Cuando pequeño, tus padres de instruyen sobre el mágico arte
del trato femenino. Te intentan formar de tal manera que, en la medida de lo
posible, resultes ser una pieza que encaje dentro de lo que ellos consideran es
el manual del relacionamiento entre damas y varones. Aprendes lo que debes
hacer, lo que hay que evitar decir y te empapas de detalles que, a vista de tus
progenitores, te dejarán como un caballero ante la mirada de cualquier princesa.
Poco saben que lo único que hacen es condenarte a la soltería.
Hoy las mujeres no te quieren educado, no te prefieren
amable, no te buscan por ser bueno. Todo lo contrario, no importa cuánto brille
la aureola que puedas llevar levitando sobre la cabeza, ellas quieren siempre ser
maltratadas por el tridente de fuego de cualquier otro; como si el dolor fuese
una extensión más intensa de aquel amor que soñaron cuando eran pequeñas. Saben
cuál es el camino seguro hacia la casa de la abuelita, pero también saben que
por ahí no encontrarán al lobo feroz, así que optan por enrumbarse sobre el
sendero más turbio.
El peligro a terminar con el corazón destrozado ha resultado
ser el atractivo principal que una chica busca. La seguridad que brinda un
hombre bueno está bien, pero para aquel que será el eterno amigo; ese que en el
diccionario que maneja con sus amigas aparece como “aquel con el que puedo
hasta dormir sin que pase nada”. El camino limpio de dudas no atrae; ellas
quieren intentar domar al indomable, sienten que pueden cambiarlo; saben que
dolerá pero lo asumen como parte del proceso. Y es que el dolor hoy no significa
que el amor fue mal escogido, sino que ha sido tan bien escogido que hasta
parece que te podría matar su maltrato.
Y por el otro lado va el bueno, el educado, el que no tiene
antecedentes penales en el sistema amoroso. Este ve el rechazo como un pan de
cada día, se ha acostumbrado a perder ante los malos, ante las opciones
erradas. No conforme con eso, ve su existencia peligrar al tener que pelear
contra otros especímenes; el billetón y el adonis. El primero puede comprar el
mundo, el segundo puede cargarlo.
Así, el bueno se debate entre mantenerse firme en su camino,
defendiendo su postura, o integrar alguno de los otros bandos. Después de todo,
si no hace algo al respecto, el constante rebote solo va a acabar por lograr la
extinción de su especie. Tienen razón las mujeres cuando luego de un desamor le
reclaman al mundo la existencia de pocos hombres buenos; el problema es que
ellas mismas los van extinguiendo. Y es que, no importa qué tan manchada pueda
estar la reputación de un adonis (o un billetón), siempre hay una dispuesta a
elegirlo sobre uno que no presenta mayor riesgo. Después de todo, para ellas es
aburrido no sufrir, se siente como si no hubiese amor.
No soy bueno, no soy malo, no soy billetón ni soy adonis; en
verdad no sé qué soy. Los años me moldearon para aprender a sobrevivir,
manteniendo un esqueleto de lo que en algún momento puramente fui. Muté en pro
de mi supervivencia, variando preferencias y comportamientos, pero siempre
siendo yo. Hoy tengo el terreno más analizado y sé por dónde va lo que quiere
la gente. Me incomodo ante la preferencia global femenina y siento nostalgia
por aquellos años (que no conocí) en los que un poema y una flor del parque
cumplían con lo que cumple hoy una botella de whisky, un reggaetón bien pegado
y una inagotable necesidad de pasarla mal para sentir que
el amor es más especial.