domingo, 14 de junio de 2015

EXPERIMENTOS

Todos los días, al despertar, incluso antes de entrar al baño para lavarme los dientes, mientras me aguanto las ganas de orinar, me conecto al Facebook para chismosear un poco. Desde mi cama me entero de las juergas de mis “amigos”, las indirectas que se mandan, los eventos a los que no asistí y, por supuesto, de los cumpleaños de algunos. Entonces, y como si fuese un engrane de una máquina en piloto automático, celebro sus onomásticos con un impersonal comentario en el muro del que le toque. Suena cruel, pero puedo contar con los dedos de las manos las personas cuyas fechas de nacimiento tengo en la memoria. Mi cumpleaños se venía encima y decidí jugar un poco.

La tecnología apareció para facilitarnos la vida; salvo que quieras imprimir, a último momento, un trabajo final. En esos casos; los discos no graban, las tintas se acaban, internet no funciona y los celulares se quedan sin batería. Han pasado más de 10 años desde que le dejamos la tarea de la memoria a las teclas del teléfono móvil, con todo y lo que luego trajo consigo el momento en el que el asteroide de las pantallas táctiles acabó con los demás elementos para recordar. Y es que, puedo apostar que los únicos números de teléfono que recuerdan son los que marcaban, tecla a tecla, antes de que un aparato reemplazase un segmento de nuestro cerebro.

Por eso, y para evitar los saludos "chupa medias" de los que comentan como resultado de haber visto que otro comentó antes, borré mi fecha de nacimiento del Facebook. De esta manera, solo me saludarían los que tuviesen mi día presente; no en alguna pantalla de alta definición, sino dentro del disco duro que comparten el cerebro y el corazón. La hipótesis del experimento anticipaba que iba leer pocos saludos en mi perfil; y sí que fueron pocos, se podían contar con los dedos de una mano.

Recibí las llamadas telefónicas habituales; familiares cercanos, amigos de antaño, compañeros presentemente olvidados y alguna sorpresiva aparición del pasado. Claro, el detalle está en que yo también recuerdo con claridad los cumpleaños de este selecto conjunto de personas, pero y ¿qué de los que me ven día a día, los que me ponen el brazo sobre el hombro y me llaman “hermano”?

No los culpo; la verdad es que tampoco los recordaría si la tecnología no me lo anticipase como canal del clima. Es cierto que por Twitter me saludó un extenso número de personas, y me alegra, pero también es cierto que lo hacen como resultado de haber visto un saludo, o porque lo "paporretearon" el día en el que me volví figura pública. Sin embargo, mis “amigos cercanos del Facebook-tipo”, brillaron por su ausencia. No me entristece, no me baja la moral, no me choca; en lo absoluto, pero sí me deja mucho que pensar.

Si Facebook no le cuenta a la gente que nací, es como si no lo hubiera hecho. Casi como si dijésemos “Facebook, luego existo”. ¿Qué pasará el día que muera? Mi cuenta no está aún conectada al latir de mi corazón. El día que este deje de bombear vida, ¿la gente sabrá que desaparecí? El siglo pasado, con una simple cadena de boca a boca se llenaba un velorio. Hoy, habiendo puesto en peligro de extinción este método de comunicación, ¿podremos despedirnos de los que ya no tendrán datos de conexión virtual?

Fue mi cumpleaños y comí lo que me dio la gana, hablé con quien de verdad se acordó y alguno que otro colado. No sentí la avalancha de vibraciones en el bolsillo, indicándome que mi muro tenía un comentario nuevo, no tuve que dar “like” a decenas de mensajes automatizados, me ahorré el discurso generalizado con el típico y superficial “los quiero” y mucho de “gracias”. Fue mi cumpleaños y mi vida sumó un dígito a su currículum vivencial, los sistemas que me tienen registrado coincidieron en hacerme mayor, en cambiarme de número. Fue mi cumpleaños y no salí de fiesta, no me dediqué al alcohol ni me amanecí despilfarrando energías. Fue mi cumpleaños y, solo porque Facebook no lo dijo, también no lo fue.