jueves, 9 de enero de 2014

MADRES

Cuando naces no escoges a dónde te toca caer; es al azar. Eres un boleto de lotería y alguien se la ha jugado por ti, apostando llevarte dentro durante 9 meses, con la esperanza de recibirte y ganar un mundo nuevo. Y así es que; aunque resulte increíble, esa persona que te carga durante el tiempo de gestación, aún sin conocerte personalmente, te regala su corazón entero y pone a tu disposición la intranquilidad del resto de sus días. Puedes nacer, crecer, reproducirte y llegar a la vejez; pero tu madre siempre andará preocupada con que no te suene el estómago.

Yo salí premiado con los padres a los que me tocó intranquilizar. Si hago un recuento de las peripecias y resbalones de los capítulos del libro de mi vida, ellos siempre han sido pilares de apoyo y rescatistas sumamente alertas que constantemente han saltado del barco para subirme nuevamente a bordo. De ellos aprendí a través de lecciones verbales, errores visibles y experiencias compartidas; y por eso les estaré eternamente agradecido.

Aún recuerdo cuando acompañaba a mi mamá a comprar al mercado. Yo era en ese entonces mucho más bajo que ella, y tenía que apresurarme para caminar a su lado. Ella siempre fue de pasos rápidos y decididos, herencia que ha hecho que muchas chicas me recriminen la corrida. Sin embargo, es a raíz de esa velocidad y determinación que yo resulté ser una persona sumamente activa; jamás quedándome parado y siempre buscando sobresalir del andar adecuado y lerdo que a veces adoptan las muchedumbres. Hoy soy significativamente más alto, tengo más desarrollada la capacidad física y mis extremidades pueden abarcar distancias mayores; pero me contenta el comprobar que sostenemos la misma velocidad al caminar.

Pero más allá de correr sin saltar, mi madre me enseñó a tomar riesgos. Ella siempre fue de intentar, de buscar, de adaptarse al cambio que la vida muchas veces presenta como posibilidad, pero que todos esquivan por tener miedo a lo que no parece cómodo. Mi mamá es un emblema de fuerza, ha enfrentado situaciones que a muchos mandarían al más oscuro rincón del abandono. Ella no duda en levantar la cabeza y dar pelea a lo que sea que se cruce en su camino; incluyendo, ahora último, uno que otro tuitero.

Yo sonrío cuando la veo porque me encuentro ante una persona que no se cansa de reinventarse. Dentro de su cuadro de defectos y virtudes, siempre encuentra lo necesario como para armar una ecuación que dé como resultado la incursión en un área nueva. Si yo soy multifacético, soñador, determinado y ecléctico, es sin duda por ella. Lo compruebo cuando se despierta y me propone un viaje por carretera, cuando se aventura a entrar a un vehículo de recreación de vuelo espacial, cuando compartimos alitas de pollo y pueden ser de las picantes. Verla es comprobar el origen de las raíces de mi personalidad, de mis virtudes, de mi alma.

Hace poco te vi; comimos, viajamos, conversamos y compramos. Estuvimos de arriba abajo,  compartiendo la presencia de la soledad del otro; sin necesidad muchas veces de decir nada, pero sabiendo que el hecho de estar en el mismo espacio ya hablaba por nosotros. Reviví la encantadora experiencia de ver unidos, después de varios años, el sonido de tu voz y tu presencia física. Te tuve cerca y me reí al ver que los años habían pasado, pero nuestra onda seguía siendo la misma; más nutrida por las experiencias pero aún marcada por los defectos que vamos a tener siempre, y que con los años no dejan de ser graciosos.


Te quiero madre; no porque me calientes la comida, a pesar que ya sé cómo calentarla solo, sino porque, así como siempre vas a tener las ganas maternales de llenarme la panza, yo estoy diseñado para comer lo que sea que cocines. Te quiero porque me inspiras sin tener que darme un consejo disfrazado en una frase cliché, sino porque te veo moverte y entiendo la motivación que debo interpretar como lección. Te quiero, no porque me des la contra sin reparos, sino porque compruebas en mi cara que siempre hay espacio para que me equivoque. Te quiero, no porque te tenga que querer, sino porque viven en mí las ganas obvias e inexplicables de hacerlo.

Y para sumarse a tus virtudes; ERES HINCHA DEL EQUIPO VERDE.