jueves, 16 de noviembre de 2017

PASIONES

Tuve un trauma que me cambió la vida, un grupo de vivencias que modificaron mi ser, anécdotas que tatuaron mi alma. Y es que yo era un niño normal, con las pasiones que los demás tenían, con los sueños que en general solemos compartir. Hoy he superado lo que de alguna manera marcó mi infancia, lo que me mandó en otra dirección, lo que me empujó a decidir que ya no quería llorar. Ya puedo decir que he vuelto a amar y que estoy contento con lo que el fútbol ha logrado en mí y el resto del país.

De pequeño, tuve un tío que me contagió el amor por el Sporting Cristal. Me sacó de la casa con engaños y me llevó de mascota al estadio; al punto que aparecí en la portada de algún diario (con el equipo). Mi viejo, de la U, refunfuñó con mi madre como si le hubiesen violado la mente a su hijo. A partir de ese momento, la celeste la llevé como si fuese mi segunda piel. Seguí los encuentros, sumé las tablas, coleccioné fascículos de diarios deportivos, etc. Fui de esos que pateó la pelota usando el nombre de alguno de esos jugadores que se fajaban por su club. Esto, claro, hasta que ya no pude más.

Algo pasó que rompió mi espíritu. De pronto mis domingos ya no eran de fútbol, mis recreos en el colegio no veían balón, mi camiseta celeste se perdió en algún olvidado cajón. Creo recordar la fecha exacta; 13 de agosto de 1997. Ese fue el fatal día que consiguió empujarme fuera de las canchas y hacer que mis ojos no quieran ver fútbol ni cuando pasaba caminando por algún polideportivo de barrio. Y es que luego de que la selección se viese constantemente bloqueada por nuestro, hasta ese entonces, frustrante momento futbolístico; Cristal perdió la final de la Copa Libertadores y mi pasión ya no pudo más.

¿Por qué, Julinho? ¿Por qué no pudiste meter ese gol? Lloré encerrado en el baño porque no quería que me viese mi papá. No entendía cómo el destino me podía arrebatar un sueño así. Era solo un niño, tenía solo una ilusión. !Qué injusta es la vida y que azarosa la pelota! Era solo una patada más de las millones que hasta ese momento habías tenido, Julio. Hace muy poco, conversando contigo, después de 20 años; en secreto te perdoné. Pero lo peor vino no fue lo tuyo, sino lo del Viejo.

¿Cómo me podía fallar Balerio? Era mi ídolo. Yo no quería ver a otro en el arco que no fuese él. No termino de entender cómo, en un momento de esos en los que la gente debería ser certera, Julio César no decidió bien y el Cruzeiro nos metió el gol que, más allá de robarse la ilusión de millones de hinchas celestes, me empujó a la renuncia total de todo lo que tenga que ver con el balonpié (aunque la RAE diga que es baloMpié). Descansa en paz, Viejo. Nadie fue como tú. Pero ese día me busqué olvidar de ti y los otros 10 de la cancha. No fue personal; aunque pensándolo bien, tal vez sí.

Me dediqué a la Capoeira, me volví acróbata y los chimpunes murieron al fondo del closet; junto con mis ilusiones e intentos de jugar por la selección del colegio. Fui un cobarde, lo acepto. No pude con mi tristeza y decidí bloquear ese lado de mi vida. Seguro que si hubiese seguido, sería de esos que se junta con sus amigos a ver la final de la Champions o algo así. Acabé viendo la UFC en mi casa y boxeando por ahí. Pero algo pasó estos últimos meses que despertó a ese niño que ya no había querido llorar. No sé bien qué lo revivió, pero sí sé que recordé que el deporte se puede querer y que la camiseta va más alla de pintar un par de colores sobre un pedazo de tela.

Soy de los que se subió tarde al tren, lo sé. De esos que no la pelearon cuando la cosa estaba fea y que apareció cuando la comida se había comenzado a calentar. Acepto cualquier crítica porque entiendo que no he sido un hincha de verdad, pero la pasión que se encendió en mi corazón no la apaga ni el peor de los autogoles. Hoy Perú está de regreso en la gran fiesta mundial, con un pasaje tardío pero el asiento seguro. El país entero (y los que hemos exportado por el mundo) ha llorado de alegría, derramando lágrimas que nunca habíamos visto derramar así. Esta generación tiene nuevos héroes y ya no va a vivir de historias de un tiempo mejor.

Nadie sabe qué nos va a pasar en Rusia, si vamos a avanzar o si solo visitaremos la primera fase; pero no importa. Esa unión nacional es algo que se lleva de encuentro cualquier premio. Hemos sentido lo que representa formar parte de la misma nación. Hemos ajustado juntos, abrazados a la distancia, mientras 11 gladiadores se rompían la vida sobre el pasto. Y eso no lo va a borrar nadie. Hoy me declaro hincha del fútbol otra vez. No porque nos vaya bien, porque hayamos ganado, porque estemos en la copa. Soy hincha a raíz de haber recuperado la capacidad de sentir esa fiebre que intenté olvidar, porque ya no tengo ningún bloqueo mental. Me pongo la blanquirroja y me declaro hincha porque, más allá de que me emociona vernos unidos, he descubierto que tengo aún la capacidad de poder amar. Y eso, para mí, es más que suficiente. !Gracias, muchachos!