domingo, 30 de septiembre de 2007

Personajes

Vivir está muy relacionado con escribir. Cada día es una página que dejamos atrás y que recordamos con cierta nostalgia e incertidumbre mientras nos alejamos capítulos más allá. Todos somos pues protagonistas de nuestros libros, y muchas veces los relatos de uno u otro cuento se juntan momentáneamente para dar inicio a párrafos compartidos entre diversos actores. No me encuentro (considero) ni siquiera cerca de la primera mitad de mi libro, pero sí considero que he encontrado diversos personajes casi caricaturescos que merecen un análisis pesado, como para darles una resurrección instantánea en mi cabeza y pegarlos en el chicle de mi memoria. Esta entrada no trata pues al personaje principal de mi vida, pero sí a los personajes ornamentales que en diversas oportunidades han merecido mi “masturbación mental”.

Recuerdo cristalinamente haber hecho una cola de 11 horas en un terminal de trenes de Santa Cruz (Bolivia). Estaba camino a Río de Janeiro, y había escogido el camino terrestre para ahorrarme unos cuantos reales en transporte. La fila era larga y yo tenía una posición privilegiada por sobre algunos sin suerte que llegaron temprano, pero no lo suficiente como para haber tenido que dormir en el suelo abrazados de sus mochilas, caso contrario al mío. Entre el montón de personas que había detrás de mí, un singular personaje brillaba de tal manera que resaltaba por sobre el escenario.

Era un hombre de tez alba, gorro de paja gastado, un overall de jean sobre una camiseta que en algún momento fue blanca. Tenía una larga paja en la boca, que masticaba constantemente como extrayendo algún líquido de su interior. Sus ojos celestes y amenazantes chispeaban de su rostro de psicópata. Era pues un granjero de dibujos animados mezclado con Jack el destripador. Lo comenté con mi compañero de viaje y decidimos nombrarlo “Jonás el ermitaño”, no imaginamos que esa persona pudiese tener habilidades de comunicación con nadie sin objeto de homicidio. Jonás el ermitaño nos miraba fijamente. Siempre que lo volteábamos a ver, ahí estaban sus ojos láser apuntándonos casi listos para atacar. Inventamos historias de cómo había llegado a ser lo que es, antecedentes criminales de los que había tenido que esconder en alguna lejana granja donde los caballos están colgados degollados en medio de la sala. Gracias a Jonás las 11 horas de espera se hicieron más aguantables, espeluznantes pero llevaderas.

En otra oportunidad, ya en Lima, vi salir del cine a una mujer espectacular. Volveré a ella después ya que al personaje que me referiré ahora es al que salió justo cuando el sol iluminó la salida del cine y que cogió su mano. Era un hombre que debía haber recién entrado a los cuarenta años, y que sin embargo atrajo la atención de chiquillas y mujeres jóvenes que por ahí pasaban.

“Maximus Pepus” (del Latín inventado por mí; Hombre de la pepa máxima) fue creado por Dios en el sétimo día, ilusos los que creyeron que descansó. Odiado por muchos, idolatrado por otras, es inspirador de pasiones escondidas y calladas, objeto de envidiosos pensamientos, modelo perfecto de “Macho” y sin embargo civilizado atractivo masculino. Maximus Pepus puede arrancar un comentario positivo de un hombre sin que éste se sienta descarrilado hacia los bordes de la homosexualidad (“¡Por Dios qué hombre!”). Puede hacer brotar sentimientos de infidelidad entre las mujeres más felizmente casadas, y sin embargo no producir culpa. Tengo algunos viajes estampados en mis pasaportes, y puedo decir con muchísima seguridad que Maximus Pepus es un fenómeno internacional. En cada país, en cada lugar donde el sexo alguna vez ha sido practicado, hay un derrochador de excitación caminando por las calles. Lo curioso es que no tiene una edad determinada, pero sin embargo siempre se las maneja para ser mayor que yo. Este ser tuvo que aguantar siglos de opresión por parte de la iglesia (que temía perder a sus monjitas y la existencia del noveno mandamiento), lo que es una irónica broma de su creador, como quien busca generar un problema que ha prohibido. Lo cierto es que está ahí, los hombres lo odiamos, buscamos excusas para llamarlo “gay”, y sin embargo todos quisiéramos ser él.

La mujer que Maximus Pepus tomó de la mano aquel día en el cine que abrió el párrafo anterior era espectacular, la reconocí enseguida. Debo decir que he trabajado en 2 de los gimnasios más reconocidos de Lima, y sobran en nuestra capital las “Tías fitness”. Ocupan las elípticas mientras sus maridos están en sus trabajos, y las salas de operaciones cuando estos vuelven a sus casas para acompañar a sus hijos. Ellas son eternamente jóvenes, no conocen el sentido de la vejez y alimentan su ego cuando un veinteañero las mira con fines de memorizarlas bien para recordarlas en algún estilante baño. Siempre están a la moda, muchas veces antes que las universitarias más jóvenes, que en el futuro se convertirán en Tías fitness. ¿No las ven? Pues acudan a cualquier sala de spinning a las 8 de la mañana, o a algún gimnasio de categoría alta antes del mediodía y verán manadas de Tías fitness desfilando frente al counter en el que alguna vez trabajé, dejando a los recepcionistas ebrios en deseo y torpes en babas.

Una noche estaba caminando por el boulevard de Barranco en busca de algo que me enganche a uno de los bares que por ahí abundan. Óscar (el que estuvo conmigo en la cola del tren) me acompañaba, y de la nada un amigo suyo se acercó a saludarlo. Tenía una historia espectacular de cómo había escapado de un chifa por la puerta trasera para evitar una pelea que él mismo había originado. Contó que sus contrincantes se habían multiplicado y que destruyeron un carro estacionado en la puerta porque él, de loco, había dicho que era suyo. Una semana después este personaje se me acercó en Larcomar, totalmente sudoroso y exaltado por una pelea que acababa de...sí, originar. Así una y otra vez “Mechaman” me contaba, en estos encuentros azarosos, sobre la pelea que acababa de tener o la que iba a armar con alguna persona. Practicante de muay thai, Mechaman tiene el ojo del tigre tatuado en el alma. Lo curioso es que es tan flaco como Don Ramón y aparenta no poder culminar una riña con una cucaracha. Se toma a pecho cualquier tipo de insulto cariñoso que alguien le pueda disparar y tiene innumerables primas que protege de los hombres que abundan en la carnívora noche. No quisiera ni imaginar que sería de los cazadores si Mechaman tuviese una hermana, por suerte no la tiene. Mi consejo, aléjense de sus primas.

Montañita es una playa en el litoral ecuatoriano donde los turistas extranjeros y los artesanos hippies se juntan eternamente bajo un manto de humos para compartir el mar. Nunca conocí a tantos personajes como en ese lugar, y uno en particular resume lo que esta playa representa para muchos. Era una linda española que había llegado de la mano de un artesano y percusioncita peruano. Bailaba ritmos africanos como poseía por un Dios nigeriano, golpeando los pies contra el piso y haciendo reverencias a la luna que alimentaba su fuerza interna. La “Mujer tierra” estaba convencida de que la pacha (tierra) era la que nos daba todo y que debíamos respetarla para vivir en armonía con ella, jamás debíamos molestarla porque temblaría. Lemanjá (Dios del mar) le enseñaba la importancia de la colaboración y enfatizaba la dualidad del mundo para ella. Los bailes la hacían sudar para demostrar que aún sobre la tierra el elemento agua se presenta impactante. Los 4 elementos rigen su vida, el Ayahuasca la ayuda a entender mejor el mundo y meditar más sobre la humanidad. No es broma, ella estaba convencida de todo esto y de más cosas que no recuerdo. Mi opinión, ya quemó.

Como juego de distracción muchas veces mezclo a mis personajes en historias totalmente irreales. Creo así pues un encuentro entre Maximus Pepus y la prima de Mechaman. La Tía fitness abandonada en su casa comenta con su mucama, la Mujer Tierra, sobre las clases del gimnasio mientras Jonás el ermitaño corta el césped y planea el asesinato de todos. Jonás no sabe la pelea que le toca con Mechaman, cuando este último se asome por ahí en busca de su adorara prima número 17; quizá esto sería más viable en un capítulo de Dragon Ball.

Hay muchos más personajes que adornaron y adornan mi vida. Escogí estos como principales porque son de alguna manera los que más me impactaron. Los traigo a mí constantemente para tener vívido el momento y lugar que compartí con ellos (Maximus Pepus se me presentó en Brasil, Argentina y Estados Unidos también). Soy extremadamente nuevo en mi libro, y sin embargo quisiera que alguien me adelantase algo sobre los seres que vendrán a firmar su nombre en mis páginas. Quién sabe, de repente alguien por ahí me tiene en su memoria como uno de los personajes que le brindaron analítico entretenimiento en algún momento. “¿ Pajerus Mentalus?”.