domingo, 7 de octubre de 2007

Mujeres

“Los hombres nunca vamos a entender a las mujeres. ¡Es obvio! ¿Quién puede entender a un ser que voluntariamente se arroja un puñado de cera caliente en el cuerpo, espera que se seque y se arranca los bellos desde la raíz? Eso debe doler. Sin embargo le tienen miedo a las arañas.” Jerry Seinfeld

Tengo que advertir que en algunos comentarios de esta entrada estaré columpiándome peligrosamente por el filo del machismo, sin que sea intencionado, pero es que la susceptibilidad femenina así lo considerará. Para los hombres será una foto del mundo en que vivimos. Amo a las mujeres y estoy muy de acuerdo con lo que declara Ricardo Arjona cuando se pregunta “¿Qué habría escrito Neruda? ¿Qué hubiera pintado Picasso, si no existieran musas como ustedes?”. Considero que fue el mejor trato que el hombre hizo con la carnicería del cielo, una ganga excelente que mañana haríamos todos de nuevo (menos los que prefieren carne del mismo género, gente que nunca entenderé). No veo mejor oferta que hubiésemos podido recibir, una costilla a cambio de un lomo.

Son una mezcla perfecta entre absoluta excelencia y enigma. Los hombres intentamos e inventamos mil maneras de participar en esta investigación, que trata básicamente sobre qué podemos hacer para entenderlas mejor. Yo tengo algunas teorías que sugieren una cierta aproximación a lo que son, pero desde ya advierto que no salvarán del suicidio a ningún caballero que barra sus ojos sobre mis palabras.

El término amor fue acuñado por alguna de ellas a través de la historia. Nosotros caímos en el juego (voluntariamente y con mucho gusto) pero tendemos a perder siempre por nuestra concepción básica de lo que creemos que es, un juego. Ellas por otro lado lo consideran una religión sin Dios. Están dispuestas a sufrir y vivir en la eterna búsqueda de alguien que comparta la misma fe que sostienen. Nosotros, que posiblemente después de esta entrada lo sigamos considerando un juego estratégico, apelamos a lo material y mundano para tratar de acumular puntos en un marcador que no existe. Lamentablemente estas propuestas tangibles solamente descarrilan a algunas de su devoción, otras conocen las tentaciones del diablo (o LOS diablos) y consideran estas manifestaciones evidencia de que no somos lo que deberíamos ser. Las mujeres son amorosas desde el estornudo que dan hasta la uña que se cortan, siempre estarán buscando caer en los brazos de algún Romeo que las haga levitar al cargarlas a través de la puerta. Unos cuantos minutos de estudio sobre teología del amor podrían quizá resolver algunas de nuestras más redundantes dudas sobre el sexo débil, que ha probado ser más fuerte y difícil que un candado sin llave.

Es por esta afiliación dogmática al mismo fin que las mujeres siempre serán cómplices perfectas. No importa la diferencia de edad que tengan dos chicas. Puede ser que el día de mañana le presentes a tu madre (que ya rebasó la base 4 hace algunos años) a una chica con la que estas comenzando a salir (de unos veintipico), pensando ilusamente que así podrás añadir una ventaja de goles a tu marcador. De alguna forma todo se vuelve en tu contra. Ellas llegan por instinto a alguno de esos defectos con los que te sientes totalmente tranquilo. Lo comentan e intentan pronunciarse sobre las soluciones al respecto, las mismas que jamás se te consultarán pero que te serán impuestas. Esta “sociedad liberal” que ahora forman amenaza con alterar la oferta y demanda de tu vida. Tu capitalismo diario se ve afectado por imposiciones y demás eventos en los que te involucran, vas entrando en un estado de inflación emocional y ya no sabes qué hacer. Por un lado te entran unas ganas inimaginables de desafiliarte de tu chica, pero por el otro el Banco Central de Reserva se siente tan identificado con ella que correrías peligro al hacerlo. Como asesor “eco-relación-omico” sugiero lo más sano para tu mercado interno, al final de cuentas cualquier inversionista va a ser aceptado después por ese BCR que tiene prescrito en sus estatutos la tendencia a la asociación. Después de todo, si fue al baño con una va a ir al baño con otra, la historia lo comprueba.

Después de un amplio número de relaciones formales e informales he llegado a una conclusión que pocos tragaran, las mujeres son todas niñas cuando están desnudas. No por sus actitudes ni por sus inhibiciones, pero sí por como se les ve. No importa que minutos antes halla tenido el escote más exuberante y la minifalda más pecadora del planeta, una vez que la ropa interior da lugar al breve contacto de las sábanas todas las mujeres cobran imagen de niña. Debe existir alguna relación entre esa desnudez que las trajo al mundo y la que percibimos cuando la provocamos, podría sugerir que sus cuerpos (excepto los de las mujeres que salen en películas pornográficas, pero aceptémoslo, esas personas son alienígenas) hacen una regresión holográmica en el tiempo como respuesta a la amenazadora situación, la verdad no lo sé. No tengo idea cómo pasa, pero se vuelven niñas, por lo menos así se les ve. En oportunidades pienso en el origen de esta capacidad camaleónica y resumo todo a una palabra, ternura.

Son tiernas desde que nacen hasta que te roban el último suspiro. Es que ser tiernas y dulces forma parte de sus mandamientos. Estos no están tallados en piedras en ningún remoto lugar del medio oriente, pero sí en sus genomas, en su esencia.

Me veo obligado a plantear algo más que meras similitudes compartidas, pues también son diferentes. Las diferencias se reflejan básicamente en sus culturas y nacionalidades. Todos sabemos que no se puede comparar a una Argentina con una Boliviana (lo siento por lo que te tocó Bolivia). Desde las exuberantes y fiesteras garotas, las angelicales bailarinas de tango, pasando por el carácter recatado de las Chilenas, la liberalidad de las europeas y el exoticismo de las asiáticas, las diferencias afloran y se agrupan en conjuntos que facilitan alguna clase de clasificación. No es que sean unas mejores que otras, sino que cada una complementa lo que debe complementar según su papel espiritual. Nadie combina un helado de vainilla con mayonesa, pero que bien que va con las papas fritas ¿Me entienden? Estamos hechos como extensiones los unos de los otros (hombres con mujeres nada más, porque con dos hombres sobra cable y con dos mujeres no hay qué enchufar).

Los hombres nos despertamos día tras día con la misión de intentar hacerlas felices, dejando de lado nuestro objetivo final de comprenderlas para por lo menos hacer que nos pinten en día de brillo con una sonrisa. Todo el mundo de la moda está basado en este sistema de sonrisas potenciales. Para los hombres hay short y pantalón; para ellas falda, pantalón, vestido, minifalda, falda 3/4, mallas, y un sinnúmero de etcéteras. Pero vivimos contentos con eso, ¡Claro pues! Nosotros lo inventamos. Los diseñadores más famosos del mundo juntan sus ideas creativas para responder a esta necesidad masculina de que el mundo femenino sea mejor. Nacen todos los días nuevas modalidades de blusas y camisetas que repletan el primer piso de Saga Fallabela, dejando un miserable medio segundo piso para nosotros. ¿Nos importa? En lo absoluto, nos sentimos logrados al ver lo lindas que se ven cuando se ponen lo que otros hombres zurcieron para su felicidad, hombres que de tanto intentar pensar como mujeres para descubrir lo que les gustaría usar, se vuelven maricas. Más para el resto de nosotros.

Lamentablemente no es tan fácil la cosa. Este “resto de nosotros” no tiene idea dónde está parado ni hacia dónde debe ir a hacer qué. Somos una multitud de extraños que quiere lo mismo y que reacciona químicamente al aroma de un perfume femenino (que seguramente creamos también para que estén más contentas). Es que estamos siempre en caminos paralelos, ellas rezando y nosotros disparando o pateando alguna pelota tratando de lograr una impresión positiva. Qué absurdo, ellas se vuelven niñas mientras menos tengan encima y nosotros niños mientras más nos disponemos a soportar para sorprenderlas, desde disfraces hasta profesiones (así es doctores, esa va para ustedes. Nadie soporta sangre voluntariamente).

Recapitulo mis innumerables intentos de sostener relaciones y caigo en un limbo de cuestionamientos. No sé qué hice mal ni qué hacer mejor en el futuro, nadie me lo dijo. Tengo contradicciones mentales cuando me atrevo a siquiera considerar que alguna de ellas es más entendible, pues un lado de mí sabe que nada tan bueno es real. Veo fotos de alienígenas en Internet y poco a poco llego a una conclusión que aunque debería asustarme, me reconforta. Podemos llamarlas locas y odiarlas en momentos de incertidumbre, apelar a adjetivos negativos cuando nos sentimos traicionados, socorrer a nuestro ego después que una mujer nos abandone por algún adonis alienígena, pero basta que pase otra con su endiablado perfume para que aceptemos que los hombres no podemos vivir sin las mujeres. ¿Será igual al revés?