sábado, 15 de febrero de 2014

AMPAYADOS

(Entiendo que no todo es color de rosas, pero suelto esto a modo de curiosa reflexión)

Cuando pequeño, “ampay Ernesto” significaba que el juego había terminado. Ser ampayado implicaba detenerse y aceptar que ya no estabas escondido, que tu ubicación no había resultado ser tan secreta, que alguien había visto tu zapatilla asomarse por detrás de un muro y perdías la partida. En ocasiones, si eras lo suficientemente ágil y certero, podías abrirte camino hacia la barrera y gritar, consagrando tu éxito, un glorioso “ampay me salvo”; logrando mantenerte en el juego una pasada más. Pero en el fondo, tarde o temprano alguien te descubría y todo llegaba a su fin.

Hoy por hoy, el ampay de los grandes no le da fin a nada; todo lo contrario, marca el comienzo de un sinfín de eventos y declaraciones que pueden disparar a cualquiera a la punta del prime time. La sociedad está más hambrienta de saber qué te descubrieron haciendo y con quién, que de enterarse de tus próximos proyectos profesionales. Y es que el círculo mediático del Perú le ha puesto un precio mayor a una foto de discoteca que a una de un actor ensayando una obra de teatro que aún no se estrena.

Ser ampayado es un ritual de iniciación para formar parte de la farándula nacional. Antes de ser descubierto de la mano de una reconocida figura (si es que nadie te conoce) o una fulana sin currículum artístico (si es que ya perteneces a algún medio); tu vida laboral puede ser relativamente tranquila. Una vez que el ampay te pone en la boca del lobo, que periódicos y programas de chismes se pelean por tus primeras palabras, que tu cara resulta más conocida que la del primer ministro de la nación; tus honorarios profesionales aumentan de precio y la gente se muere por verte sobre un escenario.

En algún momento, las fotos de los ampays requerían de una cuidadosa edición para salvar la imagen de la oscuridad en la que normalmente se encontraba. Los sujetos se las ingeniaban para retratar la situación, a pesar de la noche y las sombras de los ambientes por los que las figuras se escurrían. Hoy, las situaciones se dan a plena luz del día, en estacionamientos con envidiable iluminación, en la puerta de concurridos y famosos lugares. Ya nadie se esconde, la situación ha demostrado ser tan rentable que, hacerle la vida difícil al fotógrafo, puede resultar en un par de shows menos un fin de semana.

Y es que parece ser casi una comprobada fórmula matemática. Si estás en el medio, a mayor número de ampays, más chamba. No sólo eso, si tus portadas o fotos nocturnas resultan ser con distintas personas, más cuesta tu presencia en un evento. Ya no se trata de la calidad profesional que puedas ser, de tu formación artístico/académica, de tu trayectoria. Hoy en día, si eres más tramposo, juerguero, escandaloso y polémico; vales más para los medios de comunicación y, como resultado directo, para la gente.

Parece como si el juego hubiese cambiado de reglas; tanto mejora tu vida cuanto te ampayan que, casi casi, cuando te toman la foto, te están diciendo: “Ampay te salvo”. Y es que, efectivamente, un ampay puede rescatar del fondo del océano la decrépita carrera de un artista fuera de momento, puede lanzar al estrellato a una persona que tenga como único don ser relativamente agraciada al ojo común, puede traducirse en unos cuantos fajos de verdes.

Entonces; todo parece indicar que resulta mucho más complicado atraer la atención pública si te mantienes al pie de la letra. Si de mí dependiese redactar un manual para llegar a la fama en el Perú, el capítulo más elaborado sería el de “¿cómo generar tu primer ampay?”. Y es que tienes que ser arpía, tener los ojos hambrientos de miradas, el alma preparada para el juego y las rodillas listas para ensuciarse. Si eres de los que juega limpio, se dedica a buscar mejoras en su desempeño artístico/laboral y esquiva el escándalo nacional; podría parecer que tienes como destino jugar eternamente a las escondidas… Eso sí, sin que nadie te encuentre.