martes, 28 de febrero de 2017

REDES

No tengo mayor conocimiento de historia universal que lo que aprendí en el colegio. O sea, no es que vaya a pensar que Confucio inventó la confusión; pero tampoco soy un erudito en la materia. Sin embargo, hay cosas que uno más o menos puede intuir. La invención de la red, por ejemplo. Ese momento en el que agarramos un par de cuerdas (o lo que sea) y las amarramos para construir otra herramienta. Asumo, y es aquí donde mi intuición juega por encima de mi conocimiento, que la red fue inventada, en un principio, para la pesca.

Con la red debemos haber pasado de cazar un solo pez (con lanza) a capturarlo en pleno paseo familiar. Ese momento en el que el "hombre" (si es que ya éramos) se paró en el agua y soltó su invento para capturar lo que sería la cena de toda la tribu, debe haber sido mágico. Cardúmenes felices vieron su camino interrumpido por el ingenio del ser humano que, en un afán por sobrevivir, construyó la respuesta para una de sus necesidades primarias. Ahora sí, subámonos al Delorean y vayamos al futuro (nuestro presente).

Cuando te abres una cuenta de Twitter/Facebook/Instagram/Snapchat/Orkut... Hi5, estás inmediatamente convirtiéndote en un pez que va a nadar y compartir tu rutina con los demás peces de la web. Las redes sociales, al igual que las redes de pesca, te pueden atrapar de tal manera que, al igual que la cena de la tribu en el párrafo anterior, tu vida se vea consumida. La red te atrapa, te consume, te guía mientras nadas por fotos y comentarios. Como reacción, quizá de supervivencia, la red te puede empujar a formar parte de un cardumen. Quizá reconociendo que tienen todos un destino en común, la red te puede convencer de que nadas hacia el lado correcto, que tienes un sentido de ser. La red social, sin embargo, también miente.

Pero no todo está perdido bajo el agua. Las redes sociales, si bien tienen nudos que son a veces imposibles de atravesar, dejan espacios entre los amarres que bien pueden permitir que el nado no se vea del todo interrumpido. El problema está en que, muchas veces, nos convertimos en peces que nadan a ciegas. Ya sea porque estamos muy cerca de la superficie y el resplandor de la información nos nubla los ojos, o porque la profundidad de la falta de la misma nos corta la visibilidad; las redes sociales en ocasiones pueden llegar a ser nuestro más capturante verdugo. Está en nosotros buscar la salida, escabullirnos entre los amarres, surcar por los agujeros. No vamos a escapar jamás si nadamos en contra del nudo, es cierto, pero tampoco lo haremos quedándonos en la comodidad de sentir que, por más que estemos atrapados, estamos en compañía de más prisioneros.

Hace tiempo aprendí a no morir en el claustro en la red solo por la comodidad que puede brindar la adulación del cardumen. Y es que, el hecho de que el celular esté fabricado para nadar por el mundo, no significa que los rumbos que tomemos vayan a ser siempre los correctos. No porque detrás de mí vienen miles de peces, yo estoy yendo en la dirección que debería. A veces el apoyo grupal nos puede llevar a pensar que nuestra manera es la adecuada, hasta que llegamos al límite que nos presenta la red y terminamos en algún ceviche del día siguiente.

Por eso es mejor nadar con cautela, entendiendo quién viene y por qué lo hace. Es bueno anticipar el comportamiento de la red, basándonos en lo que más o menos entendemos de las especies de peces que por ahí merodean. Es importante tener en cuenta lo que en la red sucede, pero sin llegar a considerarla dogmática, sin llegar a quedar atrapados. He visto a muchos acudirles para buscar su salvación, para sustentar su grandeza, para alimentar su autoestima; pero acabar condenados por la realidad de la red que, inevitablemente, te saca a la superficie y te ahoga.

Yo las tomo con cuidado. Soy un asiduo pez que ha encontrado la forma de nadar entre los amarres, deteniéndome a veces para admirar lo que adentro sucede. Pero también entendí que mi estadía debe ser efímera, que no puedo observar más de la cuenta. Es muy fácil reconocer al a red como hábitat y morir en el intento de ser parte del grupo, de seguir a los que nadan hacia la captura, de los que se desplazan sin ver bien a dónde van. En lo que a mí concierne, la red es peligrosa, es amenazante, es pérfida. Pero como todo lo malo de la vida, la mayoría de las veces, la red también puede ser sabrosa.