. El tiempo que te toque estar fuera, vas a sufrir, va a doler, vas a sentir que el mundo te desprecia. Tú y yo sabemos que, en conclusión, es así. La vida no está hecha para que la pasemos montados en un carro alegórico de rosas. Pero lo que sí es verdad, es que todos pasamos por momentos que nos dan dos opciones; aprender o simplemente llorar.

Usa este tiempo para pensar, para distraerte, para leer buenos libros (ya pronto te llevaré uno). Aprovecha para analizar todo lo que normalmente dejamos pasar por vivir a la velocidad que la modernidad dicta. Usa esto como algo a lo que le puedes exprimir una lección, no sobre lo que pasó, sino sobre lo que viene aún. Tienes mucho más camino por delante que por detrás, píntalo bien, adoquínalo correctamente y hazlo como solo tú lo sabes hacer. Mario, no eres de los que se tira para atrás, de los que abandona, de los que no son gente. Tú brillas porque aprendiste que hay que hacer luz, y no esperar que rebote de otro lado. No sé cuál es la lección que puedas sacar de lo que se viene, pero sé que vas a encontrar la manera de hacer luz, porque eres gente, y la gente como tú sabe salir de donde sea.