No soy tan popular como algunos creerían ni tan desconocido
como a veces llego a creer. Desde que mi cuenta de Twitter pasó de ser la de un
comunicador recién egresado a un personaje mediáticamente reconocible, mi vida
sin duda mutó. Mis menos de cien seguidores se reprodujeron como conejos y,
poco a poco, la cifra que mantuve escueta durante años se volvió bastante
interesante.
Pero el crecimiento de mis seguidores ha sido parte de una
historia bastante accidentada. Si en algún momento tuve casi 7 u 8 clubs de grupos de fans, hoy el número es sin dudas menor. Quizá mi honestidad sea la
responsable, tal vez mi mal marketing emocional (resultado directo de mi forma
de ser) no haya sido del agrado de muchos, no sé. Lo que sí me queda claro,
cada vez más, es que me voy quedando con los que realmente empatan conmigo, y
eso me parece muy interesante.
No soy de los que miente, de los que intenta hacer creer a
200 mil personas que los puedo amar a todos. Por eso no hay tuits míos diciendo
que son la razón de mi vida, que sin ustedes no saldría adelante, que de verdad
los puedo llevar a todos dentro del corazón. Si eventualmente lanzase una
empalagosa frase, adornada de sentimentalismo, buscando afianzar a los que por
ahí se dan el tiempo de leerme, mis seguidores serían aún más. Yo, sin embargo,
prefiero ser honesto con ustedes, siendo también honesto conmigo mismo.
El asunto es que, últimamente, vengo siendo ampliamente
apoyado por las redes sociales. Diariamente, y sin que yo lo pida (porque
seamos honestos, todos sabemos que algunos lo hacen), mi nombre viene
apareciendo en las listas de tendencias. Esto básicamente me dice dos cosas;
que de alguna manera ando haciendo algo bien, y que tengo un grupo determinado
de personas que se identifican con mis ideas y acciones. Es lo segundo lo más
importante, ya que quizá pueda ser interesante tener millones de fans, pero es
mejor cuando estos, a pesar de ser mucho menos en cantidad, son más cercanos.
No soy ejemplo de
nadie. Tengo varios problemas reales, muchos imaginarios, me equivoco
constantemente y jamás me pintaría como modelo a seguir. Aun así, quizá viendo
en mis defectos también los suyos, hay personas que se identifican con mis
rollos existenciales y encuentran en mi sarcasmo un espacio común. Estas
personas, quizá impulsadas por las ganas de ver un pedazo de ellos mismos en la
televisión, me vienen apoyando diariamente para hacerme de un espacio en ese
rectángulo que entretiene.
Es por esto que hoy
me dirijo a ustedes, a quienes usualmente no les digo mucho. Quiero que sepan
que, puedo no saber quiénes son ni realmente qué hace que me sigan como lo
hacen, pero que vivo pendiente de lo que por mí logran. Sé que están ahí, a
veces disfrazados detrás de un ícono que no necesariamente los plasma, pero sí
los representa. Entiendo que tienen necesidades, que tienen problemas y que sus
vidas son un mundo extra al virtual. Me enorgullezco al ver que puedo afectar a
tantas personas, siento muchas cosas cuando leo lo que me ponen, me sorprendo.
Es quizá por este último motivo que les dedico este post;
porque sorprenderme no es fácil, porque la vida me mostró tanto que, cuando me
muestra algo nuevo, tengo que detenerme a admirar. Porque cuando los leo, siento
su incondicionalidad, me abruma su cariño y, sin pecar de exagerado, siento
tanto agradecimiento que, mayormente, me quedo corto con mis respuestas. Quiero
que sepan que no les diré que los amo (porque me es imposible conocerlos a
todos), pero que sé que están ahí, que me quieren, que me siguen y que, a pesar de
la distancia virtual, en muchos aspectos, somos tan parecidos que seguiremos
juntos por mucho tiempo más.
¡Gracias por todo!