domingo, 9 de diciembre de 2012

APRENDIZAJES 2

Siempre he pensado que la recta final de tu vida comienza el día en que, dándote cuenta o no, pierdes la capacidad de aprender. Ojo que esto no pasa, necesariamente, cuando las arrugas han dominado tu rostro y tu cabello ha invertido su tonalidad. En realidad, la gente puede dejar de hacerlo a muy temprana edad; por obstinados o simplemente porque nunca aprendieron a aprender. Esta recta final de la vida a la que me refiero es la recta de las conquistas. Cuando una persona deja de conocer que tiene un mundo de capacidades por explotar, su vida ha terminado de construir el techo que hará que sus acciones se encuentren condenadas al espacio que marcan sus limitaciones.

Por eso, considero, la curiosidad no mata al gato; lo alimenta. Es cuando aparece dentro de nuestro cerebro el bichito del “explorar”, que nosotros nos encontramos frente a la puerta hacia un mundo extraño, donde la llave para ingresar la encarna nuestra voluntad de fallar una y otra vez. Y es que para poder aspirar a dominar una materia nueva, nuestra vergüenza debe sentarse en el asiento trasero, dándole el volante de conducción a la humildad. Por eso es más fácil aprender cuando somos niños, porque no nos importa el fracazo.

Yo creo que todos los día deberíamos aprender algo nuevo o incrementar nuestro conocimiento sobre una materia en la que, últimamente, hayamos trabajado. Si pasa un día entero y nuestro único propósito fue pensar en el “ahora”, asumiendo que el “mañana” está construido y a nuestra espera, entonces ese día es igual que una sartén sobre el fuego, pero sin nada de comida encima.

El “mañana” es un plato suculento que tenemos que cocinar “hoy”. Dejar el proceso de la cocina de nuestra vida para después, es asumir que el “después” es un producto sin fecha de caducidad. Créanme, conforme pasan los años, nuestra capacidad de picar las cebollas de nuestro futuro se vuelve más torpe; por ende, el proceso de la cocina de nuestro “mañana” se ve en peligro de no llegar a la mesa del porvenir. Podemos tratar de aprender siempre, pero mientras más tarde comenzamos, menos capítulos del libro avanzaremos.

Hoy me siento contento de estar metido en cosas que por mucho tiempo estudié, pero también me roba una sonrisa verme involucrado en temas dentro de los cuales no tengo mayor experiencia. Si fuese yo una persona vergonzosa, asustadiza, cómoda; entonces probablemente mi vida se encontraría dirigida sobre una calle en zona escolar, con las señales bien pintadas y un oficial de tránsito en pleno cruce peatonal. Sin embargo, y debido a que el “no saber” es el mejor punto de partida que la vida te puede dar para ingresar al campo de las experiencias, hoy voy manejando una motocicleta de una sola rueda sobre un terreno sin asfaltar, de noche y con una luz contraria muy fuerte.

Aprendí que aprender a aprender es el capítulo más largo del manual de instrucciones de la vida. Me alegra saber que estoy fallando todos los días, que me equivoco constantemente y que mis errores no se quedan en el aire, sino que alimentan mi bitácora de viaje y sirven como enmiendas a la forma en la que debo hacer, o no, ciertas cosas. Ahora que lo pienso bien, si pudiese pedirle algo a la vida, no sería “no dejar de aprender”, todo lo contrario, sería “no dejar de fallar”.