lunes, 10 de noviembre de 2014

PERFECCIONES

Eran miles las imágenes que pasaban por mi cabeza cuando me encontraba enjaulado, sin posibilidades de hacerme del título por el que tanto me había peleado con las lesiones de mi cuerpo. Veía las campanadas, los escudos, las coronas; todo metido en una licuadora cuyo contenido iba a parar, sin escala alguna, en el desagüe. Por el costado podía divisar cómo la ventaja que me tenían le daba más forma a mi frustración, mientras yo, con los brazos muertos de tanto desentornillar lo inamovible, auguraba una muerte quizá mayor.

El tres de noviembre, alrededor de las ocho de la noche, dentro de esa jaula murió “La Perfección”. Luego de una temporada casi perfecta, de una línea limpia de desempates y cortes por todo el cuerpo, esa cuyera se transformaba en el ataúd de mi deseo, en el fin de mi ilusión. Cada paso que yo no daba y que cincelaba el nombre de otra persona sobre la piedra que yo había cargado hasta ese lugar, hacía que mis mil y un ensayos e intentos por perfeccionar mis técnicas y formas, se encontraran con un inevitable apocalipsis.

Cuando sonó la campana que tanto había sido mía, que me fue infiel en pocas oportunidades, lo que yo oía era el inicio de mi marcha fúnebre. Estuvieron presentes mis tres maneras de atar nudos, mis escupitajos a las tuercas para que rueden, mi pierna arriba en los delfines, mis saltos de los andamios y muchos deudos más. Todos lloraban por dentro, pues ellos también habían soñado con la gloria, con el pago al esfuerzo, con la consagración de lo inevitable, con lo que en posesión ajena asesinaba un pedazo de mí.

Pero el destino así lo quiso, deseó que muriera ahí, frente a los que tenían por seguro que ese día nada iba a acabar. Así como el boxeador que se prepara meses y cae en el primer minuto del primer round, como la bala mata al soldado en pleno ensayo de tiro, así como se hundió el Titanic; murió “La Perfección”. Hoy, lejos de tratar de resucitarla, de tratar de juntar los pedazos y armarla nuevamente, he optado por caminar y olvidarme que en algún momento existió. No sirve de nada llorar, las lágrimas son agua salada y solo sirven para mojar el rostro, mas no para recuperar lo perdido.

Por eso ahora no quiero nada, no sueño con nada, no aspiro a nada. Soy en este momento una bandera sin color que no flamea, un escudo sin relleno que no representa, un nombre sin letras que no tiene inscripción. Ya no quiero reconocimientos, no añoro glorias, no espero que se reconozca nada de lo que pueda lograr. Murió “La Perfección” y en su acta de defunción firmé también el fin de mis deseos competitivos, de mis esperanzas de temporadas, de todo. Murió “La Perfección” y la enterré con un pedazo de mi vida; uno que creía en el bien, que defendía derechos, que cumplía con deberes. Murió “La Perfección” y nació alguien que no espera nada a cambio de lo que haga, que va a pelear por coleccionar campanas, y nada más. Murió “La Perfección” y nació “El Mercenario”.

Veamos en qué termina esta nueva etapa; acaba de comenzar.