lunes, 7 de enero de 2008

Emociones

A veces volver a empezar es aún más difícil que comenzar algo nuevo de cero. Sin embargo, fiel a mi alarde de persona responsable, debo cumplir con mi deber auto impuesto de retomar el blog después de las festividades.

Cuando era muy pequeño Papá Noel visitó mi casa para dejar los respectivos y obligados regalos navideños. Andrea y yo estábamos con los ojos hechos faros de helicóptero y babeábamos tanto que las forradas cajas que San Nicolás dejaba bajo el árbol ni nos importaban. Santa Claus estaba en nuestra sala. Nuestro héroe accedió a tomarse fotos con nosotros y lo vimos salir con nostalgia de nuestra casa; “¡Ay Andrea! Es obvio que tiene que repartir muchos más regalos por el mundo entero. ¡Qué sonsa eres! Discúlpala Papá Noel”. Desapareció, curiosamente, hacia el garaje de la casa de los vecinos y nunca más pisó nuestra casa otra vez (disfrazado, claro está). Años más tarde, viviendo en Panamá, nos vinimos a enterar que ese individuo tenía muy poco de Noel y mucho de papá. Niños de menos de 10 años; dejen de leer esta entrada desde el final de este párrafo.

Cuando uno crece va perdiendo el interés y las ganas de celebrar las cosas. Recuerdo cómo en incontables oportunidades amanecía sudando frío bajo la colcha de mi cama, esperando que las ovejitas del sueño me lleven al descanso que me aproxime más rápido a mi cumpleaños. Esa noche se acercaba lenta y cautelosa, siempre contada y presagiada por un artesanal calendario preparado por mí. Varias lunas antes soñaría con mi fiesta, mis regalos, mi familia, mis regalos, la comida y mis regalos. Hoy lo único que espero de mi cumpleaños es una cerveza helada, y, ¡OH sorpresa! La puedo tener cualquier día que se me antoje.

Los años más de vida me caen de sorpresa y los recibo con la misma emoción con la que recibo un vaso de hielo. No hay más trasnochadas sobre la ventana de mi cuarto, ni juego más al adivino de los regalos futuros. Las tiendas de juguetes no verán de nuevo a mis padres pasear con una carretilla para inflar de objetos de entretenimiento infantil, la maletera del carro de mi papá no será otra vez el escondite de mis presentes, mis ojos no resplandecerán de nuevo ante un papel de regalo sobre el suelo, la vida simplemente no es la misma. Cuando llega el 13 de junio, siento que “mi día” es uno más de los 365 del calendario y que no merece tratos especiales, tampoco que mi casa se convierta en el set de “Hola Yola”. Yo nací, tu naciste, vosotros nacisteis, ¡CARAJO! Ya todos entendimos que hemos nacido, paremos de celebrar.

Pero hay quienes, aún siendo adultos, esperan que en su onomástico el planeta deje de girar e invierta su eje para otorgarles una atención divina que de otra forma no tendrían. Vivir en una choza en el medio del Sahara no es excusa para dejar de llamarlos y “desearles lo mejor”, como si otros 35 no lo hubiesen hecho ya. Lloran, se resienten, conversan con tus otros familiares o amigos, se chupan el dedo y se esconden en la esquina de la cuna si no los llamas. Crecieron simplemente para poder exigir más en sus días especiales, como si estuviesen en el peor día de su menstruación todos los años justo cuando se conmemora su nacimiento.

Esta entrada no la empecé pensando en mi cumpleaños, sino en otra fecha que simplemente me dejó de interesar, Navidad. Para empezar, si detesto conmemorar el cumpleaños de gente que conozco y que existe, me pesa aún más celebrar el de alguien que no está y que solamente es parte del engaño más largo de la historia. Fe aparte, tengo otras razones para detestar verme OBLIGADO a recibir las 12 en un ambiente cargado de caretas y espíritus de inexistente alegría real. ¿Por qué tengo que participar entonces?

“Es navidad, has un esfuerzo”

Si Lex Lutor consiguiese amarrar a Superman con cables de criptonita y estuviese a punto de lograr acabar con la vida del galán "monse" del cómic, un absurdo “Es navidad, has un esfuerzo” no lo mandaría a los brazos de Luisa Lane y lejos de la trampa del calvito.

Me jode tener que portarme como niño bueno y servicial, salvo que me estén pagando por minuto o haya alguna comisión previamente estipulada. La navidad, para la gran mayoría, es solamente una fecha para recibir regalos. ¿Saben por qué dicen que es mejor dar que recibir? Porque las tiendas y centros comerciales no venderían nada si dijesen: “es mejor recibir que dar”, lo que es al final de cuentas lo que TODOS sienten y esperan. Yo abro regalos y falseo mi impresión para no herir los sentimientos de algunas personas, pero la verdad es que ya entiendo porque mi padre puede recibir un presente y guardarlo en su cuarto sin haberlo abierto. Ya no le interesa. Mis hermanas y yo hemos optado por regalarle las cosas sin forrar y abiertas, sólo porque no queremos gastar para ver el forrado individuo empolvarse sobre su cómoda.

No hay mayor sentimiento que caiga sobre esta fecha que el de un Padre de iglesia pidiendo más en la colecta de la misa, el de un menor de edad esperando un nuevo aparato tecnológico y el de algún niño grande que va a llorar internamente cuando vea que bajo el árbol Santa Claus no le dejó nada. ¡Cuánta mariconada y conveniencia! Vallan a preguntarle a los niños qué significa la navidad, por ahí alguien me dijo que representaba la muerte de Jesús (lo que me hizo tener pena por semana santa / tranca). ¡Ven lo que enseñamos! Por estas razones estoy cansadísimo de celebrar obligado algo que ya perdió razón de ser.

Las fechas hoy me encuentran despreparado. Son tan absurdos los significados que se les atribuye que no tengo intención en corregir mi dejadez, a menos que me obliguen porque “es navidad y hay que hacer un esfuerzo”. Discúlpenme pero, quisiera poder decidir cuándo, cómo y por qué celebro. Si me siento a ver el partido de la selección peruana y pierden; fue porque YO quise sentarme a ver, YO escogí separar el momento para sufrir, YO tomé las cervezas del desahogo, YO, YO, YO. No un libro ficticio que se escribió hace más de dos mil años. Odio cuando alguien escoge por mí.

La verdad de todo es que los días pasan y se llevan un poco de mi capacidad de emocionarme. No es culpa de los demás que yo no quiera prestar atención a sus necesidades sentimentales, pero si es culpa suya querer introducirme en su burbuja de cojudeces, lo siento. La vida tiene como dificultad intentar emocionarme más mientras avanzo en su camino, lamentablemente es muy difícil. Cuando me asusto sorpresivamente, me acerco un poco al nivel de desconcierto que me traían los cumpleaños de antaño. Por eso considero que los sustos son buenos intentos de reactivar mi programa de emociones. Entiendo así con mucha facilidad porque cada día hay más paracaidistas y personas que hacen puenting.

Pareciese que la muerte desadorna con fuerza el camino que la antecede. Un paso más allá es uno más lejos de emocionarse. Los viejos lo saben, lo comentan siempre, pero nadie quiere escucharlos por amargados. ¿Amargados o desemocionados? Da mucho para pensar. Si analizo la muerte con mayor detenimiento me doy cuenta de que es el último acto de obligación que no decidimos cuándo realizar. Si creyese en Dios lo podría responsabilizar, pero como no veo prueba de que esté por aquí, me lanzaré a decir que la vida es tan “de otros” que no llegamos a decidir ni siquiera sobre las cosas más básicas; nacer y morir. Tal vez por eso estoy de acuerdo con los suicidas, no los apoyo, pero no podría jamás intentar alegar que no tienen derecho de hacer con sus vidas lo que ellos quieran. Ya en el pasado, con certeza, hicieron lo que otros querían demasiadas veces.