domingo, 2 de septiembre de 2007

Cambios

Como experimento decidí salir un sábado por la noche a "discotequear" (si es que puede aceptarse la existencia de este verbo) sin beber ni una sola cerveza. Admito que me sentía como un fanático del golf en la trinchera norte del estadio nacional. Veía cómo la gente bailaba exagerando sus pasos y no llegué a entender el compartido afán de gritar los coros de las canciones en un ambiente donde sólo el DJ decide lo que se oye (acepto que en otra ocasión yo hubiese apelado al griterío también). Todo era normal y nada parecía merecer un análisis "blogsístico" (de nuevo inventando palabras) hasta que vi bajar por las escaleras a 2 niñas. Tuve un breve lapso de curiosidad con respecto a sus edades, recordando mis fallidos intentos en el pasado de ingresar a casinos y discotecas cuando aún llevaba encima el gorrito con hélice de la minoría de edad. Lo que más me impactó no fue el hecho de que estuviesen entre el humo de una discoteca, sino que llegaron a las 3 a.m.

Cuando cruzaba mi último año escolar, conocía ya los viernes y sábados por la noche del clásico boulevard de Barranco. Había entrado a algunos bares y discotecas que ahí modelan sus figuras ante los peatones, pero confieso que era aún relativamente nuevo en el tema de la noche (no bebía nada en el momento). Al pasar el tiempo, esta tendencia a buscar eventos nocturnos y preferirlos por sobre los diurnos fue cobrando mayor espesor en mí. Los fines de semana se fueron volviendo más voluptuosos, incluyendo ahora los jueves, y tengo que aceptar que cada vez más los miércoles luchan por ser incluidos en el concepto de día de juerga. Quizá para futuras generaciones los martes podrían aparecer como un interesante plato para el apetito parrandero. Fue aquí donde entendí por completo lo estipulado por Heráclito: "Lo único permanente es el cambio".

Las 2 chicas del primer párrafo no podían tener más de 18 años recién cumplidos. Ellas bajaban las escaleras a una estratégica velocidad de muestreo y alardeando las recientemente obtenidas y curvilíneas voluptuosidades. Llegaron a la barra y saludaron a 3 tipos de un metro y ochentaipico cada uno, aceptaron un whisky con red bull cada una y se adhirieron a la fiesta como si fuesen el trozo de plastilina que faltaba unir. Pensé en sus padres y en la posibilidad de que desconociesen el paradero de sus hijas (y la hora a la que llegaron), pero me topé con la cruda realidad, las lolitas limeñas eran el relleno principal de las "discopostres" (inventar palabras es otra de las cosas que se aceptan hoy por hoy). Me resigné, en mi posición de sobrio alienígena, a aceptar su participación en la farra y me puse a contemplar las diversas concepciones de las cosas que estas chicas podían tener, basando mi información en lo que recordaba de la televisión y de mis 2 menores hermanas.

El amor en la época de mi tatarabuelo era posiblemente como lo pintan los poetas de antaño en sus magníficas creaciones literarias. Una rosa por cada salida al parque, contacto dactilar después de haber cumplido con una cifra de dos dígitos de citas, un beso después de un par de meses, y de "chuculún" ni hablar (a uno se le podía hasta olvidar como se hacía eso por falta de práctica). Ahora las rosas sirven sólo para ser dibujadas y colgadas en alguna pared, los besos son ofertados al mejor postor de la noche en cualquier lugar oscuro, y el perreo chacalonero ha hecho del "chuculún" un acto casi continuo ligado a este. Acepto que no era ciego ante los cambios de lo que uno no podía hacer antes y que es libre de hacer ahora, pero no lo analizaba con tanto detalle.

El personaje de "La tía Julia y el escribidor" de Mario Vargas Llosa consideraba incómodo un romance con una persona mayor que él por 14 años (18 y 32), ella se sentía vieja por esto. Hoy es de lo más normal que una persona que ostenta la cuarta década de su vida disfrute momentos de cariño y pasión con un veinteañero que irradia juventud. Aún hay quienes se mantienen firmes al clasicismo de las relaciones de pareja, pero cada día nacen más aceptantes. Debo confesar que no hace mucho (a mis pasados 22 años) pude presenciar muy de cerca una de estas "relaciones" por así llamarlas. Ella, una exuberante (definitivamente operada) Ucraniana de 44 años y yo un joven viajero con las hormonas eternamente alborotadas. Como tema aparte, observando algunos matrimonios he llegado a la conclusión de que estadísticamente mi futura esposa se encuentra aún en la secundaria de alguna escuela.

Los menores de edad encuentran cada segundo diversas formas de "chupar", manejar automóviles, entrar a casinos y discotecas, frecuentar burdeles, etc. Esto revela una fuga en la esfera de la adultez, agujero por el cual escolares y quinceañeras pueden echar una mirada al mundo que les depara el futuro cada vez más cercano. Quizá deberíamos crear una brecha de edad (entre los 15 y los 18) en los que una persona pueda ser considerada casi-adulta. Otorgar un pre-DNI a cada uno sería indispensable para reconocerlos como lo que son, un fenómeno cada vez más persistente que escapa a las explicaciones y catalogación del modelo generacional vigente.

Tengo una hermana de aproximadamente 13 años, edad en la que el fútbol y las escondidas copaban mi agenda, que vive cuestionándome sobre los lugares nocturnos a los que voy, las diferencias entre estos, las cosas que veo y las razones por las que llego al medio día siguiente (esta última explicación se la dejo a mi padre). Ella está al constante acecho de una oportunidad para incurrir en el mundo de la parranda, un desliz en mi casa que la deje salir a un bar o una discoteca (por simple curiosidad). La verdad es que pronto la veré recostada en la barra con un whisky con red bull y conversando con Brutus, La Mole y Hulk (personajes que acompañaban a las chicas que abrieron esta entrada). Lo que esta reflexión me deja es una cruda realidad: En un mundo de cambios en el que la adultez es más asequible y cercana para los "niños", la vejez se acerca con persistencia a pasos agigantados y amenazadores a los que hace muy poco dejamos de ser paquitos de Xuxa. Pronto las desubicadas no serán las chicas de 18, sino más bien los seniles de veintipico.