martes, 2 de septiembre de 2014

PICHICATAS

Cuando recién levanté mi primera pesa, en un gimnasio en el que había comenzado a trabajar, me aburrí en demasía. Lo único que había cargado, hasta el momento, había sido mi televisor. La verdad es que ya desde el segundo día comencé a flojear. El problema es que entrenaba con un amigo que tenía tantas ganas de hacerlo que me obligaba. Pasó un mes, vi un ligero resultado y quedé prendido; no del deporte, sino de lo que iba logrando.

Me entró tal curiosidad por el mundo del desarrollo muscular que hasta me metí a estudiar musculación y fitness en la Federación de Fisicoculturismo. Ahí aprendí de rutinas, de grupos musculares, de ejercicios, de nutrición y, por supuesto, de esteroides anabólicos. Debo confesar que había jugado con la posibilidad de probarlos. Y es que me resultaba tan envidiable la manera cómo algunas personas simplemente explotaban en musculatura por el solo hecho de sentarse sobre un par de agujas. Modelos, deportistas amateurs, deportistas profesionales, los esteroides están por todos lados y, a uno que entrena con ganas, simplemente le da rabia ver que los demás se desarrollen mejor. Sin embargo, y contra todo pronóstico, lo que aprendí en la Federación ayudó a mantenerme alejado.

Pero al pasar de los años, el bicho de la curiosidad se mantuvo vivo, agazapado en un rincón, siempre volviendo para realizar alguna sugerencia. Lo curioso es que, ya teniendo todo el conocimiento lógico y científico (resultado de mis clases), yo aún podía considerar la posibilidad de mandar todo a la basura y simplemente dejarme llevar por el mundo de la pichicata. La última vez que lo consideré fue cuando terminé el Budweiser Festival.

Fue un mes intenso de trabajo por la mañana y la tarde-noche. Viví a punta de sanguchitos, chorizos y pizzas, dormí poco y, cuando lo hacía, soñaba con ir al gimnasio. Mi cuerpo, obviamente, fue mutando y adoptando la forma de un ser sedentario, fofo y sin gracia muscular. Queda claro que terminó el Mundial de fútbol y yo parecía un jamón navideño. Cuando no estás acostumbrado a verte mal, esto puede resultar sumamente frustrante. Inmediatamente vino la pregunta, ¿cómo me saco esto de encima lo más rápido posible?

Entenderá el lector que la manera más fácil y que da mejores resultados era, obviamente, la angelical aguja de esteroides. Pero, y eso es algo que se aplica a todo en la vida, lo que ganas muy rápido tiende a desaparecer con la misma velocidad. Fiel a mi principio de comer bien y mantenerme alejado de todo tipo de drogas, me la jugué por lo sano. La pichicata se desarrolló con fines médicos que no tienen nada que ver con su uso estético. Sí, hay deportes en donde uno puede ver que, evidentemente, es utilizada; pero yo, un simple mortal que no busca más que verse bien, ¿para qué la iba a usar?

Así me dediqué a entrenar, a comer bien, a suplementarme bien y, claro, a pensar en esteroides. Poco a poco fui moldeándome, saliendo de la figura redonda que había adoptado y logrando restablecer mi capacidad atlética. Me mantuve firme en mi decisión de no drogarme ni de tomar el camino corto. Sufrí viéndome al espejo y reconociendo que jamás iba a ser como los que aparecen en las portadas de revistas de musculación, entendiendo que los abdominales de esas páginas no iban a ser posibles en mí, por mi genética y demás factores. Es verdad, hasta el final consideré la aguja salvadora, pero soy terco, y lo que decido es siempre final.

Hoy no estoy como quisiera, no tengo la figura de un ser mitológico y sé que jamás llegaré a parecerme a Rambo o alguno de mis héroes del cine Hollywoodense. No voy a ser musculoso, no voy a ser definido, pero voy a ser yo. Seré el resultado de lo que mi cuerpo pueda lograr, de lo que mi voluntad permita y mi esfuerzo empuje. No llegaré a la cima de la admiración estética, pero sabré que lo hice con coraje y convicción, lejos de los facilismos que pasan factura, lejos de substancias ilegales, lejos de todo. Quizá no vaya a ser todo lo que hubiese querido ser, pero seré yo, en mi máximo esplendor, y eso es suficiente.


(Adjunto una foto de cuando terminó el Budweiser Festival comparada a una de hace un par de días. Hay un cambio, ligero, pero mío.)