Todos los días, al despertar, incluso antes de entrar al
baño para lavarme los dientes, mientras me aguanto las ganas de orinar, me
conecto al Facebook para chismosear un poco. Desde mi cama me entero de las
juergas de mis “amigos”, las indirectas que se mandan, los eventos a los que no
asistí y, por supuesto, de los cumpleaños de algunos. Entonces, y como si fuese
un engrane de una máquina en piloto automático, celebro sus onomásticos con un
impersonal comentario en el muro del que le toque. Suena cruel, pero puedo
contar con los dedos de las manos las personas cuyas fechas de nacimiento tengo
en la memoria. Mi cumpleaños se venía encima y decidí jugar un poco.
La tecnología apareció para facilitarnos la vida; salvo que
quieras imprimir, a último momento, un trabajo final. En esos casos; los discos no graban, las tintas se acaban, internet no funciona y los celulares
se quedan sin batería. Han pasado más de 10 años desde que le dejamos la tarea
de la memoria a las teclas del teléfono móvil, con todo y lo que luego trajo
consigo el momento en el que el asteroide de las pantallas táctiles acabó con
los demás elementos para recordar. Y es que, puedo apostar que los únicos
números de teléfono que recuerdan son los que marcaban, tecla a tecla, antes de
que un aparato reemplazase un segmento de nuestro cerebro.
Por eso, y para evitar los saludos "chupa medias" de los que
comentan como resultado de haber visto que otro comentó antes, borré mi fecha
de nacimiento del Facebook. De esta manera, solo me saludarían los que tuviesen
mi día presente; no en alguna pantalla de alta definición, sino dentro del
disco duro que comparten el cerebro y el corazón. La hipótesis del experimento
anticipaba que iba leer pocos saludos en mi perfil; y sí que fueron pocos, se
podían contar con los dedos de una mano.
Recibí las llamadas telefónicas habituales; familiares
cercanos, amigos de antaño, compañeros presentemente olvidados y alguna
sorpresiva aparición del pasado. Claro, el detalle está en que yo también
recuerdo con claridad los cumpleaños de este selecto conjunto de personas, pero
y ¿qué de los que me ven día a día, los que me ponen el
brazo sobre el hombro y me llaman “hermano”?
No los culpo; la verdad es que tampoco los recordaría si la
tecnología no me lo anticipase como canal del clima. Es cierto que por Twitter
me saludó un extenso número de personas, y me alegra, pero también es cierto
que lo hacen como resultado de haber visto un saludo, o porque lo "paporretearon" el día en el que me volví figura pública. Sin embargo, mis “amigos cercanos del
Facebook-tipo”, brillaron por su ausencia. No me entristece, no me baja la
moral, no me choca; en lo absoluto, pero sí me deja mucho que pensar.
Si Facebook no le cuenta a la gente que nací, es como si no
lo hubiera hecho. Casi como si dijésemos “Facebook, luego existo”. ¿Qué pasará
el día que muera? Mi cuenta no está aún conectada al latir de mi corazón. El
día que este deje de bombear vida, ¿la gente sabrá que desaparecí? El siglo
pasado, con una simple cadena de boca a boca se llenaba un velorio. Hoy,
habiendo puesto en peligro de extinción este método de comunicación, ¿podremos
despedirnos de los que ya no tendrán datos de conexión virtual?
Fue mi cumpleaños y comí lo que me dio la gana, hablé con
quien de verdad se acordó y alguno que otro colado. No sentí la avalancha de
vibraciones en el bolsillo, indicándome que mi muro tenía un comentario nuevo,
no tuve que dar “like” a decenas de mensajes automatizados, me ahorré el
discurso generalizado con el típico y superficial “los quiero” y mucho de “gracias”. Fue mi
cumpleaños y mi vida sumó un dígito a su currículum vivencial, los sistemas que
me tienen registrado coincidieron en hacerme mayor, en cambiarme de número. Fue
mi cumpleaños y no salí de fiesta, no me dediqué al alcohol ni me amanecí
despilfarrando energías. Fue mi cumpleaños y, solo porque Facebook no lo dijo,
también no lo fue.