martes, 8 de enero de 2013

CONVIVENCIAS

Recuerdo que, en mis clases de la universidad, al tratar el tema del ser humano, un profesor hacía énfasis en se trataba de un “ser social”. Mientras que los peces tienen como hábitat el mar o los ríos, algunos animales la selva y otros la sierra, los hombres tenemos como espacio “la sociedad”. Según él, y yo concordaba, nosotros estamos hechos para vivir en comunidad. Sin embargo, luego de la pequeña experiencia de “comunidad” que he tenido hace un par de semanas, he llegado a la conclusión que la convivencia es un árbol que tiene ramas mucho más espinosas de lo que parece.

Se quedaron en mi casa 7 mujeres, por tema de año nuevo. Ya por ahí algunos comienzan a asumir los contratiempos a los que me puedo comenzar a referir. A esto sumemos el hecho de que tenían, en promedio, 20 años de edad. Hago hincapié en sus años vividos porque, cuando uno es menor, el ruido es un asunto que nos causa poco interés. Le recuerdo al lector que mi casa tiene sólo 2 habitaciones, así que las 7 ocupaban el cuarto del primer piso; como cuando el vecino mete varios loros en una misma jaula. Y, como si fuera la cereza del helado, tomemos en cuenta que, para suerte de todos nosotros, durante los 7 días que se hospedaron conmigo, el agua simplemente decidió no volver a aparecer. Parece que el agua sabía a lo que me sometía y no quería ser mi compañero de batalla.

Asumo que se trataba de un escenario difícil de por sí; vivir sin agua es algo que nadie merece, y me apena profundamente haberlas expuesto a ello. La verdad es que la solución del asunto escapaba de mis posibilidades, pero como anfitrión me tocó asumir la culpa. Es por esto que, cuando ensuciaron hasta el último cuchillo de mi cocina, repletaron mi mesa de licor de caña y limones a medio exprimir y derramaron cuanto producto era posible en la cocina, no me exasperé mucho por fuera. Claro que por dentro saltaba el anciano lógico que tenemos todos guardado y que aparece para criticar a los demás: “Si saben que no hay agua, que no se puede limpiar, ¿por qué ensucian tanto?”

Pero todo eso me tocaba aguantar a boca cerrada porque no existía la posibilidad de acabar con la suciedad que causaban. Yo me preguntaba las razones por las cuales simplemente no tomaban conciencia y evitaban armar tanto desastre, pero también es verdad que rezaba al dios en el que no creo que el agua vuelva y la cosa sea distinta. Aunque, siéndoles totalmente franco, no creo que ninguna hubiese lavado una sola cosa.

Todas las madrugadas, alrededor de las 4am, las oía llegar en coro, cual caravana orquestal, lanzando sus voces hasta lo más alejado del infinito. Golpeaban las puertas sin darse cuenta, gritaban una por encima de la otra para hacer sentir que era su turno de hablar y simplemente reían como si nadie más en el mundo tuviese orejas. Mi pobre vecino, un señor de más de 50 años me confesó que estaba incluso pensando llamar a la policía porque no llegaba a comprender si el ruido era natural o forzado por algún agente externo y peligroso. Les pedí que tuviesen un poco de consideración con este señor que trabajaba muy temprano por la mañana; pero cuando se trata de escándalo, el que tiene una batería está programado para tocarla.

Desde que me mudé a esta casa, tener a la mano opciones alimenticias fue un placer que asumí como parte de mi vida cotidiana. Tenía siempre a la mano latas de atún, de frejoles, agua fría y también temperada, galletas, queso, jamón, entre otras cosas de rápida preparación. Las chicas simplemente barrieron con todo. No importó la diferencia que el cerebro naturalmente hace entre lo propio y lo ajeno; las cosas desaparecieron y no se volvieron a asomar. Tal fue el descaro de saqueo que decidí no comprar nada más. Es terrible comprar algo hoy, adelantando un antojo, recibir la llegada de ese antojo y simplemente no poder complacerlo porque el producto soñado se encontraba ahora en el estómago de otra persona. Eso sí, los paquetes quedaban en su lugar; habían fundas de queso vacías en la refrigeradora a la espera de que alguien las deseche. Parece que no les interesaba ni siquiera esconder el crimen.

Yo mordí mi lengua y traté de mantenerme lo más alejado del asunto que pudiese. Un par de días antes de retirarse, me reclamaron que no tenían espacio suficiente para dormir todas en el cuarto; con justa razón. Les recordé que existía la posibilidad, que les presenté desde que llegaron, de ocupar un espacio en el segundo piso, al costado de mi cuarto. Actuaron como si nunca lo hubiese mencionado. Y es que, cuando eres muy joven, los mensajes te llegan directamente al buzón de correo no deseado. Así que les limpié el espacio y lo dejé listo como para que lo ocupasen y le diesen un poco de aire al pequeño cuarto que las albergaba.

¿Lo usaron? Claro que no. Las chicas optaron por seguir en su lata de sardinas y obviar el espacio que me habían pedido. En realidad, cuando aplico la palabra “usar”, me refiero a su relación con el verbo dormir. Nadie “durmió” ahí arriba. Lo que sí pasó fue que una, la más osada quizá, llegó a las 5am, con un gringo, y decidió que el mejor lugar para tener relaciones sexuales era ese espacio, a 2 metros de mí. En su pequeña cabeza no cabía la posibilidad que yo la oiga. Yo les había pedido que nadie entre a la casa y ellas parecían haber entendido mi preocupación, incluso actuaron como si la apoyasen. Tan ilusa fue esta chiquilla que, cuando llegaron sus amigas y le reclamaron sobre mi petición, ella casi gritó de vuelta: “No se preocupen, Ernesto no se va a dar cuenta. Está dormido”.

La faena, entre primer y segundo round, duró un par de horas. Con descanso de intermedio y un intento absurdo de comunicación entre los dos individuos. Ella no hablaba un carajo de inglés y él simplemente no dominaba para nada el castellano. ¿Cómo se habían conocido, llegado a besar y decidido ultrajar el segundo piso de mi casa? Jamás lo sabré. Era como oír a Tarzán tratar de comunicarse con Jane. Sobre lo que sí pudieron comunicarse, en un principio, fue sobre el requerimiento que ella le hizo con respecto al uso de un preservativo. No mucho después él se lo quitó, ella reclamó, con muy poca insistencia y continuaron haciéndolo a flor de piel. Hago un alto del tema aquí y acoto lo siguiente: Si un chico que no conocen mucho, que no entienden y sobre cuyo pasado no saben nada decide sacarse el condón a mitad de acto, preocúpense.

Al día siguiente, resaqueadas y con la planificación sobre la ventana, armaron sus cosas como pudieron y se fueron en grupos. Unas decidieron dormir un poco más mientras que otras esperaron el primer transporte para alejarse del pueblo sin agua. Que se vayan fue como cuando aguantas la respiración bajo el agua y de pronto sales a tomar el primer aire. Solté mi mordida lengua, respiré profundamente, me arrojé sobre el sillón, observé mi destruida sala y simplemente me di cuenta que no soy tan social como mi profesor de antropología anunció. Quizá incluso no sea yo un ser humano normal, quizá lo sean ellas, no lo sé. Lo que sí tengo claro es que estoy acostumbrado tanto a mi soledad que, siempre que visito la casa de alguien, trato de no interferir en la costumbre que esa persona pueda tener a la suya propia. Esta última experiencia simplemente apoya mi consideración. Ser humano, ser social… Patrañas.